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– Kenia, Japón, Brasil…, Argentina. He estado en el punto en el que confluyen ambos países, en las cataratas de Iguazú. Donde se forman unos arco iris mágicos. Donde van a beber los capibaras cansados y los jóvenes jaguares, donde los animales de la selva viven tranquilos.

Luca sonríe.

– Y donde las mujeres de las tribus van a bañarse al atardecer. Todavía conservo las fotos que me mandaste.

– Tienes el alma sucia, era un reportaje fotográfico de inocentes crepúsculos, sobre la mágica armonía que une a los hombres con los animales.

– Bah, puede ser… Yo sólo recuerdo a unas mujeres guapísimas… y, sobre todo, completamente desnudas.

– Porque sólo reparaste en esas…

Barbara da un empujón a Luca.

– Perdona, ¿eh?…, pero ¿dónde están esas fotos? Yo jamás las he visto.

Él la abraza sonriente.

– Las tiré hace dos años… Poco antes de conocerte… -dice, e intenta besarla, pero Barbara se escabulle por debajo.

– Sí, sí, en cuanto vaya a tu casa las buscaré por los cajones…

Luca abre los brazos y, a continuación, se lleva una mano al pecho y levanta la otra hacia el cielo.

– Te lo juro, tesoro… ¡Las tiré! Y, en cualquier caso, era él quien me llevaba por el camino de la perdición…

Barbara lo empuja de nuevo.

– ¿Lo has entendido, Niki? Cuidado con Guido: le gustan la poesía y el surf… pero, sobre todo, las chicas guapas.

Guido abre los brazos.

– No entiendo por qué me describís así… Me matriculé en filología con la única intención de estudiar. Sí…, es verdad, me gusta el surf. Me encantan las olas porque, como decía Eugene O'Neill, sólo somos verdaderamente libres en el mar. Y en lo referente a las chicas guapas…, bueno, es cierto… -se acerca a Niki y le sonríe-, uno las mira… -vuelve a rodearla examinándola de arriba abajo-, observa cómo van vestidas, se divierte apreciando lo que han elegido… Imagina… ¿Para qué sirve una mujer guapa sin más? Para alardear frente a los demás. ¿Y quiénes son los demás? La apariencia por sí sola no basta para vivir. ¿Y la belleza de su espíritu, en cambio? Ésa se reserva a los verdaderos amigos; pues bien, de ésa me gustaría vivir…

Guido tiende la mano en dirección a Niki.

– ¿Quieres que seamos amigos?

Niki lo mira, después observa su mano, luego de nuevo sus ojos. Son bonitos, piensa. Aun así, opta por salirse por la tangente.

– Lo siento…, pero este año he conocido ya a demasiada gente.

– Se encoge de hombros y se aleja.

Giulia baja del murete. -Espera, Niki, te acompaño… Guido se vuelve sorprendido hacia Luca y Marco, que se están riendo de él.

– ¡Te ha ido de pena!

– Gracias a vuestra publicidad…

– Es amiga nuestra…

– Me gustaría que fuese también mi…

– Sí, claro, tu… ¡presa!

Guido sacude la cabeza.

– No tengo remedio… Me juzgáis muy mal… En cualquier caso, la tal Niki ha sido clara como el agua.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno…, casi resulta banal decirlo, pero quien desprecia compra.

– Eh, ¡eso sí que no es de Keats! -Barbara baja sorprendida del murete.

– No…, pero ella me ha retado y, como dice Tucídides: «Sin lugar a dudas, los verdaderos valientes son los que tienen una visión más clara de lo que les espera, ya sea la gloria o el peligro, y a pesar de ello lo afrontan».

Marco se echa a reír.

– ¡Sí, sí, eres un temerario!

Luca asiente con la cabeza.

– A saber si habrías estado dispuesto a enfrentarte a todos esos peligros si Niki hubiese sido un adefesio…

