Выбрать главу

– ¡Conque estabais aquf, ¿eh?! -Es Giò, el novio de Erica-. ¡Os he buscado por todas partes!

– Hemos ido a dar una vuelta.

– Sí, lo sé.

Erica se levanta y lo abraza. Se dan un ligero beso en los labios.

– Amor…, me encanta que te pongas celoso.

– De celoso nada, lo que estaba era preocupado. Han hecho una redada en el Eur, estaban haciendo un bum-bum-car, y han arrestado a un montón de gente por robo de coches, apuestas clandestinas y asociación para delinquir.

– ¡Vaya, esto sí que es un auténtico bum-bum! Nada menos que asociación para delinquir. -Olly levanta los pies de la silla y le da un último mordisco al helado-. ¿Y también banda armada?

– Estoy hablando en serio. Me lo ha dicho Giangi que estaba allí, logró escapar cuando llegaron.

– Caramba, entonces es verdad. -Diletta se pone en pie-. Giangi estaba allí.

– Entonces, ¿vosotras también estabais? -Giò mira furioso a Erica.

– Fui con ellas.

– Qué demonios me importa que hayas ido con ellas, no quiero que vayas allí y basta.

– Claro. -Olly menea la cabeza-. Estás celoso de Fernando, el de las apuestas.

– Ya, figúrate… ¡Me preocupo por ella y basta! Imagina que la hubiesen detenido. Porque los han detenido, ¿sabes? ¿O es que no lo entiendes?

– Bueno, si la hubiesen detenido… la hubiesen detenido -replica Olly con calma.

Giò coge a Erica por el brazo.

– Cariño, ¿por qué no me lo dijiste?

Erica se suelta.

– Y dale. Dios, te pareces a mi padre. ¡Déjame en paz! Ya te he dicho que estaba con mis amigas. -Y añade en voz más baja-: Venga, no tengo ganas de discutir delante de ellas, dejémoslo.

– Ok, como quieras.

Suena el móvil de Niki. Ésta se saca del bolsillo del pantalón su pequeño Nokia.

– Caramba, es mi madre, ¿qué querrá a estas horas? Hola mamá, qué agradable sorpresa.

– ¿Dónde estás?

– Perdona, pero ¿ni siquiera me vas a decir hola?

– Hola. ¿Dónde estás?

– Ufff… -Niki resopla y levanta la vista al cielo-. Estoy en corso Francia, tomándome tranquilamente un helado con mis amigas. ¿Qué pasa?

– Menos mal. Perdona, pero acabamos de llegar a casa, tu padre ha encendido la televisión y en las noticias de medianoche han dicho que habían arrestado a varios jóvenes en el Eur. Han dado los nombres y entre ellos estaba también el hijo de esos amigos nuestros, Fernando Passino…

– ¿Quién?

– Sí, ese que a veces sale contigo, ¡venga, no te hagas la tonta! Sabes perfectamente de quién estoy hablando, Niki, no me hagas enfadar. Sé que forma parte del grupo con el que sales. En fin, sólo han dado los nombres de los mayores de edad, como es obvio, pero por un momento he pensado que también tú podrías estar metida.

– Pero ¿tú qué te crees, mamá? Perdona, pero ¿por quién me tomas? -Niki pone los ojos en blanco, sus amigas se acercan a ella curiosas. Niki sacude una mano como diciendo «No sabéis lo que ha pasado»-. ¿Y han dicho por qué los habían arrestado? ¿Qué han hecho?

– La verdad es que no lo he oído bien, algo relacionado con coches, robos o algo así, no lo he entendido bien… Sonaba como a stumpcar.

– Se llama bum-bum-car…

– Eso mismo. ¿Y tú cómo lo sabes?

Niki aprieta los dientes y busca la manera de arreglarlo.

– Es que acaba de llegar Giorgio, el novio de Erica, y nos lo ha contado. Ha oído la noticia en la radio pero nosotras no le creíamos.

Olly y Diletta se ríen por lo bajo. Después Olly imita a un gato resbalando sobre un cristal. Niki intenta darle una patada para que se vaya y no la haga reír.

– ¿Lo ves? No te estoy diciendo ninguna tontería -continúa la madre-. Ya ves que es cierto, que ha sucedido. Oye, ¿por qué no vuelves a casa? Es ya medianoche.

