– Si has pensado eso de mí es porque tú has hecho algo antes… Cuando uno sospecha es porque no tiene la conciencia tranquila.
Alex se sorprende.
– ¿Yo? -Por un instante le viene a la mente Raffaella, pero entiende que eso no tiene nada que ver con ella. Después reaparecen sus amigos vestidos de abogados, que asienten con la cabeza. Alex se deshace de ese pensamiento-. Eso no lo digas ni en broma, Niki. ¿Cómo se te puede haber ocurrido una cosa así?
– Porque tú lo has pensado de mí… -Mientras habla se le saltan las lágrimas, aunque se quedan así, suspendidas, retenidas por sus grandes y espléndidos ojos, como si fuesen pequeñas burbujas a punto de reventar.
Alex alarga la mano a través de la mesa y toma la de Niki, la aprieta con fuerza y se siente un miserable por haber pensado una cosa como ésa.
– Perdóname, cariño…
Niki lo escruta sin pronunciar palabra, sin saber a ciencia cierta qué decir, el labio inferior le tiembla. Siente una punzada inusual en el corazón. Un vacío bajo sus pies. El equilibrio que se tambalea. El deseo de saltar por encima de la mesa para abrazarlo a la vez que la rabia por haber dudado de ella de una manera tan estúpida.
– No sé qué me ha sucedido, Niki, jamás se me había ocurrido una cosa así. Quizá sea culpa de Camilla, que, de repente, ha dejado a Enrico y se ha escapado con un desconocido… Ver cómo se derrumba lo que me parecía una certeza… Ellos, que además están casados…
– En mi vida te haré una cosa así… Nunca te decepcionaré de esa forma. No necesito prometer nada al Señor para mantener lo que siento en mi corazón. Pero bueno, si llega a ocurrir serás el primero en saberlo.
Alex cambia de silla para acercarse a ella. El dueño los ve desde la caja, los observa por un momento, masculla algo y vuelve a concentrarse en sus cosas. Los dos se dan cuenta, aunque es Alex el que lo expresa en voz alta.
– Oh…, ahora entiendo por qué se llama así este sitio: ese tipo es demasiado curioso… Nos tiene… ¡entre ceja y ceja!
Niki suelta una carcajada, algunas lágrimas se deslizan por sus mejillas, empieza a sorber por la nariz, se echa a reír de nuevo y se suena con la servilleta. Ríe, llora y se siente como una idiota. Al final se queda mirando la servilleta.
– Lo sabía… ¡Se me ha corrido el rímel, vaya!
Con un dedo, Alex le acaricia la mejilla con delicadeza y a continuación le besa levemente los párpados.
– Perdóname, cariño, me siento culpable por haberlo pensado… -La estrecha entre sus brazos y respira con la cabeza hundida en su pelo. Ella sigue temblando. La siente cálida, tierna, frágil, pequeña, y en un instante piensa que lo único que quiere hacer en este mundo es protegerla, amarla sin preocupaciones, sin problemas, sin dudas, entregarse a ella en cuerpo y alma. Sí, vivir exclusivamente para verla sonreír. Alex la abraza más fuerte y le susurra-: Te quiero… -Y a continuación se aparta y la ve sonreír con los ojos de nuevo brillantes, sólo que esta vez de felicidad, de nuevo parecen tranquilos y confiados. Y es cosa de un instante, de ese instante. Decide desentrañar la duda: ¿ahora o nunca? Se decide. Ahora. Saltar. Ahora. Está sereno, tranquilo, y vuelve a su sitio mientras Niki empieza de nuevo a parlotear.
– ¿Sabes? No me lo podía creer… Quiero decir, por un lado me gustaba la idea de que frecuentases conmigo la universidad… Incluso he llegado a pensar que me encantaría estudiar contigo… Que fueses mi compañero…
Todavía ignora lo que Alex acaba de decidir, porque a veces las decisiones, poco importa que sean graves o pequeñas, se toman por las razones más variopintas y nadie sabe verdaderamente cuál ha sido el instante, la sensación, la molestia o la conmoción que nos ha empujado a hacerlo. Y, sin embargo, ocurre. Como en ese caso. Alex la ve sentada enfrente de él y le parece mayor, suya para siempre. La mira con otros ojos y simula escuchar; asiente, feliz de la decisión que acaba de tomar. Ahora. Para siempre. A saber si ella se habrá percatado de algo, si podrá adivinar lo que piensa, su espléndida decisión…
¿Cuál será su respuesta? Pero, sobre todo, lo que es más importante, ¿cómo se lo pido?
