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Enrico exhala un último suspiro, entra en Google, teclea esa palabra y después hace clic en «buscar». En la pantalla aparece de improviso la única y auténtica solución posible a ese momento: canguro.

Olly acaba de lavar los platos en los que han comido la tarta sus amigas las Olas. Los mete en la pila y deja correr el agua. Recoge las cuatro cucharillas y las mete en un vaso; después vuelve a la sala a recuperar los restos de la tarta. Qué risa, se la han comido cortándola justo por la mitad, de forma que el significado de la frase que había escrita encima ha cambiado. ¿Será una broma del destino o el desesperado intento de las Olas por hacer un poco de dieta? El hecho es que el «sin» ha desaparecido, y Olly mete la tarta en la nevera experimentando un extraño presentimiento, casi una amenaza, el peligro que sugieren las letras que sobresalen en medio de toda esa dulzura dejando un pensamiento amargo: «En prácticas… riesgos!»

Son las dos de la madrugada. Pietro sale sigilosamente del portal. Intenta ocultar su cara, como si se tratara de un ladrón que acaba de desvalijar un piso. Aunque, en realidad, son dos los que han dado el golpe después de reconocer que no son capaces de vivir exclusivamente con lo que tienen. Quieren más, quieren algo distinto. Quieren 'o que no tienen y se lo roban el uno al otro.

Pietro entra en el coche, lo pone en marcha y arranca a toda velocidad en medio de la noche. Da la impresión de que ahora se siente casi satisfecho, exhala un largo suspiro. También esta vez las cosas han salido rodadas, piensa, como si se tratara de un extraño campeonato, un torneo ridículo donde el primero y el último son una única persona, dado que en la competición sólo participa ella y, por tanto, no se enfrenta a nadie.

Erica entra a hurtadillas en su casa. Contempla la sala. Mierda, lo que me faltaba. Siempre sucede lo mismo. Mi padre ha vuelto a dormirse delante de la televisión. Pasa por delante de él tratando de hacer el menor ruido posible y se dirige hacia el dormitorio, pero después cambia de opinión y regresa a la sala.

Es irremediable, la curiosidad supera al riesgo. Se acerca a la agenda que hay sobre la mesita, justo en la esquina más próxima al sofá donde duerme su padre. Veamos quién me ha llamado. Casi lo susurra para sus adentros: «Para Erica: Silvio, Giorgio y Dario.» Qué coñazo… Ninguno de los que me interesan.

Rrrrr. El fuerte ruido la sobresalta. Su padre ha emitido una especie de ronquido repentino, un gruñido nocturno; en fin, que le ha dado un buen susto. Erica alza el brazo al cielo como si pretendiese mandarlo a hacer puñetas, pero después sonríe, escucha su corazón con la mano apoyada en su pecho y nota que late a toda velocidad. Sacude la cabeza y se encamina hacia su dormitorio. No puede apagar la tele porque la última vez que lo hizo su padre se despertó de golpe, estuvo a punto de darle un patatús, y se levantó del sofá de un salto. El repentino silencio que se produjo al apagar el televisor había sido como un ruido absurdo para alguien que dormía a pierna suelta en medio de todo aquel estruendo.

Erica cierra la puerta de la sala, ahora avanza más rápidamente por el pasillo, dado que su madre duerme profundamente, entra en su cuarto y se desnuda en un tiempo récord. Camiseta, zapatos, pantalones cortos y cinturón. Es una hacha. Conseguiría desprenderse de cualquier cosa en la oscuridad, incluso aunque estuviera llena de botones. Lo arroja todo sobre el sillón. A oscuras, sin embargo, la puntería no puede ser muy buena, de manera que la camiseta acaba en el suelo. Lo notará a la mañana siguiente. Lo importante es que le dé tiempo de colocarlo todo en su sitio antes de que alguien entre en la habitación. Va en seguida al cuarto de baño, se lava los dientes, se pasa el cepillo por el pelo, se enjuaga la cara rápidamente y se pone el pijama.

Antes de meterse en la cama coge el móvil para cargarlo. No tiene ningún mensaje. Ningún sobrecito parpadeante. Ninguna novedad. Uf. Escribe a toda velocidad: «¿Estás ahí?» Y se lo manda a Giò. Espera un minuto. Dos. Al final se encoge de hombros. Da igual, se habrá dormido ya. Después Erica sonríe. Quizá esté soñando conmigo. Y con esa última idea en la cabeza, llena de confianza, se desliza bajo las sábanas y se adormece feliz. No piensa que cuando has dejado de querer a una persona no debes mantenerla ligada a ti por el mero hecho de que te da seguridad y te hace sentir importante. El coste de la independencia es la libertad, y ésta sólo puede ser total cuando uno es honesto consigo mismo y con las personas a las que ha amado.

Alex se revuelve inquieto en la cama. Suda ligeramente. Tiene una pesadilla. Se despierta sobresaltado. Mira de inmediato el reloj. Las seis y cuarenta. Bebe un vaso de agua y, por primera vez en mucho tiempo, recuerda el sueño que acaba de tener. Por lo general, los olvida siempre. Esta vez, en cambio, se acuerda de todos los detalles. Está en un tribunal. Todos los abogados van tocados con pelucas blancas y vestidos con largas togas y birretes negros. Cuando se vuelve, de improviso ve que sus abogados defensores no son sino sus amigos Pietro, Enrico y Flavio, mientras que los de la otra parte, los de la acusación, son sus esposas: Susanna, Camilla y Cristina. Tienen la cara empolvada de blanco. El jurado lo componen las amigas de Niki: Olly, Erica y Diletta, con sus respectivos novios, los padres de Niki, ¡y los suyos Propios! Y luego, de repente, oye una voz: «En pie, va a entrar la jueza.» En el centro de la sala, detrás de una gran mesa de madera, hay un sillón enorme de piel donde se sienta ella, la jueza: Niki. Está guapísima, pero parece más mujer, más adulta, da la impresión de que ha crecido. Está serena. Da unos fuertes golpes con el mazo sobre la mesa.

– Silencio. Declaro al imputado… culpable.

Alex se queda petrificado, desconcertado, y se vuelve, mira alrededor, pero todos asienten con un movimiento de cabeza. Él, en cambio, busca una explicación.

– Pero ¿por qué? ¿Qué he hecho?…

– Qué no has hecho… -Pietro le sonríe asintiendo con la cabeza y a continuación le guiña un ojo-. Nosotros te consideramos inocente.

Justo en ese momento se ha despertado.

Alex camina por la casa, son ya las siete y veinte. Reflexiona sobre el sueño sin lograr entenderlo, de manera que se acerca al ordenador. ¿Qué reuniones tenemos hoy? Abre la página de las citas. Ah sí, briefing a las doce, pero no es muy importante, y por la tarde el control de esos diseños… En ese instante, como por arte de magia, se da cuenta de que Niki no ha cerrado su página de Facebook. Lo decide en un instante, en un momento que parece eterno, envuelto en un silencio hechizado, casi suspendido. Sí, siento curiosidad. Quiero saber. De manera que, repentinamente débil, ávido, mezquino, hace clic y, plop, se le abre un mundo. Una serie de chicos de los que nunca ha oído hablar y a quienes no conoce, y todos sus mensajes en el muro.