– Mamá, ¿quién hubiese querido tener por hija a Cenicienta? En seguida estoy ahí. ¡Adiós! Besos, te quiero.

– Sí, besos, besos, pero vente para casa, ¿de acuerdo? -Y cuelga el teléfono.

– Joder, entonces es cierto lo que ha dicho Giò.

– ¿Y por qué iba a deciros una mentira? ¿Qué motivos tendría?

– Venga, chicas, vámonos a casa, mañana tendremos más detalles en los periódicos.

Las Olas se dirigen hacia sus ciclomotores y minicoche respectivos.

Olly se monta en su ciclomotor, se pone el casco y lo arranca.

– Una noche floja, ¿eh?

Niki sonríe y se monta en el suyo.

– ¿Sabes lo que pienso? Yo creo que ha sido Giò quien ha llamado a la policía; por lo menos se ha quitado de en medio a Fernando por un tiempo.

Diletta se echa a reír.

– Desde luego, sois unas víboras. He llegado a la conclusión de que, con vosotras, el secreto está en quedarse siempre hasta el final. Por lo menos así no tenéis ocasión de hablar mal de una.

– Ah ¿sí? Bien pensado -replica Niki sonriente-. De todos modos, puedes estar segura de que antes de dormirme le enviaré a Olly un sms con algún chisme sobre ti. Lo siento, no nos lo puedes impedir.

Y mientras lo dice, arranca su ciclomotor, da gas y se va, estirando las piernas, alzándolas al viento, divertida por el hecho de poder saborear esa tonta, pequeña, espléndida libertad.

Ocho

Alessandro está en la terraza. Mira a lo lejos en busca de quién sabe qué pensamiento. Un poco de melancolía acompaña su último sorbo de passito, ligeramente más dulce. Después entra también él en casa, y deja la copa en la estantería, junto a un libro. Esta vez se trata de Aforismos. Arena y espuma, de Gibran. Lo coge y hojea algunas páginas. «Siete veces he despreciado mi alma: la primera, cuando la vi temerosa de alcanzar las alturas. La segunda, cuando la vi saltar ante un inválido. La tercera cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil, y escogió lo fácil. La cuarta…» Basta. No sé por qué, pero cuando estás mal, todo te suena como si tuviese un doble significado. Alessandro cierra de nuevo el libro y se pone a dar vueltas por la casa en busca de Pietro. Nada. No está en el salón. Mira con atención entre la gente, en las esquinas, se aparta para dejar paso a uno que se cruza con él… Ah. No es uno cualquiera. Se trata de Andrea Soldini, y está con una mujer bella, alta. Andrea le sonríe. Alessandro le devuelve la sonrisa pero continúa buscando a Pietro. Nada. En el salón no está. No quisiera que… Abre la puerta del dormitorio. Nada. Tan sólo alguna chaqueta tirada en la cama. También los armarios están abiertos. Va al baño. Intenta abrir la puerta. Está cerrado con llave. Alessandro lo intenta de nuevo. Una voz masculina dice desde dentro.

– ¡Ocupado! Si está cerrado será por algo, ¿no?

Es una voz profunda e irritada de verdad. Se trata de alguien que está realmente ocupado en sus asuntos. Y no es Pietro.

Alessandro va a la cocina, la ventana está abierta de par en par. Una cortina clara y ligera juega con el viento. Y con dos personas. Roza la espalda de un hombre. Lo acaricia casi mientras él bromea con una hermosa muchacha que está sentada con las piernas abiertas en la mesa del desayuno. Él está delante de ella, entre sus piernas. Tiene una mano levantada ante la cabeza de la muchacha y balancea una cereza. La baja poco a poco y luego la sube de nuevo, mientras la chica, que finge estar enfadada, se ríe y se enfurruña porque no consigue cogerla con la boca. Quiere esa cereza, y posiblemente no sólo eso. El hombre lo sabe. Y se ríe.

– ¡Pietro!

Su amigo se vuelve hacia Alessandro, y la muchacha se aprovecha de su distracción para coger la cereza al vuelo, quitándosela de las manos con la boca.

– ¿Ves lo que has hecho? Me ha robado la cereza por tu culpa.

La chica se ríe y mastica con la boca abierta, la lengua se le tiñe y sus palabras se colorean de rojo, de perfume, de deseo, de sonrisa.