«¡Eh, guapa! ¿Qué haces?, ¿sales? ¿Cuándo nos vemos? ¿Sabes que eres un auténtico bombón? ¿De verdad tienes novio o es sólo una tapadera?» Giorgio, Giovanni, Francesco y Alfio. Los nombres más absurdos, los comentarios más absurdos y las fotografías aún más absurdas. Unos tipos con gafas de espejo, cadena de oro, camiseta blanca, vaqueros ajustados, cazadora de piel, unos cinturones con unas hebillas enormes y unos músculos prominentes. Otros con el pelo largo y escalonado, con un mechón sobre los ojos, delgados, y con unas camisas ajustadas estilo roquero. Alguno que otro más intelectual, con gafitas y cara anónima. Pero ¿quién es toda esta gente, quiénes son, qué quieren y, sobre todo, qué hacen en el espacio de Niki? Dan miedo, muerden en lugar de cortejar. Alex palidece, vuelve a verse en esa sala con los abogados amigos y enemigos que asienten como antes. Y de repente comprende el sueño. ¡Culpable! Sí, culpable de haberla dejado escapar.
Dieciséis
Alex desayuna, se afeita, se ducha, se viste, y en un abrir y cerrar de ojos se encuentra en el coche. No puede ser… Tú, con treinta y siete años cumplidos, y vuelves a hacer esto… No, no puede ser. Pero después oye un eco lejano, una frase que ha oído ya: «Pero Alex, el amor no tiene edad…» Es cierto; sonríe: es justo así. Luego su sonrisa se hace más cauta. Es cierto, no tiene edad. Para bien y para mal.
Suena el timbre. Enrico mira el reloj. Bien. Han llegado. Va a abrir. En el rellano hay una fila de chicas esperando. De aspecto y estilos completamente diferentes. Una rubia con muchas trencitas y un pantalón de peto vaquero. Otra con una gorra con el ala azul y un vestidito de flores. Otra está leyendo un libro y lleva unos auriculares en las orejas. Enrico las cuenta rápidamente. Deben de ser unas diez. Bien. Su anuncio ha tenido resonancia.
La primera chica de la fila, la que ha llamado al timbre, lo saluda:
– Hola, ¿es aquí?
– ¡Buenos días! Sí… -responde Enrico mirándola. Viste un par de vaqueros de dos colores, modelo skinny, de cintura alta, y una camiseta ligera de manga larga, negra y completamente transparente que deja entrever el sujetador.
– Bien… -le sonríe masticando chicle-. Estoy lista.
– Entra…, por favor.
La chica pasa por su lado y se detiene en medio de la sala.
– ¿Dónde me pongo?
Enrico saluda a las otras chicas que se encuentran en el rellano y les dice que las llamará en seguida. Acto seguido cierra la puerta.
– Bueno, ahí está bien, junto a la mesita, estaremos más cómodos.
– Pero yo sentada no puedo…
Enrico la mira asombrado.
– Perdona, pero ¿a qué te refieres? En cualquier caso, si lo prefieres puedes quedarte de pie; vale, hablaremos de pie.
La chica lo escruta y esboza una sonrisa.
– Bien. Veamos, me llamo Rachele, tengo veinte años y canto desde que tenía seis.
Enrico la escucha. Se rasca levemente la frente.
– ¿Ah sí? Bien… A Ingrid le gustan las canciones.
Rachele lo mira.
– ¿Ingrid? ¿Quién es? ¿Otra examinadora?
Enrico se echa a reír.
– Bueno, la verdad es que debería elegir ella, sólo que no puede… Es mejor que lo haga yo.
– Ah…, pues bien, lo que más me gusta es el pop. Y me sé todas las canciones de Elisa y de Gianna Nannini.
Enrico la mira con mayor atención. Por lo visto, ésta se concentra en el repertorio musical. Se ve que a los críos los entretiene así.
– Bien, ¿tienes mucha experiencia con los niños?
– ¿Te refieres a los coros?
Enrico arquea las cejas.
– No, quiero decir con los niños. ¿Te las arreglas?
Rachele parece pasmada.
– ¿Puedes explicarme qué tipo de espectáculo pretendes montar?
– ¿Espectáculo? -Enrico la mira estupefacto.