– ¿Alex?
– ¿Eh?
– ¿En qué estás pensando?
– Te estoy escuchando…
– Mentiroso… -No obstante, Niki no insiste en esta ocasión, ha recuperado la calma. Coge el DVD de La espía que me amó-. Tenemos que verla… El tipo de la tienda me ha asegurado que es fantástica… Es una de las mejores de Roger Moore, aunque la verdad es que dudaba si regalarte otra…
– ¿Cuál?
– Austin Powers 2: La espía que me achuchó. Estabas tan cómico en la facultad… -Ríen y bromean.
Viendo que la tormenta ha pasado, el propietario se acerca de nuevo a la mesa.
– Entonces, ¿ya sabéis qué pedir? Si no, la cocina cierra…
Por fin asienten con la cabeza divertidos, juegan con el menú, hablan de tonterías, comentan, piden y a continuación cambian de idea obligando al dueño a tachar lo que acaba de escribir en su cuaderno y a anotar otra cosa. El hombre resopla.
– Está bien, ya basta, yo ya me he decidido. Ensalada de frutos del mar.
– En ese caso yo pediré lo mismo.
– ¿Te apetece pescado al horno?
– Sí, perfecto.
– Está bien, entonces quizá el más fresco que tenga, para dos, y un poco de vino blanco…
– ¿Qué os apetece?
Alex la mira por un instante.
– ¿Qué te parece si cenamos con champán?
– Oh, sí, me encanta.
– Muy bien, pues en ese caso una botella de champán francés, bien fresca, eso sí.
El propietario se aleja satisfecho. A veces esas peleas… ¡Si después
hacen las paces así! Niki mira a Alex y asiente convencida con la cabeza.
– Has entendido que debes ganarte mi perdón, ¿eh?
– Ya… -Alex esboza una sonrisa sin saber muy bien por qué ha pedido el champán. Se le ha ocurrido así, embriagado por el momento, por la alegría de haber salvado lo que podría haberse convertido en una velada terrible terrible.
El propietario vuelve en un abrir y cerrar de ojos con una botella de agua mineral.
– Por el momento os dejo ésta -y se aleja sin más.
Niki hace ademán de cogerla para servirse, pero Alex se le adelanta.
– Gracias… -le dice ella risueña.
– De nada…, faltaría más.
– Me encantan todas estas atenciones. ¡Deberías venir más a menudo a la facultad! -Tras beber un poco vuelve a dejar el vaso sobre la mesa-. Mmm. ¿Sabes que casi me muero de la risa?
– ¿Cuándo?
– ¡Cuando el profesor Borghi estuvo a punto de atropellarte con su coche!
– ¡También te diste cuenta de eso!
– ¡Te había visto ya frente a mi casa!
– ¿De verdad?
– Claro, esperaba que me llamases… Hasta llegué a pensar que me había equivocado, pero después te vi aparcar en la facultad.
Alex reflexiona mientras bebe… Se ha percatado de todo, es increíble. ¿Por qué? ¿A qué se debe tanta atención? Oculta algo… Pero en un instante sus temores se desvanecen y vuelve a sentirse feliz de su decisión. Llega el champán, lo descorcha y lo sirve en las dos copas. Alex levanta la suya y busca la mirada de Niki. Ojos. Silencio. Después una sonrisa.
– Amor mío…
– ¿Sí?
– ¡Me gustaría poder pasarme la vida espiándote!
Ríen, brindan y beben mirándose a los ojos. De los altavoces del restaurante llega de improviso una canción: «La felicidad es no pensar en nada, eh… La felicidad es algo inconsciente. La felicidad es un beso de la fortuna en la frente.» Es cierto. Es justo como canta Paola Turci. La felicidad consiste en sentirse bien así, por el mero hecho de estar juntos. Claro que la felicidad es también mucho más, es poder decirle algo al otro. A Alex le encantaría poder revelarle su decisión, pero para eso necesita una idea verdaderamente extraordinaria. Algo diferente de Entre Ceja y Ceja. Algo distinto del simple letrero de un restaurante del centro de la ciudad. Le aprieta de nuevo la mano y siente un agradable estremecimiento. Como cuando sabes que todo irá bien.