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– Está muy bien hecho… Se nota la creatividad y las ganas de sorprender. -Pero ¿qué estoy diciendo? Alex, basta.

– Gracias. Me ha dicho que quizá trabajemos juntos en algo parecido…

– Ya… -Alex cierra el ordenador y se lo devuelve-. En realidad todavía no hemos tomado ninguna decisión…

Justo en ese momento suena el intercomunicador. Alex pulsa el botón y responde.

– ¿Sí?

– Acaban de llegar los diseños para la nueva campaña. ¿Te los puedo llevar?

– Ah, sí… Sí, claro…

Raffaella mete de nuevo el ordenador en la bolsa, coge la carpeta y coloca mejor los diseños dentro de ella.

– Si me necesita, estaré en mi despacho.

– Perfecto, gracias.

– Ha sido un placer conocerte -ahora lo tutea.

– Lo mismo digo… -Alex la contempla mientras sale-. Deja la puerta abierta, por favor…

Ella sonríe. Él sigue escrutándola. Raffaella se vuelve para mirarlo mientras se aleja. La verdad es que es realmente guapa. Mejor dicho, demasiado guapa. Y por un instante Alex piensa que tendrán que trabajar juntos. Un día detrás de otro, hombro con hombro, lado a lado. La mira por última vez. ¿Cómo se titulaba mi vídeo? Pero justo en ese momento Raffaella, antes de entrar en su despacho, se vuelve por última vez como si se imaginara, como si supiera que él sigue observándola. Y le dedica una última sonrisa. Fantasía, creatividad o simple complicidad. Alex alza la barbilla y le responde con una sonrisa estúpida, tan estúpida que no puede por menos que sentirse como un auténtico imbécil. Luego reflexiona, sacude la cabeza, se levanta y cierra la puerta. Y en ese instante recuerda el título del vídeo: Yo no caeré en la trampa. Y nunca como ahora su elección le parece una burla del destino.

Veintitrés

Enrico está ordenando varios muñecos de Ingrid. La niña está durmiendo ya. Hoy ha jugado mucho con Anna. Cuando volvió a casa se las encontró juntas sobre la alfombra. Después Anna cogió su mochila, lo saludó con su sonrisa habitual y se marchó. Es de verdad una buena chica. He tenido mucha suerte de encontrarla. Coge un osito amarillo y lo coloca sobre un silloncito de plástico de Ingrid. De repente oye un ruido fuerte procedente del techo. Una especie de golpe seco. Enrico alza la mirada. Otra vez. No entiende nada. No es la primera vez que sucede. Pasados unos instantes se produce otro golpe y se oye cómo alguien arrastra una silla por el suelo. Enrico se detiene y escucha con más atención. Poco después se oye un nuevo golpe y una voz masculina amortiguada y procedente de arriba. Enrico trata de distinguir las palabras. Le parece oír algo del tipo: «¿Ah, sí? ¿Qué crees? ¿Que soy gilipollas?», una voz grave, de hombre, y a continuación una voz femenina que intenta aplacarlo: «Pero ¿no entiendes que no sirve de nada? ¡Eres demasiado celoso!», y a continuación otras palabras que no logra entender. Y otro golpe. Algo cae rebotando sobre el suelo, un palo de hierro o algo parecido. Enrico reflexiona por un instante. Claro. El piso de arriba. Anna. El ruido procede del piso de Anna. Caramba. Pero ¿qué están haciendo? Enrico recoge otro juguete de Ingrid que se ha quedado enganchado detrás del sofá. Le dijo que vivía con su novio. Debe de ser él el que está armando todo ese alboroto. Entretanto, sigue escuchando. Se entristece y se preocupa. Qué lástima que una chica tan mona y tan amable tenga que estar con un tipo como ése. ¿Cómo es posible?

Veinticuatro

Por la tarde. Mucho después.

– Hola, amor, ¿qué estás haciendo?

– ¡Niki! Qué sorpresa tan agradable… Estoy trabajando…

– Ah. ¿Cómo te ha ido esta mañana?

Alex se queda perplejo por un momento.

– ¿Por qué?

– No sé, por saberlo… Nunca hablamos de nuestras cosas.

– Ah, esta mañana… -Alex se siente un poco culpable. Pero ¿por qué? ¿Qué motivo hay? A medida que trata de averiguarlo, el sentimiento de culpa se va acrecentando-. Esta mañana… Esta mañana… Bueno, todo ha ido a pedir de boca. He echado un vistazo a los diseños de la nueva campaña, son muy buenos y vamos bien de tiempo, quizá tengamos que modificar un poco los colores, pero eso se hace de prisa…

– Ah, entonces, ninguna novedad…

Segundos después, alguien llama a la puerta.

– Adelante.

Raffaella entra con una carpeta en la mano. Alex la mira ligeramente avergonzado y tapa el móvil con la mano.

– ¿Qué pasa? -le pregunta en voz baja.

– Quería enseñarte éstos… Me había olvidado.