– Sí, la prueba. ¿Para qué espectáculo nos estás seleccionando?
– Aquí el único espectáculo es mi hija Ingrid.
– ¿Tu hija? ¿Ingrid? Perdona, pero…
– ¿Se puede saber por qué has venido, Rachele?
– ¿Cómo que por qué? ¡Para hacer una prueba como cantante!
Enrico la mira y suelta una carcajada.
– ¿Cantante? ¡Pero si yo estoy buscando una canguro!
Rachele coge bruscamente su bolso, lo abre y saca un periódico.
_No…, me he equivocado. ¡Qué coñazo!
– ¡Pese a todo, la idea de tener una canguro que canta no está nada mal! -dice Enrico.
– Bueno, pero caramba…
Enrico se percata de su decepción.
– Venga, ya verás cómo lo consigues… la próxima vez -y hace ademán de acompañarla a la puerta.
La abre, pero cuando está a punto de salir, Rachele se vuelve.
– ¿Por casualidad no conocerás a alguien que busque una cantante?
Enrico la mira negando con la cabeza. Rachele hace una mueca y se aleja.
– En fin…
– Hola, ¿quién es la próxima?
– ¡Yo!
Una chica con el pelo corto y pelirrojo se precipita en dirección al salón. Enrico vuelve a cerrar la puerta.
– Buenas tardes, me llamo Katiuscia y me he permitido preparar una cosa… -Saca de su mochila dos folios doblados y los abre. Los mira con aire grave y carraspea-. Veamos, se me ha ocurrido que quizá el mejor papel sea el de Scarlett Johansson en Diario de una niñera, ¿no? Cuando interpreta a Annie Braddock, la joven licenciada que nunca encuentra trabajo y después se convierte en la niñera de Grayer, cuya madre está forrada y completamente volcada en su carrera… Esta es la escena de cuando están juntos, ella y el niño, puedo representarla aquí, de pie… -Katiuscia habla a toda velocidad y se dispone a recitar algo.
Enrico la interrumpe:
– No, no, espera, espera… Pero ¿qué haces? No tienes que representar nada para demostrarme si vales para el puesto o no.
– ¿Cómo que no? ¿Y cómo se supone que puedes saberlo, si no?
– Le haré una entrevista, eso es todo… ¿Qué horarios puedes hacer? Porque yo necesito a alguien que esté con Ingrid casi hasta las siete de la tarde…, en fin, que sea un poco flexible.
– Perdona, pero… ¿ésta no es la prueba para el papel de niñera en una película?
Enrico apenas puede dar crédito. Pero ¿qué clase de gente ha ido a su casa? Nadie ha entendido una palabra.
– No, escucha, yo sólo estoy buscando una canguro para mi hija…
– Joder, pues podrías haberlo escrito, ¿no?
– ¡Y lo he hecho! ¡En el periódico!
– ¡De eso nada, deberías haberlo explicado mejor!
Es increíble. Enrico decide cortar por lo sano.
– Vale, vale. Venga, no pasa nada…
– Puede que para ti no, pero yo me he pasado la noche preparando el papel. -Katiuscia coge la mochila, se arregla la ropa y hace ademán de marcharse-. No deberías tomarle el pelo a la gente de esta manera. -A continuación sale dando un portazo a sus espaldas.
Enrico la sigue. Vuelve a abrir la puerta y la ve desaparecer hecha un basilisco. Enrico abre los brazos.
– Veamos, ¿a quién le toca ahora?
Y una tras otra entrevista a todas las chicas. Habla. Pregunta. Al menos, éstas lo han entendido. ¡Son canguros de verdad! Algunas parecen convencerlo; otras, no tanto. Va a buscar a Ingrid, intenta ver cómo se relaciona con las aspirantes a canguro, piensa, sopesa, hace alguna que otra pregunta más. A todas les dice: «Te llamaré.» Y cuando acompaña a la última a la puerta y ella se despide de él y se aleja dándole las gracias, Enrico ve a una chica que en ese momento pasa por el rellano. Lleva en las manos dos bolsas de la compra de tela verde y una mochila a la espalda. Escucha música con unos auriculares.
– Ah, bien, eres la última. Entra, por favor… -hace un ademán con el brazo para indicarle que entre en la casa.