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Susanna levanta la bolsa.

– Pues que ya no siento nada por ti. Comparte tu vida, tus palabras y tus momentos con quien quieras, pero no conmigo. Para mí sólo existías tú. Ahora existe otra persona. Y soy optimista, espero que las cosas vayan mejor… -Se dirige hacia la salida.

Pietro corre detrás de ella y sacude la cabeza riéndose.

– No, no me lo creo, me estás tomando el pelo, lo único que pretendes es hacerme sufrir…, pero yo sé que no tienes a otro…

Justo en ese momento se detiene delante de la entrada del gimnasio un BMW oscuro que le hace señas con los faros.

– Es él, me está esperando… Los niños están en casa de mi madre y nosotros salimos a cenar…

– Ah… -Pietro mira el coche sin comprender de quién puede tratarse.

– Es mi profesor de kickboxing.

– Ah… -Pietro entiende de inmediato que quizá sea mejor no hacer ninguna tontería.

– Sea como sea, quiero decirte que he pensado en la historia del cuadro de Schifano. Tú no lo quenas y yo, en cambio, insistí. Es cierto que lo compramos juntos, pero mi voluntad fue la que prevaleció, de modo que me lo quedaré yo.

– Claro, faltaría más. Si quieres… -dice, y la contempla mientras se aleja con aire altanero, como si pretendiese darse importancia. Pietro echa un último vistazo al BMW y acto seguido sube en su coche y arranca.

Susanna se lo queda mirando hasta que dobla la esquina. A continuación sacude la cabeza sonriendo. Baja los ojos y camina hacia el BMW. Piensa que es una de las pocas veces que se siente segura y feliz de su elección. Es tan raro no dudar. Al subir al coche vuelve a sonreír.

– Hola, disculpa.

Davide le devuelve la sonrisa.

– Disculpa, ¿por qué?

Coge la bolsa y la pone en el asiento trasero.

– ¿Todo bien?

Susanna asiente con la cabeza.

– Sí, de maravilla.

– ¿Adonde quieres ir?

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan serena. Se apoya en el respaldo y cierra los ojos.

– Tú decides.

Ciento cincuenta y tres

Suena el timbre. De nuevo.

– ¡Voy! -se oye la voz de Anna.

Enrico hace brincar a Ingrid entre sus brazos.

Anna abre la puerta tras haber echado un vistazo por la mirilla.

– ¡Hola! Vaya una sorpresa… -Sonríe a Enrico, se alegra mucho de verlo-. ¿Me dejas cogerla?

– Sí…, claro.

Anna le coge a Ingrid de los brazos y la estrecha entre los suyos.

– ¿Tienes que ir a algún sitio? Yo estoy estudiando, puedo quedármela…

– No, tenía ganas de verte… Mejor dicho, de veros juntas… Sois una maravilla. -Enrico se acerca a Anna y le da un leve beso en los labios. Mira a Ingrid, de nuevo a Anna, y le sonríe-. Nos está mirando… A saber qué pensará.

Anna sonríe.

– Pensará que su padre es feliz y, en consecuencia, ella también lo será.

Enrico se queda sorprendido.

– ¿Crees que puede pensar ya cosas así?

Anna asiente con la cabeza.

– Ella, no lo sé. Yo lo hice desde el primer día.

– Igual que yo.

Enrico le da otro beso. Después le acaricia el pelo y la mira con ternura. También Ingrid, divertida y curiosa, coge el pelo de Anna y juguetea con él. Anna y Enrico imitan los gestos de la pequeña y luego se miran emocionados. Ingrid toca entonces el pelo de Enrico y éste la mira sacudiendo la cabeza.

– Ya entiendo, ¡de mayor quiere ser peluquera!

Y los dos se echan a reír.

Ciento cincuenta y cuatro

Cristina abre la puerta de casa y se lo encuentra plantado delante.

– ¿Qué haces aquí, Flavio? -Se pasa una mano por la ropa para comprobar cómo va vestida.

Flavio se percata. Por primera vez después de mucho tiempo, lo nota. Y decide decírselo, porque a veces no basta con pensar las cosas, sino que hay que decirlas.

– No te preocupes, estás muy guapa.

Cristina se queda asombrada, quizá porque hacía mucho tiempo que no oía esa frase. Pronunciada por él.

