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Diletta se vuelve de golpe.

– Espero que no me dejes cuando sea así…

– Depende.

– ¿De qué, perdona?

– ¡De que tú no me hayas dejado antes!

El móvil de Diletta vibra emitiendo un leve sonido semejante al tintineo de las monedas.

– ¡Oh, se te está cayendo el dinero!

– ¡De eso nada! Es el sonido de los mensajes; parece el ruido que hacen los céntimos al caer, es genial, la gente se lo traga siempre. ¡Incluso tú! -Diletta abre el móvil y lee de prisa-. Perfecto. Confirmado.

Dentro de una hora en la piazza dei Giuochi Istmici… ¿Sabes qué voy a hacer? Llevaré ese helado tan rico de San Crispino… Nunca lo han probado, todavía se pirran por el chocolate que venden en el Alaska… ¿Qué me dices?

Filippo empieza a canturrear sin apenas escucharla.

– Helado de chocolate con tomate, tú, helado de chocolate… -y hace un amago de morder a Diletta, que se echa a reír.

Abandonan el Pincio abrazados, serenos, ignorando el nuevo e increíble cambio que está a punto de producirse en sus vidas.

Ocho

El despacho de Alex. Todo como siempre. El consabido caos bajo la calma y el control aparentes.

Leonardo entra con un paquete y lo deja sobre el escritorio.

– Buenos días, esto es para ti…

Alex arquea una ceja.

– No es mi fiesta. No me parece que celebremos ningún acontecimiento, no creo haberme olvidado de nada y ni por asomo pienso que tú debas pedirme un favor especial…, ¿me equivoco?

– Desconfiado. -Leonardo se sienta en el borde del escritorio de Alex-. ¿No podría ser simplemente que me alegro de que hayas vuelto y que esté encantado de tenerte de nuevo aquí?

– Ya me lo has demostrado con el aumento… Leonardo esboza una sonrisa.

– No era bastante o, mejor dicho…, sí, es mucho. Pero esto es un pequeño capricho personal…

Alex arquea la otra ceja.

– En cualquier caso, este repentino gesto de afecto me inquieta. -Desenvuelve el regalo y se queda estupefacto-. ¿Un miniordenador y una cámara?

Leonardo está entusiasmado.

– ¿Te gustan? Es el último grito en tecnología, se pueden filmar películas en alta definición y montarlas en el ordenador, elegir las canciones de iTunes e introducir fundidos y efectos directamente de las memorias. Lleva incorporado un software muy sofisticado… En fin, que si quieres puedes filmar una película y proyectarla un instante después, justo como hace Spielberg.

Alex está perplejo.

– Gracias…, pero ¿eso quiere decir que quizá nos dediquemos también a la producción cinematográfica?

– No. -Leonardo baja del escritorio y se dirige hacia la puerta-. Eso sólo significa que estoy encantado de que hayas vuelto y que, si debes hacer una de tus películas sobre la isla, el faro y, en fin, toda esa historia que me has contado…, puedes filmarla tranquilamente desde aquí, sin desaparecer de nuevo.

Leonardo sale del despacho y un segundo después entra Alessia, la leal secretaria y ayudante de Alex.

– ¿Y bien? ¿Te lo ha comentado?

– ¿A qué te refieres?

– A lo del nuevo trabajo, supongo…

– No. Está tan contento de que haya regresado que sólo quería darme un regalo… ¡Esto! -y le enseña la cámara y el pequeño ordenador.

– ¡Fantástico! -Alessia lo coge-. Es la última novedad de Apple, el MacBook Air, es muy ligero. ¿Sabes que tiene un sistema incorporado que te permite montar…?

– Directamente una película…

– Ah, lo sabes… Prácticamente podrías ser el nuevo Tarantino.

– Él ha dicho Spielberg.

– Eso es porque es viejo.

Justo en ese momento entra Andrea Soldini, el magnífico diseñador gráfico publicitario.

– Chicos, mirad esto… Tengo una noticia increíble. -Se aproxima sigilosamente a ellos. Alex y Alessia lo miran. Andrea Soldini saca del bolsillo de sus pantalones un folio doblado-. He encontrado este e-mail…

Alex le sonríe.

– No te cansas nunca, ¿eh?

– Nunca…

Alex rememora por un instante aquella ocasión… Otro e-mail, otra verdad. Una historia ya lejana. Abre el folio que le entrega Andrea Soldini y lo lee al vuelo.

