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También Olly y Simone se besan, al igual que Marco y Sara, y que Luca y Barbara.

Guido sacude la cabeza y permanece en silencio.

Lovat vuelve a pinchar un disco.

– Y ahora, aquí tenéis una canción dedicada a todos los que se quieren como ellos… Guapos y alegres, a los que no tienen miedo al amor y a sus consecuencias, a los que se arriesgan, se lanzan, ¡a los que son felices porque el corazón les late a dos mil por hora! ¡Dedicada a vosotros, chicos! Love is in the air…

Todos empiezan a bailar, más locos y desinhibidos que nunca. Bailan cantando, abrazados, besándose, felices, con la emoción de ese maravilloso momento todavía en los ojos: no temer al amor…

– Ven -Alex tira de Niki para que baje la escalera.

– Pero ¿adónde vamos?

– Lejos de aquí… Tengo una sorpresa.

– ¿Otra?

– Sí, pero sobre todo quiero estar a solas contigo…

– Yo también.

Salen por debajo del escenario. Alex se detiene justo detrás de la duna.

– Aquí la tienes.

– No me lo puedo creer.

Niki mira estupefacta la fantástica Harley Davidson.

– ¿Y quién la ha traído?

– Yo…

– ¿Hasta aquí?

– Claro… -Alex sube a la moto y se pone el casco, después le pasa uno a ella-. ¡Hay que superar ciertos miedos, Niki!

– Lo sé… -ella baja la mirada cohibida.

Él le levanta la barbilla y le sonríe.

– Por amor y por ti… Se supera cualquier cosa y, en caso de que no puedas, bueno, te esperaré hasta que estés preparada.

Niki sonríe, lo besa y lo abraza con todas sus fuerzas.

– Te amo.

– Yo también, muchísimo… Hasta el punto de… querer casarme contigo.

Se echan a reír y se alejan, abrazados, por la playa Blanca, rumbo al puerto del Deseo, con la moto que colea un poco sobre la arena pero sin temor alguno. Ninguno de los dos. De nada.

Ciento cincuenta y siete

Apenas dos meses después.

La belleza de una isla como ésa. El barco para llegar hasta ella, la gente que baja, los turistas. El sol es estupendo. Y en el aire se palpa la excitación.

– ¡Chicas, pero esto es genial! -Diletta se vuelve hacia Erica-. ¡Y nosotras estamos cañón vestidas así!

– ¡Sí!

Se dirigen hacia la iglesia.

– No pensaba que la isla del Giglio fuese tan bonita… -comenta Filippo mientras ayuda a Diletta y la coge del brazo.

– Y yo no pensaba que llegaríamos a vivir este día, ¿os imagináis? -dice Erica intentando no ensuciarse demasiado las sandalias de tacón de diez centímetros.

– Yo sí… Nunca pensé que podría acabar de otra forma… Algunas relaciones están destinadas a durar, se percibe en muchas cosas…, es una energía que no controlas, que vence cualquier duda… -afirma Diletta, luego mira a Filippo risueña y él la abraza más fuerte.

– ¡Es el amor! -exclama Erica-. ¡Sin cálculos, sin suposiciones o previsiones, capaz de sorprender y de cambiar las cartas que hay sobre la mesa en todo momento! -La subida la hace jadear-. ¡Caramba, como no vuelva al gimnasio lo voy a tener crudo! -y suelta una carcajada.

A cierta distancia de ellas, Olly mira alrededor. La isla es magnífica. Me siento feliz de estar aquí. Respira profundamente para sentir la salinidad del aire, que se mezcla con el aroma de los matorrales mediterráneos. El sol resplandece y el cielo tiene una maravillosa tonalidad azul. Una gaviota juega a mantenerse en equilibrio en el viento y, en el horizonte, dos veleros distantes entre sí, pero aparentemente cercanos, trazan una línea perfecta.

Erica y el resto del grupo caminan delante de ella con el resto de los invitados. Olly se detiene junto al muro. Simone se aproxima a ella.

– Es precioso… Tus amigos han tenido una magnífica idea celebrando la boda aquí, ¿no crees?

– Sí, Niki y Alex son especiales… Me habría dado mucha pena que no se hubiesen reconciliado. Hay parejas tan perfectas que consiguen salir adelante a pesar de las dificultades. Y ellos son así. Y así es el amor, ¿no? -Olly sigue contemplando el paisaje. Está feliz. Serena.

Simone asiente con la cabeza.

– Y por si fuera poco, yo estoy feliz también por otra cosa… Dentro de una semana trabajaremos juntos. ¡Por fin! Nos veremos todos los días. ¿Se lo has dicho a tus amigas?

– No, todavía no… Ahora sólo piensan en la boda… Se lo diré luego. Daré una fiesta cuando volvamos.