Flavio sonríe, la observa y nota cosas a las que hacía mucho tiempo que no prestaba atención: el pelo, el color, el recogido, las pequeñas arrugas de sus labios y esa profundidad en su mirada. Recuerda de golpe las palabras de Alex: «Quizá tu esposa haya encontrado ya otro… y a ti te da igual.»

Flavio baja la mirada. Cristina lo nota y lo escruta frunciendo el ceño, preocupada por la idea que puede haberle pasado por la mente.

Flavio alza los ojos.

– Me gustaría preguntarte algo, Cristina…

Ella aguarda en silencio. Flavio exhala un suspiro y lo suelta.

– ¿Crees que podríamos intentarlo de nuevo? Esta separación me ha hecho comprender muchas cosas. Quizá tengamos ocasión de encontrar nuevos amores y de que nos vaya bien con ellos, pero también podemos fracasar de nuevo. Durante los primeros meses todo funciona…, las dificultades llegan al cabo de un año o dos, y nosotros hemos pasado muchos juntos. No te lo digo por apego a la costumbre, o porque piense que, tratándose de dos personas que ya se conocen y que ya han superado ciertas cosas, es más fácil… Te lo digo porque te quiero, porque todos los días eres una novedad, y yo no supe darme cuenta de ello. Lo eres desde hace muchos años -Flavio sonríe-. Al principio todo iba de maravilla, pero después nos aposentamos, nos perdimos, nos dormimos… ¿Te apetece despertarte conmigo todos los días en ese sentido?

Cristina no le responde. Se acerca silenciosa a él y lo abraza.

– No sabes cuánto he deseado que vinieras y me dijeras todas esas cosas.

Flavio la besa y de inmediato se echa a llorar. Unas lágrimas saladas resbalan por sus mejillas, entre sus labios, mezclándose con sus sonrisas y sus carcajadas.

– Parecemos dos críos…

Flavio la mira y la abraza.

– Te amo… Perdóname…

Cristina se esconde en ese beso. Después se aparta un poco y se apoya en su mejilla cerrando los ojos.

– Perdóname tú, amor mío…

Recuerda todo lo que ha sucedido desde que Flavio se marchó de casa. Él, en cambio, cierra los ojos y vuelve a pensar en las palabras de Alex, pero esta vez no tiene derecho a hacerle esa pregunta, porque crecer implica también dejar de necesitar ciertas respuestas, no buscar seguridad, sino saber darla.

– Amor… Estamos aquí. Eso es lo único que cuenta.

Cristina lo abraza aún más fuerte y siente de nuevo todo el amor que los une.

Simona va a abrir la puerta de casa, a la que acaban de llamar. Cuando lo ve se queda estupefacta.

– Alex…

– Hola. -Es evidente que está cohibido, pero sonríe-. Me alegro de verte.

Entonces aparece Roberto con el periódico en las manos.

– ¿Quién es? ¿Es para mí? Estoy esperando un paquete. -Cuando lo ve se queda boquiabierto-. Alex, qué bueno verte… -Lo dice en serio, lamenta profundamente cómo terminaron las cosas, y en parte la situación lo incomoda-. Entra, por favor. ¿Te apetece algo de beber?

– No, no, gracias.

– Entra, venga, no te quedes en la puerta.

Simona la cierra a sus espaldas. Mira a Roberto arqueando ligeramente las cejas como si dijese: «Y ahora ¿qué hacemos?» Mientras tanto, Alex da unos pasos mirando alrededor. En ese preciso momento llega Matteo.

– ¡Eh! ¡Hola, Alex!

– Hola, ¿cómo estás? -Se estrechan la mano de una forma algo cómica.

Esta vez son Roberto y Simona los que sonríen divertidos al contemplar la escena.

– ¿Sabes? -prosigue Matteo-. Lo sentí mucho por una cosa… Quiero decir, es cosa vuestra…, claro…, y en eso no quiero meterme…

Pero me prometiste que daríamos una vuelta a caballo y después no lo hicimos…

Alex sonríe divertido de su ingenuidad.

– Tienes razón. Lo haremos, te prometo que, suceda lo que suceda, daremos ese paseo a caballo… -y le acaricia el pelo con ternura, despeinándolo.

Matteo lo mira como iluminado por una gran intuición.