– Ah, sí, un momento…

Raffaella sonríe y sale del despacho. Alex retoma la conversación con Niki.

– Perdona, ¿decías?

– No te preocupes, te preguntaba si no había ninguna novedad.

– No, no… Nada, ¿por qué? -Se siente un poco mentiroso por no mencionarle esa novedad especial de rizos oscuros y piernas larguísimas. Y una sonrisa cautivadora. Y un físico que quita el hipo. Y…

– Por nada, Alex, ya te lo he dicho… Pura curiosidad. En cualquier caso, estaba estudiando en casa y se me ha ocurrido una idea: me gustaría invitarte a cenar.

– ¿A cenar? -Sí… ¿Se puede saber qué te ocurre hoy, Alex?

– Es que nunca me habías invitado a cenar…

– Pues porque jamás se había terciado. Considéralo una casualidad… Sea como sea, un amigo mío ha abierto un nuevo local, es un restaurante muy guay, en la via della Balduina.

– Está bien. -Alex se tranquiliza un poco-. Sólo que no sé a qué hora terminaré hoy.

– Como quieras. Entonces, nos vemos alrededor de las nueve y media, ¿crees que podrás a esa hora?

– Sí, sí.

– Te mando un sms con la dirección exacta… -Vale, hasta luego.

Alex cuelga y se queda pensativo. Mmm. Qué extraño. Aquí hay algo que no encaja. ¿A qué vienen todas esas preguntas? Dios mío… ¿Y si la tal Raffaella es amiga suya? Y se imagina una supuesta llamada telefónica entre Niki y Raffaella. Bueno, ¿y eso qué tiene que ver? Siempre puedo decirle que cuando hablamos por teléfono todavía no la conocía. Es más, que me habían fijado la entrevista para conocerla a última hora de la tarde. Después palidece. ¿Y si han hablado ya? En ese caso seguro que ahora Niki se estará preguntando: ¿por qué no me lo habrá dicho? De ser así, ¿qué puedo decirle? Dios mío, pero ¿qué estoy haciendo? Me estoy volviendo como Pietro. ¿Busco excusas antes incluso de que me acusen? ¿Intento justificarme solo? ¿De qué? ¿Qué he hecho? Y en un instante vuelve a verse en sueños, con todos sus amigos vestidos de abogados que asienten con la cabeza. Y de nuevo lo declaran culpable.

Así pues, Alex sólo puede hacer una cosa: abre la puerta y la llama.

– Raffaella, ven…

– Sí… Perdona, no quería molestarte, es que me había olvidado de enseñarte éstos -pone sobre la mesa varios diseños-. Es una campaña hecha por otra empresa que ha tenido mucho éxito en Japón.

– Ah… -Alex mira sus diseños, aunque da la impresión de que no los ve-. Oye, ¿por casualidad no conocerás a Niki Cavalli?

Raffaella sonríe de manera ingenua, quizá demasiado.

– No… o, al menos, creo que no. ¿Por qué? ¿Debería?

Alex exhala un suspiro de alivio, pero la duda persiste. No las tiene todas consigo.

– No, no, te lo preguntaba porque…, porque la usamos en una campaña japonesa… LaLuna -y en el preciso momento en que lo dice nota que ese «la usamos» suena de forma terrible en su boca-. Y, además, es mi novia.

Raffaella sonríe.

– Ah, sí… Ya entiendo. Felicidades. Pero no, no la conozco… Lo siento. -Tras encogerse impasible de hombros, abandona el despacho.

¿«Lo siento»? ¿Qué habrá querido decir? Quizá sea sólo una muletilla. Pero bueno, ¿a qué vienen todas estas preguntas? ¿Qué me sucede? Aunque que Niki pregunte sin cesar si hay novedades tampoco es normal. ¿Y esa repentina invitación a cenar? Sí, aquí hay gato encerrado. Pero bueno, una invitación a cenar puede ser sin más un pretexto para celebrar algo, para dar una buena noticia. De repente lo asalta una duda. ¿Y si la novedad la tuviera Niki? Una de esas noticias increíbles que dan un vuelco a la vida y que suelen decirse después de un bonito brindis. «Cariño, tengo una cosa importante que decirte.» Se imagina a Niki mirándolo y sonriendo detrás de la copa de champán. «Alex…, ¡vas a ser papá!» Y eso que he tenido mucho cuidado. Sí, el suficiente. Aunque también podría ser de otro. Y en ese momento reaparecen en su mente sus amigos con las togas de abogados. Sus semblantes son aún más severos y tienen los ojos desmesuradamente abiertos. Culpable por el mero hecho de haberlo pensado. Inspira profundamente, aún más profundamente. Alex sólo está seguro de una cosa: es culpable. ¿Otra vez? Sí. No ve la hora de salir a cenar con Niki. Después, su mirada se posa en su escritorio. Los últimos diseños de Raffaella. Y la nota sobre la agenda: cena con Niki a las nueve y media. Imposible. Hay algo que no encaja.