Cinco

Erica alza los ojos del libro que está estudiando para el examen de etnología y antropología cultural. Trata de repetir mentalmente un párrafo que le parece relevante. Se rinde a la mitad y mira la página. Levanta de nuevo los ojos y vuelve a intentarlo. Nada. No le entra. Cuando pasa eso no sirve de nada insistir. De manera que se dirige hacia la cocina, llena de agua el hervidor y espera a que se caliente. Coge la tetera, el azúcar moreno y una cuchara y los coloca sobre la mesa. A continuación busca en la despensa la caja de hojalata donde guarda las bolsitas de las tisanas. La encuentra. La abre. Empieza a elegir. No tiene tantas. Ésta, no. Ésta la bebí ayer. Ésta es insípida. Ya está. Ésta está bien. Grosella, vainilla y ginseng. La saca del papel y espera. Apenas el agua rompe a hervir, apaga el fuego, la vierte en la tetera, mete la bolsita y cubre la taza con la tapa. Pasados los dos o tres minutos de rigor, la levanta, añade el azúcar y se sienta. Sopla un poco para enfriarla y bebe un sorbo. Está rica. Sabe mucho a grosella. Da otro sorbo saboreando la mezcla de aromas. Después mira la taza. Es blanca y tiene un dibujo de flores naranjas en lo alto. Marca Thun. Recuerda perfectamente la noche en que Giò se la regaló. Era antes de Navidad, hace tres años. Él sabía que Erica adoraba las tisanas y todos los utensilios para prepararlas. De manera que apareció con una caja grande de cartón que contenía la tetera, el filtro y la tapa, junto con una mezcla de té blanco, malva y carcadé. A pesar de estar cerrada, se percibía el perfume. A Erica le encantó el regalo. Sencillo pero meditado, elegido con todo cuidado, adrede. Como deben ser las sorpresas hechas con el corazón. Desde entonces la ha usado siempre. Y es un milagro que aún no la haya roto, como, en cambio, suele sucederle con las tazas. Giò. Su Giò. Qué raro. A pesar de haberlo dejado no consigo separarme de él. Las Olas me toman el pelo por eso. Dicen que no lo suelto porque no sé cortar el cordón umbilical. Que lo arrastro como si fuese un felpudo. Pero no es verdad. Quiero mucho a Giò. Es una persona estupenda. Digo yo que tengo derecho a conservarlo como amigo, ¿no? Además, si a él le parece bien… Podría decirme basta, pero no lo hace. Y, en el fondo, ¿qué tiene de extraño? Hablamos, nos tomamos alguna cerveza por la tarde, nos mandamos mensajes, e-mails, chateamos en Facebook, salimos a pasear, vamos al cine, a conciertos. Y punto. No nos acostamos juntos, por descontado. Sólo somos amigos. Mejor dicho, más que amigos, porque ya hemos experimentado lo que significa estar juntos, con todas las complicaciones que eso supone, y ahora nos limitamos a lo mejor. ¿Qué tiene de extraño? ¿Sólo porque no todos son lo suficientemente maduros como para saber transformar una relación de amor en una amistad? Me alegro de no haber perdido a Giò. Erica da otro sorbo a la tisana. Además, ¿qué tiene que ver?, sé que quizá le sienta mal cuando salgo con éste o con aquél, pero yo no quiero tener novio. Y tampoco se lo cuento todo. Ni siquiera a las Olas. ¿Te imaginas, por ejemplo, que Diletta llegase a saber con cuántos chicos he salido desde que ya no estoy con Giò? Me diría que soy una superficial. Que me estoy jugando la reputación. La reputación, ésa es otra. Todo depende siempre de cómo se hacen las cosas. No es cierto. A ellas les resulta demasiado fácil hablar. Niki está con Alex. Olly se ha enamorado de Giampi. Diletta tiene a Filippo. Mantienen una relación. Se han detenido. Han decidido que así está bien, que no tienen necesidad de conocer a nadie más. Pero ¿cómo pueden saber que eso es lo que está bien? Yo, en cambio, quiero entender. Experimentar. Quiero conocer gente. Comparar. Sólo así un día podré saber si he encontrado al hombre más adecuado para mí. Lo reconoceré precisamente por eso: gracias a todos aquellos con los que he salido antes. Además, son historias sin importancia. No hago daño a nadie. Me comporto como los hombres, ¿no? A ellos no se los critica si coquetean con muchas chicas. Es la vieja historia de siempre: lo que hacen las mujeres nunca es destacable; los hombres, en cambio, son unos campeones. Por otra parte, ¿no era eso lo que hacía Olly? Y a todos les resultaba simpática por ello. Pues bien, ahora me toca a mí. Es mi vida y la vivo como me parece. Además, las únicas chicas con las que me llevo realmente bien son las Olas. Las demás son simples conocidas. Con los hombres, en cambio, todo es mucho más sencillo. Son directos, sinceros y simpáticos. Con ellos no hay problemas de competición, no tengo que preocuparme de los celos para conquistar a uno. Somos iguales. Ellos y yo. Y muchas veces son incluso mejores que nosotras, las mujeres. De verdad. Por ejemplo, con Francesco ocurre eso mismo. Me gusta, es simpático, amable, estoy bien con él, pero no es mi novio. Creo que él lo ha entendido y que le parece bien. Además, si me comporto de forma sincera y espontánea, no puede ser un error. El corazón siempre lleva razón. Lo dicen las canciones, los libros, las películas. Bien mirado, lo dice hasta mi libro de etnología.