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– Perdona, cariño, pero no sé qué me ha pasado… Tengo fiebre… Me sentía mal y ella me ayudó. Es doctora; mi médico, vaya…

Susanna ni siquiera escucha la mentira absurda de Pietro. Mira a la mujer por unos segundos. Lo que más le molesta es que es más joven que ella. Y encima, fea. Eso la cabrea aún más. Coge la ropa de la mujer y se la arroja a la cara.

– Desaparece. -Le gustaría añadir algo más, pero no puede.

La mujer se levanta de la cama medio desnuda y se desliza fuera de la habitación bajo la mirada curiosa del fontanero que, con un ligero embarazo, se dirige a Susanna:

– Lo siento, señora… Si quiere, yo también me voy…

– ¡No, no! A saber cuándo lo vuelvo a encontrar… Venga, el cuarto de baño es el de mi hijo mayor. -Susanna sale del dormitorio y se dirige a la última habitación que hay al fondo del pasillo-. Es éste. ¿Ve el desagüe de la ducha? El problema debe de estar debajo… El agua no corre bien y crea humedades… Arréglelo, por favor.

– Como quiera.

Un tanto perplejo, el fontanero deja su bolsa en el suelo, saca sus herramientas, entre las cuales hay varios destornilladores, un metro y una llave inglesa especialmente grande, y empieza a desmontar la rejilla del desagüe.

– ¿Dónde está la llave de paso, señora?

– Detrás de la puerta.

– Ah, sí, ahora la veo. -El fontanero la hace girar rápidamente, y cierra el paso del agua.

Justo en ese momento Pietro, que mientras tanto ha vuelto a vestirse, entra en el cuarto de baño. -Lo siento, cariño… No pensé que podías volver…

– Sí que debes de sentirlo, sí, ¡te he arruinado el plan!

– No, no quería decir eso… -A continuación se dirige al fontanero-: Y usted también… No hay manera de encontrarlo… y se le ocurre venir precisamente hoy, ¿eh?…

Al oír esta última salida Susanna pierde los estribos.

– ¡Al menos ten la decencia de callarte!

Coge la enorme llave inglesa que hay en el suelo y trata de golpear con ella, a Pietro, que, sin embargo, la ve en el último momento y la esquiva inclinándose hacia la izquierda, de manera que recibe el golpe en la frente, justo encima del ojo derecho.

– ¡Ay!

– ¡Yo te mato! ¡Maldito, maldito!

El fontanero la sujeta por detrás.

– Calma, señora… Calma, calma… Que si no acabará en la cárcel. -Consigue arrebatarle la llave inglesa de las manos-. ¡Ya me parecía a mí que se lo había tomado demasiado bien!

Pietro se encamina hacia el salón tambaleándose. Susanna lo mira sin experimentar la menor emoción.

– Desaparece para siempre de mi vida.

Treinta y dos

Pietro aparta las manos de los oídos justo a tiempo de oír esas últimas palabras.

– ¿Lo entiendes, Alex? ¿Lo entiendes? ¿Lo entiendes? Quería matarme…

Alex se ha quedado de piedra.

– No, no lo entiendo, ¡sólo alcanzo a comprender lo imbécil que eres!

– ¿Qué quieres decir?

– Además de que no deberías haberla engañado como has hecho siempre… ¿Encima lo haces en tu propia casa?

Flavio interviene:

– Es lo mismo que le he dicho yo. Querías que te descubriera, no sabías cómo decírselo y encontraste esa solución…

– Vaya con el psicólogo… El fantathriller sentimental… Me pilló y punto…

– Lo he entendido de sobra, pero ¿no podías llevarla a otro sitio, dado que no eras capaz de contenerte?

Flavio niega con la cabeza.

– Yo no podría hacer una cosa semejante…

– Porque sois demasiado calculadores. Cuando la pasión te arrebata de esa forma… Nos llamamos para tomar un café. Estábamos al lado de casa. ¿Te apetece subir? Venga… En esos momentos es de mal gusto buscar una habitación de hotel…

– ¡Pietro! -grita Alex-. ¿De mal gusto? ¡Estás hablando de tu matrimonio! ¡Tienes dos hijos!

Enrico vuelve a entrar en el salón.

– Y yo tengo una que acaba de dormirse… ¿Podríais hacerme el favor de no gritar?

Alex exhala un suspiro.

– Y yo que pensaba que Flavio y tú os habíais peleado. Habría sido mejor.

Flavio lo mira crispado.

– ¿Y quién habría ganado?

