– Buenos días, ¿eh?… ¿Has dormido bien?
– Más o menos…
– No sé por qué, pero creo que volverás a meterte en la cama…
– De eso nada, yo también tengo que salir.
Niki acaba de servir el café y vuelve a sentarse.
– Aquí tienes la leche caliente, aquí la fría y aquí las galletas de chocolate que compré el otro día. Están riquísimas, pero he visto que no las has abierto.
Alex apoya la jarra en el borde de la taza y se sirve un poco de leche. Niki se acerca su taza a la boca y a continuación sonríe casi oculta por la misma.
– ¿Te acuerdas de éstas, cariño?
Alex coge la taza y la hace girar entre las manos.
– ¿Éstas? ¡No las he visto en mi vida!
– ¡Pero, cariño, si son las que compramos la primera vez que nos fugamos a París! ¿Te acuerdas? Cuando te las regalé me dijiste: «Un día desayunaremos con estas tazas sentados a la mesa de nuestra propia casa.» ¿Recuerdas?
Alex da un sorbo a su capuchino y niega con la cabeza, risueño.
– No…
– Mientes. Bueno, da igual, no lo he dicho con segundas.
Alex casi se atraganta. Coge una galleta de chocolate, se la lleva a la boca y empieza a masticarla.
– Mmm…, qué buena…
– Ya lo creo… Bueno, yo me marcho, hoy tengo clase y será demasiado… -Niki coge la chaqueta del armario y se la pone-. Ah, a propósito, no creo que esta noche me quede a dormir; iré a casa a estudiar, luego al gimnasio y después cenaré con mis padres. Tengo la impresión de que el hecho de que me quede a dormir de vez en cuando en casa de «Olly» los está exasperando un poco.
– ¿Por qué?
– Porque han entendido de sobra que «Olly» eres tú.
– Ah…, claro…
Alex se queda con una galleta a medio morder en la boca. Niki le sonríe y hace ademán de salir.
– Oye, no bebas demasiado café, que luego no duermes por la noche…, ¿eh? lo mira con intención.
Alex se hace el sueco.
– Sí, tienes razón. Ayer me bebí el último demasiado tarde, cuando estaba en el despacho…
Niki reflexiona por un momento y luego se detiene.
– Oye, Alex… No, nada.
Él se levanta y se encamina hacia ella.
– ¿Qué pasa, Niki? Dime.
– No, no, nada… -Hace ademán de abrir la puerta. Alex se lo impide y se planta delante de ella.
– O me lo dices o te haré llegar tarde a clase. Venga, ¿qué te ronda por la cabeza?
– ¿A mí?
– Pues sí… ¿A quién, si no?
Niki sonríe.
– Siento curiosidad. ¿En qué pensabas esta noche mientras mirabas cómo dormía?
– Ah… -Alex exhala un suspiro y se dirige hacia la mesa-. Y yo que creía… -Se sienta y le sonríe-. Pensaba en la suerte que tengo.
Pensaba: esta chica es realmente guapa. Y además pensaba en el momento que estamos viviendo y que… Mira, casi tengo miedo de decírtelo.
Niki se acerca y lo observa con ojos exultantes, resplandecientes, llenos de entusiasmo.
– No tengas miedo, cariño, te lo ruego, dilo.
Alex la mira a los ojos, inspira profundamente y al final lo suelta.
– Pues bien, que jamás he sido tan feliz en mi vida.
– Amor mío, eso es maravilloso -Niki lo abraza extasiada, y llena de entusiasmo.
Alex la observa con disimulo mientras ella permanece entre sus brazos. Está un poco enfadado consigo mismo. Le gustaría haber dicho algo más. Pero aun así sonríe, no muestra lo que piensa. Niki se separa de él.
– Bueno, me marcho; si no, llegaré realmente tarde. -Le da un beso fugaz en los labios-. ¡Te llamo luego! -y sale dejándolo así, con media galleta en la mano y media sonrisa en la cara.
– Sí… Adiós, cariño…
Recuerda por un instante la canción de Mina: «Ahora o nunca, te lo ruego. Ahora o nunca más, estoy segura de que tú también me amas.» Sonríe y se come el último trozo de galleta. Debe dar ese salto, ahora o nunca. Bueno, tampoco es realmente así. Todavía hay tiempo. Apura el capuchino. Al menos un poco, espero.
