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– No te creo… -Luca se echa a reír-. Yo, cuando me aburro de estudiar…, ¡me masturbo!

– ¡Luca! -Barbara se vuelve y le da un golpe en un hombro-. ¿Te das cuenta de la gilipollez que acabas de decir?

– ¡Pero si es cierto! ¿Es un desahogo! Me he enterado de que les pasa a muchos chicos…, ¡sólo que ellos no tienen el valor de decirlo, y yo sí!

Marco se ríe.

– Sí, el masturbador valiente.

A Barbara no le divierte en lo más mínimo.

– Entiendo, pero ¿en quién piensas mientras lo haces?…

– Perdona, pero ¡¿estudias filología y te masturbas?! -se entromete Guido-. Como mínimo piensas en Nicole Kidman…

Barbara no entiende ni una palabra.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Bueno, interpretó el papel de Virginia Woolf y está como un tren.

Barbara baja del muro y sacude la cabeza.

– Estáis enfermos… ¿Te das cuenta de los tipos con los que salimos, Sara?

– Y nosotras que pensábamos que eran los dos últimos poetas… ¡De eso nada! ¡Los dos últimos guarros!

– Venga, cariño, no digas eso -Marco prueba a coger a Sara, que lo esquiva-. Niki, trae la tarta, que será mejor…

– Sí, guapa…, ¡a ver si al menos os dulcifica un poco!

Niki se divierte presenciando esa lucha entre sexos.

– Sí… Os prepararé un tiramisú delicioso… ¡Si estudiáis mucho lo vais a necesitar!

Niki se aleja riéndose. Camina por las avenidas de la universidad. Contempla el cielo de color azul intenso, bonito, despejado. Un viento todavía cálido barre los patios, algunos pájaros rezagados pasan veloces tratando de dar alcance en vano a la última bandada que partió hace ya tiempo. Un momento sencillo y hermoso, de esos que se producen inesperadamente y que te hacen sentir en paz con el mundo. Por ningún motivo en particular. La vida sin más. Niki sonríe mientras le vienen a la mente algunos pensamientos ligeros. Sus nuevos amigos son geniales, alegres y sinceros. Bromean y se ríen sin preocupaciones, sin penumbras. Luca, Barbara, Marco, Sara y Giulia, que siempre ha estado sola. A saber cuánto durarán las dos parejas, aunque parecen muy unidas. Cuando una historia funciona salta a la vista, esa alegría amorosa, esas peleas entre bromas son la carga necesaria, el empuje que les da energía. Cambios, sueños, planes… No ponerse límites, pensar siempre de manera positiva, que todo es posible. Que no hay ningún obstáculo… Niki contempla en silencio el delicado atardecer y, de repente…, ¡pum!, oye algo parecido al disparo de un cazador. Y todos sus pensamientos huyen apresuradamente, asustados, como una bandada de pájaros posados en las ramas de un árbol. Un rápido aleteo en el cielo y todo se pierde en ese pálido sol que se encuentra en el lejano horizonte.

Él está allí, sentado en su moto. La ve y esboza una sonrisa. Niki no.

– ¿Qué haces aquí?

– Quería disculparme.

Guido baja de la moto y sólo entonces Niki se percata de que lleva una flor en la mano.

– Es una caléndula. ¿Sabes lo que significa? Dolor y disgusto y, por tanto, arrepentimiento. Se abre por la mañana y se cierra por la noche. Como si saludase y llorase todos los días la partida del sol…

– ¿Me pides disculpas? ¿Por qué? ¿No era cierto lo que me contaste?

– Sí, sí que lo era.

– En ese caso, ¿por qué te disculpas?

Guido esboza una sonrisa.

– ¿No quieres esta flor?

Niki la coge.

– Gracias.

Guido la mira.

– Cuando era pequeño pasaba los veranos en Ischia, y a la playa iba también una chica. A veces nos mirábamos durante todas las vacaciones sin dirigirnos la palabra. Tenía una sonrisa tan bonita como la tuya…

– Sólo hay un pequeño problema.

– Sí, lo sé: tienes novio…

– No. Nunca he estado en Ischia.

Guido se echa a reír.