– Así podremos anunciarles a todos dos cosas: que te han contratado en la casa de modas…

– Sí…, ¿y la otra?… Acabas de decir que son dos.

Simone agacha la cabeza y sonríe.

– Bueno…, que tú y yo estamos juntos, ¿no? -Sin esperar una respuesta, y tras haber conseguido hacer acopio de valor, la besa. Es un beso largo, suave y profundo. Olly se abandona, feliz de ese gesto que tanto ha anhelado.

Mientras tanto, Erica, Diletta y los demás se vuelven para llamarlos y comprobar dónde están. Al ver lo que está sucediendo, sonríen.

– Vaya, vaya…

– Pero, bueno, ¿sois vosotros los que os casáis o son Niki y Alex?

– ¡Moveos, venga! ¡Siempre besuqueándoos!

Olly y Simone se unen a ellos y se ríen de sus bromas y sus ocurrencias, cogidos de la mano, felices del amor que sienten el uno por el otro y de tener un grupo de amigos como ése.

Por fin llegan al faro. El grupo se acomoda en los bancos del lado de la novia. Filippo ayuda a Diletta a acomodarse el vestido. Luego le acaricia la tripa, que ya es más que visible y redonda. Erica y Olly se sientan a su lado. Es la hora de la espera. La más hermosa. Gracias al blanco, que se mezcla con el azul del cielo y con los colores de las flores y de la isla, la atmósfera es maravillosa. Erica observa a varias parejas de diferentes edades. A los padres de Niki. A los de Alex. Personas que llevan juntas mucho tiempo. Años. Personas que se quieren. Sí. Eso es el amor. Se respira en el aire. Amor verdadero y sencillo. Amor cotidiano. El amor que un día yo también encontraré. Si bien ahora está sentada sola, sin un compañero a su lado, por fin es consciente.

Ciento cincuenta y ocho

La moto llega desde lejos, corre por las colinas, entre ese verde tan intenso, soleado, como ese día caluroso. Se percibe la respiración de los pinos, el aroma de los bosques, el mar que rodea ese pedazo de costa, y da la impresión de que el latido de sus corazones se oye en ese silencio. Emociones en libertad. A bordo de esa moto que avanza como un rayo por el camino del sol hasta llegar al punto desde el que se puede contemplar el panorama. Niki va detrás de Alex y lo abraza radiante… Tiene los ojos cerrados, la cabeza apoyada en su espalda, y los dos van vestidos de blanco.

Los invitados los esperan en la parte más alta de la isla, en ese trozo de tierra que se asoma al mar junto al acantilado. Los padres de ambos, los parientes, los amigos y todos los que han querido estar presentes ese día en la Isla Azul. La isla de los enamorados. La isla del Giglio.

Bajo el faro, oculto por el bosque que lo rodea, el sacerdote los espera junto al altar. Sonríe saludando a los últimos recién llegados que van tomando asiento. Después los ve.

– ¡Aquí están! ¡Aquí están! Ya llegan.

Roberto, Simona, Luigi, Silvia y el resto de los presentes, todos vestidos de blanco por expreso deseo de los novios, se vuelven. La moto se detiene y Alex y Niki bajan de ella sonrientes. Se quitan el casco y se dan la mano. Avanzan entre los bancos de la sencilla iglesia. Caminan con el sol en los ojos y en el corazón hasta llegar al altar. Niki exhala un suspiro, largo, larguísimo. Mira a Alex y en unos instantes pasa por su mente toda su historia. Desde su primer encuentro a la primera salida, desde el primer beso a la primera vez que hicieron el amor. Apenas escucha al sacerdote, que sigue hablando, la homilía de la misa, los invitados que se levantan y vuelven a sentarse marcando los diferentes momentos de la ceremonia. Estoy enamorada. Soy feliz, no tengo miedo, es mi boda, lo he elegido todo y lo mismo sucederá con todos los momentos de mi vida, los elegiremos mi marido y yo, para nosotros y para nuestros hijos. Parece casi una oración, y en ese instante comprende lo que es la belleza, la felicidad, y se da cuenta de lo corta que puede ser la vida y lo absurdo que es no tener el valor suficiente para ser felices. Mira alrededor llorando de alegría en su interior y ve todo lo que ama, lo que siempre ha amado y lo que querría amar eternamente. Pero Niki sabe ya que quizá algún día eso no será posible. Por eso debe apreciarlo, vivirlo y respirarlo ahora. Porque la felicidad sólo llama una vez a la puerta. Porque no hay un mañana si no se vive hoy. Y la alegría no se puede posponer. Si un día todo esto cambia seré feliz por haberlo vivido con profundidad, por no haberlo delegado a los demás, por haber disfrutado mientras tuve la posibilidad de hacerlo. Y no seré yo la que diga basta o la que escape. Jamás.