– Estoy plenamente de acuerdo con usted, señor Belli.
– Ya. -Entonces Alessandro se sirve un poco de vino y sonríe para sí. ¿No me lo podía haber preguntado antes? Está bien. No debo desesperar.
– Bien, señor Belli, yo me voy para allá. ¿Desea otra cosa mientras cocino?
– No, señora Brighel, tómeselo con calma.
Poco después, regresa a la mesa con una sorpresa.
– Tenga, quiero que pruebe estos langostinos crudos. Me los acaba de traer mi marido, el señor Winspeare. ¿Le ha saludado hoy?
Alessandro acaba de beber un poco de vino. Se limpia los labios.
– No, señora Brighel.
– Ah… pero estoy convencida de que lo hará.
– Eso espero. Lo importante, como para todo, es no tener prisa.
La señora Brighel se detiene frente a la mesa y se seca sus manos nudosas, mojadas todavía de langostinos acabados de pelar.
– Me gusta su filosofía. Sí, antes o después acaba sucediendo. No hay que tener prisa… Tiene razón en lo que dice. -Y regresa a la cocina. Alessandro unta un poco de mousse sobre el pan tostado. Sí, no tener prisa… Prueba un langostino. Buenísimo. Se chupa los dedos y se los limpia con la servilleta. Coge el vaso de vino frío y toma un largo trago. Ya, ¿qué prisa hay? He dejado el trabajo por un tiempo. Necesito mi tiempo. Ya no tenía vida. Leonardo, cuando se lo dije, se echó a reír. Después, cuando se dio cuenta de que iba en serio, se enfadó. Me dijo: «Están a punto de salir otras dos grandes campañas publicitarias, Alex, y sólo están esperándote.» Pero hay un pequeño detalle, querido Leonardo. Yo no estoy esperando por ellas. Yo estoy esperando volver a empezar a vivir, a emocionarme de nuevo, a reír, a bromear, a correr, a saborear cada instante de mi tiempo, a respirarlo todo, hasta el fondo, el tiempo que quiero vivir sin prisa. Sí. Estoy esperando a ese motor amor, te estoy esperando, Niki. Entonces una duda asalta a Alessandro. ¿Y si sus padres hubiesen abierto aquel sobre? ¿Y si lo hubiesen roto junto con su billete para venir hasta aquí? ¿Y si no le hubiesen dicho nada? Yo estoy aquí, lejos, en la isla del Giglio, a cincuenta minutos de Porto Santo Stefano, a casi tres horas de Roma, lejos de todos y de todo, sin trabajo pero con mi vida. Sólo que ella no está. Estoy solo. Guardián del faro. Con la señora Brighel que me prepara unas comidas riquísimas, el señor Winspeare que por el momento no me saluda, y una tabla que no quiere saber nada de hacer surf conmigo encima. Sin prisa… Esperemos. Otro día está a punto de acabar.
Alessandro mira el sol que lentamente se colorea de rojo. Esa gaviota que pasa a lo lejos y una nube ligera, un poco más allá, solitaria, inmóvil.
Entonces sucede de repente. Piiiii. Un claxon. E inmediatamente después, detrás de la curva, ahí está. Un viejo Volkswagen Cabriolet azul, traqueteante, está subiendo por la cuesta. Parece tranquilo, sereno, lo mismo que la chica que lo conduce. Lleva un sombrero en la cabeza, una boina, pero el pelo rubio castaño, libre y salvaje, así como esa sonrisa divertida no dejan lugar a dudas. Es Niki.
Alessandro se levanta y corre a su encuentro. Niki avanza todavía algunos metros, después frena bruscamente y apaga el motor.
– Eh, al final te sacaste el carnet.
– Sí, pero me faltan las últimas lecciones. ¿Sabes?, es que hubo alguien que se fue.
Alessandro sonríe. Después mira su reloj.
– Hace veintiún días, ocho horas, dieciséis minutos y veinticuatro segundos que te estoy esperando.
– ¿Y qué quieres decir con eso? En mi caso hace más de dieciocho años que te espero y nunca me he quejado.