– Es una lástima. Te has perdido un sitio precioso. ¡Ya sé que tú no eres esa chica! Sólo es que no me gustaría cometer el mismo error. Jamás he vuelto a verla ni he podido decirle todo lo que me habría gustado…

Niki apoya la bolsa sobre la moto.

– En ese caso, hay otro problema. Tienes razón: tengo novio.

A continuación se inclina y empieza a quitar el candado a la moto.

– Déjame que lo haga yo -Guido le quita las llaves de las manos, se rozan por un segundo, se miran a los ojos y él le sonríe-. ¿Puedo? No creo que haya nada de malo en que te eche una mano.

Niki se incorpora y se apoya en la moto. Guido cierra el candado y se lo mete en el baúl.

– Ya está. Ahora eres libre… En cualquier caso, sabía que tenías novio. Pero quería hablarte de otra cosa. Muchas veces conocemos a una persona de la que no sabemos nada, la miramos, escuchamos lo que los demás dicen sobre ella, quizá nos obligamos a pensar si es adecuada o no para nosotros y no nos dejamos llevar sin más por el corazón…

– ¿Qué quieres decir?

– Que tú creías que ese profesor era sensible, homosexual, y en cambio es un tipo que sale con todas las que pilla, que todos los años cambia de chica, poco importa que sean de su curso o no, lo que no falla es que siempre son más jóvenes que él.

– Es verdad, me equivoqué…

– Pues bien, no siempre tienes a alguien en el momento preciso para decirte lo que no sabes, mostrarte las cosas desde otro punto de vista, evitar que cometas un error e impedir que te dejes engañar por una mera imagen.

– Sí, es cierto.

– De la misma forma, quizá a mí me consideras un mujeriego y por eso no te fías, crees que digo las cosas con la única intención de impresionarte y no porque las pienso sinceramente… Y me encantaría convencerte de lo contrario.

Niki sonríe.

– Me has regalado una flor preciosa.

– En el siglo XIX era el símbolo de los cortesanos aduladores.

– ¿Ves?

– Sí, pero hay una corriente de pensamiento que lo considera también un símbolo del amor puro y eterno. El emblema de Margarita de Orleans era una caléndula que giraba alrededor del sol con el lema: «Sólo quiero seguir al sol.»

– Sea como sea, es una flor preciosa, y…

– ¿Y…?

– Y… -Niki sonríe, segura-. Pues que para arreglar las cosas bastaba con eso, no había necesidad de soltarme todo ese discurso.

– ¡Eso no es cierto! Cometí un error, me marché porque me puse nervioso al recordar la historia del profesor y de Lucilla. El hecho de que, además, lo considerases una persona sensible e inocente me molestó más aún… Y me equivoqué, no supe dominarme, dejé tu bolsa sobre el muro y te abandoné allí en lugar de acompañarte a inscribirte en el examen, que era lo que más me habría gustado hacer en ese momento; en lugar de eso, la situación se complicó y no hice más que estropear las cosas…

Niki no sabe a ciencia cierta qué hacer, se siente ligeramente cohibida.

– Me parece que le estás dando demasiada importancia… Que sepas que yo me sentía culpable…

Guido sonríe.

– Sí, pero no me has regalado flores para remediarlo

– Porque mi sentimiento de culpa no era tan fuerte.

– Vale. Tengo la moto aquí cerca. ¿Puedo acompañarte a casa?

Niki permanece en silencio por un instante. Demasiado largo. Guido comprende que no debe ponerse pesado.

– Acompáñame al menos hasta la piazza Ungheria; a fin de cuentas, vamos en la misma dirección, ¿no?

– Está bien.

Niki abre el baúl, coge el casco y se lo pone. Introduce la llave en el contacto, la gira y el cuadro se ilumina. La moto se pone en marcha. Caramba. Quiere acompañarme a casa. Quiere escoltarme durante un rato. Y sabe dónde vivo. Se ha informado, ha preguntado por mí. Por un instante su corazón se acelera, pero es una emoción extraña. Intenta comprenderla, interpretarla. ¿Miedo? ¿Vanidad? ¿Inseguridad? En ese momento Guido se acerca a ella con una Harley Davidson 883.