– «A la sociedad Osvaldo Festa…» -Mira a Soldini y a Alessia-. Somos nosotros… «A la vista de sus grandes éxitos internacionales, hemos decidido comunicarles la posibilidad de participar en el concurso para la nueva campaña del coche que estamos a punto de lanzar al mercado…» -Alex lee apresuradamente el resto de las frases y se detiene en la noticia más relevante-, ¡que prevé la realización de un cortometraje! -Luego baja el folio-. Ahora entiendo lo de la cámara y el ordenador… «Estoy encantado de tenerte aquí…» Quiere que trabaje el doble, eso es todo.

Andrea Soldini se encoge de hombros.

– Quizá lo haya hecho sin pensar.

– ¿Él? Lo dudo mucho.

Alessia sonríe, contenta.

– Bueno, es un reto fantástico.

Soldini está de acuerdo con ella.

– ¡Sí! Y sin ese presuntuoso de Marcello. ¡Venga, Alex, será coser y cantar!

Los dos avanzan hacia la salida, pero Alessia se detiene junto a la puerta.

– ¿Sabes una cosa, Alex? Me alegro mucho de que hayas vuelto.

– Sí, yo también… -dice Soldini, y salen sonriendo del despacho y cierran la puerta a sus espaldas.

Alex mira la cámara, después el ordenador y por último la puerta cerrada. Y de repente todo le resulta meridianamente claro. Me están embrollando. Luego lo piensa mejor. Aunque, en realidad, ninguno de ellos me ha empujado o ha insistido para que volviera al trabajo… Si estoy aquí es porque lo he decidido yo. Si estoy trabajando como antes, mejor dicho, mucho más que antes, es por propia elección. Y ahora está a punto de ponerse en marcha un desafío fantástico. De manera que a Alex sólo le resta una última y dramática consideración. Me he embrollado yo solo.

Nueve

Última hora de la tarde. Un bonito sol inesperado contradice las previsiones de Giuliacci, que lo había cubierto con algunas cuantas nubes juguetonas. Pero no. En cuatro zonas distintas de la ciudad, cuatro chicas están subiendo a sus respectivos coches o motos. Cada una de ellas se ha arreglado vistiéndose de forma cómoda, alegre, adecuada para pasar varias horas de absoluta libertad. Zapatillas deportivas, camisetas, cazadoras, gabardinas. En marcha hacia la amistad.

Niki pone en marcha su SH50. Se pone el casco y se ajusta la ropa. Parte como un rayo, como suele tener por costumbre, esquivando por un pelo una bicicleta que pasaba por allí. Con los años, todo se vuelve más difícil. Nuevos Compromisos, otros conocidos, ritmos diferentes. Y a veces uno tiene la impresión de que se ha perdido, de que no ha dado la importancia adecuada a las relaciones. Los sms ya no llegan al ritmo de antes, las salidas nocturnas se reducen, las promesas de volver a verse se posponen por una razón u otra. El período del instituto, durante el que podían pasar juntas tardes interminables, parece haberse perdido en la noche de los tiempos. Eran como una segunda familia y no pueden dejar de creer en eso. Tienen que esforzarse. Defender las relaciones. Renovarlas. Tratar de atravesar el tiempo sin perderse. Pero bueno, lo cierto es que todavía estamos aquí. Las Olas. Dispuestas a dejarlo todo para poder vernos unas horas. Qué maravilla. Tengo muchas ganas de pasear, de reírme sin más, de comer con ellas un buen helado comprado en el Alaska. Sí. Niki esboza una sonrisa. Es cierto.

Olly introduce un nuevo CD en el reproductor del Smart. El «Best of» de Gianna Nannini. Grazie. Gracias, sí. Gracias a nosotras. A nuestro modo de ser. Al hecho de que, a pesar de todo, seguimos aquí, como cuando simulábamos que desfilábamos en la piazza dei Giuochi Istmici. Como cuando fingíamos que dormíamos en mi casa y, en cambio, nos escapábamos a las fiestas. Como el día en que compramos la Moleskine para que cada una escribiese lo que pensaba y pudiésemos leerlo después mientras bebíamos una taza de té. Y el día que la enterramos. Y también la vez en que elegimos nuestro nombre, las Olas, haciendo un montón de suposiciones absurdas con las iniciales de nuestros nombres mientras estábamos sentadas a una mesa de Alaska.