Tres
El vestíbulo del edificio es inmenso. Todo está pintado de blanco y la luz es abundante y difusa. Los suelos son de resina y transmiten una sensación casi lunar. Una gran escalinata en espiral abraza una de las paredes en su ascenso. Las gigantografías de las campañas publicitarias de las colecciones de otros años están colgadas por todas partes, dando testimonio de la importancia y la solidez de la casa de modas. Al otro lado de las puertas de cristal, dos jóvenes agraciadas y bien vestidas reciben a los recién llegados. Están sentadas frente a sendos pequeños escritorios y ambas tienen el portátil abierto y el teléfono inalámbrico a su lado. Junto a la recepción, una barra de bar ofrece un poco de todo para entretener a los invitados que deben esperar. Al otro lado hay una larga mesa baja de madreperla con varias revistas de moda y unos cuantos periódicos desperdigados por encima, y delante, un sofá blanco, comodísimo e inmenso. Dos mujeres de unos cuarenta años aguardan sentadas en él. Lucen unos trajes de chaqueta ajustados y unas botas beis con tacón de aguja. Van bien maquilladas y peinadas, y una de ellas lleva un maletín de piel. Hablan de manera sofisticada y parecen ignorar a propósito lo que sucede a su alrededor. En un momento dado, una de ellas mira su reloj y sacude la cabeza. Salta a la vista que alguien les está haciendo esperar demasiado.
Las puertas de cristal se abren de golpe y entra una guapísima chica de color vestida sencillamente con un par de vaqueros, un suéter y unas zapatillas de deporte. La siguen varias mujeres con algunas perchas que acaban de descargar del Suv que está aparcado delante de la entrada. La chica se sienta en el sofá junto a las dos señoras, que de inmediato la observan tratando de mostrar indiferencia. La saludan con frialdad y a continuación retoman su conversación. Ella les devuelve el saludo con una sonrisa y comprueba aburrida su móvil. Mientras tanto, las mujeres que la acompañan siguen descargando los vestidos cubiertos con plásticos. Tal vez se trate de una modelo que deba desfilar para algún cliente.
Olly camina arriba y abajo, nerviosa. Trata de mantener la calma. Ha elegido con esmero todos los detalles de su indumentaria. Viste un par de pantalones blancos preciosos, una camiseta y una cazadora ajustada de color lila con un gran cinturón. Lleva una carpeta con varios dibujos y fotografías impresas en un soporte rígido. Y, claro está, el curriculum que mandó con anterioridad junto a la solicitud para poder realizar las prácticas. El corazón le late a toda velocidad. ¿Cómo irá la entrevista? Quién sabe cuántas preguntas le harán. A pesar de que pagan una miseria por las prácticas, éstas pueden suponer una buena ocasión para ella. Pasar unos meses allí, trabajar en alguna campaña, ganarse la simpatía de alguien, todo eso podría abrirle numerosas puertas. Incluso la posibilidad de conseguir un trabajo de verdad. Ojalá.
La chica de color se levanta del sofá. Una de las dos recepcionistas le ha indicado que se acerque con un ademán. Olly consigue oír lo que dicen: la están esperando en el piso de arriba. Se vuelve y les dice a las mujeres que están con ella que la sigan. Acto seguido, empieza a subir la escalera con unos movimientos elegantes e inequívocos.
Caramba, piensa Olly, es despampanante. Pero ¿y yo? ¿Cuándo me tocará a mí? Mira el reloj. Son ya las seis. Me dijeron que viniera a las cinco y media. Uf. Hasta los zapatos empiezan a dolerme. Los llevo puestos desde esta mañana. No estoy acostumbrada. Los tacones son demasiado altos. Lanza una última ojeada a la modelo, que en esos momentos desaparece en lo alto de la escalinata. Menuda suerte tiene de llevar zapatillas de deporte. Pero ella tiene la vida resuelta. Ya trabaja.
Al cabo de unos instantes, una de las dos recepcionistas se asoma.
– Perdone, señora Crocetti…
Olly se vuelve. -¿Sí?