– Imbécil… -Pietro se masajea la frente-. Pareces Susanna. ¿Sabes lo que me dijo? «Sólo quiero saber una cosa: ¿por qué cuando estábamos juntos nunca encendiste una vela, creaste un poco de ambiente, pusiste un poco de música o descorchaste una botella de champán?»

– ¿Eso te dijo?

– Sí, antes de echarme de casa para siempre.

– Entonces quizá todavía puedas remediarlo…

– Llevo toda la tarde intentándolo. Pero no hay modo de que ceda.

– Por supuesto, pero ¿es que crees que basta con una tarde?… Bueno…, yo creo que está claro… Todavía está alterada.

– Alterada… Querrás decir que no razona. Tengo dos maletas en el coche. Ha cambiado la cerradura de casa y ya he recibido la llamada de su abogado. No puedo acercarme a mi mujer… Y pensar que el abogado era también amigo mío…

– ¡Pues menudo amigo!

– Pues sí… Lo que ocurre es que una vez le conté a Susanna que antes de conocerla había tenido una aventura con la novia del susodicho abogado y ella lo llamó ayer, se lo dijo y después le pidió que se ocupara de nuestro asunto. ¡Aceptó de inmediato! ¡Imaginaos…!

– ¡De eso nada, imagina tú! Pero ¿por qué se lo contaste?

– ¡Porque sucedió hace años!

– ¿Y eso qué tiene que ver? El tiempo no cuenta cuando se trata de amor…

– Creía que Susanna y yo éramos cómplices, un equipo…

– Sí, claro, y tú no le ocultabas nada, ¿verdad?

Pietro mira a sus amigos.

– Escuchad, pensaba que entre ella y yo existía un acuerdo tácito.

Todo el mundo engaña a todo el mundo. Y todos fingimos no ver, no oír… ¿Sabes cuántas veces me he tirado a mujeres que segundos antes les habían jurado a sus maridos por teléfono que los querían con locura? Varias de ellas incluso con un niño en la barriga… Mujeres embarazadas, ¿entendéis? Que, sin embargo, no saben renunciar al sexo… ¡Igual que nosotros!

Alex niega con la cabeza, asqueado.

– No, en eso te equivocas, di mejor que igual que tú. En mi caso, después de romper con Elena no sentí deseos de estar con nadie hasta que me enamoré de Niki. Me enamoré, ¿comprendes? Y no la he engañado ni una sola vez desde que salimos juntos.

– ¿Y cuánto tiempo hace de eso?

– Casi dos años…

– ¡Sí, pero tú no estás casado! Ponte en mi lugar. La he visto a diario durante doce años, una semana tras otra, un mes tras otro, un año tras otro. Ya veremos qué eres capaz de inventarte tú… Espero que me lo cuentes… ¡Si lo consigues, claro! Me considero un modelo a seguir. ¡Es todo un éxito llegar a donde he llegado yo! Míralo a él -y señala a Enrico, que lo mira sorprendido.

– ¿Qué pasa? ¿Tienes algo que decir sobre mí?

– ¿Siempre has sido fiel?

– Siempre…

– ¡Y lo has pagado bien caro! Ella se marchó con un desconocido hace diez días… ¡Piensa en la cantidad de polvos que te has perdido!

Alex no está dispuesto a seguir escuchándolo.

– Oye, Pietro, me parece que tienes un problema… Lo nuestro no es una lucha. Debe de haberte ocurrido algo, hay mucha acritud en tus palabras.

Pietro abre los brazos.

– Te equivocas, es mi manera de pensar… Nada de traumas de adolescencia.

Flavio se sirve un poco de cerveza.

– Eso es lo que tú te crees. A menudo no somos conscientes, pero el sufrimiento que nos produce lo que nos sucede nos lleva a suprimirlo o a rechazarlo de plano…

– No, mira… -Pietro se quita el paño de la cabeza-. Soy tan consciente como real es el chichón que tengo en la frente… Todo es una gilipollez. Y uno se va dando cuenta a medida que pasa el tiempo. Tú y Cristina seguís juntos por miedo, Flavio…, ¡como muchísimas parejas! Vuestro amor no es verdadero. ¡Es puro terror! Pensaba que Susanna y yo habíamos encontrado un equilibrio tácito. Pero no era así. ¿Sabéis lo que os digo? Mejor… -Se levanta y se pone la cazadora-. A partir de mañana empieza una nueva vida. ¡Quiero tener mi propia casa! Quizá un loft, ambiente joven y mujeres, ya sabéis… Diversión… ¡Y ninguna responsabilidad! -Sale y cierra la puerta a sus espaldas.