Entonces se baja del coche. Se acercan, se quedan en la carretera, con el sol rojo que ya empieza a desaparecer detrás de aquel horizonte lejano, hecho de mar.
Alessandro le sonríe, le toma el rostro entre las manos. También Niki sonríe.
– Quería ver cuánto tiempo eras capaz de esperarme.
– Si tenías que llegar un día, te habría esperado toda la vida.
Niki se aparta un poco, se mete en el escarabajo y aprieta un botón. Suena una música. She's The One inunda el aire.
– Ya está, empecemos de nuevo desde aquí. ¿Dónde nos habíamos quedado?
– En esto… -Y le da un largo beso. Con pasión, con amor, con ilusión, con esperanza, con diversión, con miedo. Miedo de haberla perdido. Miedo de que a pesar de haber leído su carta no hubiese llegado hasta allí nunca. Miedo de que otro se la hubiese llevado. Miedo de que se le hubiese pasado como un capricho. Y continúa besándola. Con los ojos cerrados. Feliz. Ya sin miedo. Y con amor.
La señora Brighel sale de la taberna con la sopa caliente en el plato. Pero no encuentra a nadie sentado en la silla.
– Pero señor Belli… -Y entonces los ve, al borde de la carretera, perdidos en ese beso. Y sonríe. Entonces aparece a su lado su marido, el señor Winspeare. También él observa la escena. Y menea la cabeza.
Alessandro se aparta un poco de Niki, la coge de la mano.
– Ven… -Y echan a correr hacia el faro. Pasan por delante de la señora Brighel-. Volvemos en seguida, prepare comida para dos. -Se detiene-. Ah, ella es Niki.
La señora sonríe.
– ¡Encantada!
Lo saludan a él también.
– Mire, señor Winspeare, le presento a Niki.
Y por primera vez, el señor Winspeare emite un extraño gruñido.
– Grunf… -Que puede querer decirlo todo o nada. Porque, a lo mejor, sólo se estaba atragantando. Pero podría ser también un primer paso.
Niki y Alessandro continúan corriendo y entran en el faro.
– Mira, aquí está la cocina, aquí la sala y ésta…
– Eh, ¿qué es eso?
– ¿Has visto? He traído también una tabla para ti.
– ¿Cómo también?
– Sí, hay otra también para mí.
– ¿Y lo has conseguido?
– No. Pero ahora que estás tú aquí…
– Entonces tú acabas de darme las clases de conducción y yo empiezo a darte lecciones de surf.
– Ok.
Suben una escalera.
– Éste es el dormitorio… con la ventana que da al mar. Esto es un pequeño estudio y aquí, subiendo esta escalera, está la linterna.
Suben a toda prisa, salen al exterior, se asoman a la terraza. Están muy alto, más alto que todo lo demás. Una brisa cálida, ligera, acaricia los cabellos de Niki. Alessandro la mira mientras ella otea más allá, hacia el mar abierto. La nube aquella, que antes estaba tan lejos, ahora parece cercana. Y la gaviota vuelve a pasar otra vez. Y emite un ruidito. De algún modo, los está saludando, no como el señor Winspeare. Y sigue volando, planeando un poco más allá, en busca de alguna corriente fácil. Más lejos, sobre el horizonte, asoma un último rayo de sol. Cálido todavía, rojo, encendido. Pero se está yendo. Entonces Niki cierra los ojos. Suelta un largo suspiro. Larguísimo. Y siente el mar, el viento, el ruido de las olas, y ese faro con el que tanto había soñado… Alessandro se da cuenta. La abraza despacio por detrás. Niki se abandona. Y apoya la cabeza en su hombro.
– Alex…
– Sí.
– Prométemelo.
– ¿El qué?
– Lo que estoy pensando.
Alessandro se inclina hacia delante. Niki tiene los ojos cerrados. Pero sonríe. Sabe que él la está mirando.
Entonces Alessandro la abraza con más fuerza. Y sonríe él también.
– Sí, te lo prometo… Amor.
AGRADECIMIENTOS
Gracias en particular a Stefano, «el loco», alegre y divertido, que me ha acompañado este verano. Me ha distraído en la campiña toscana haciendo que le contara esta novela en la que creyó desde el primer momento… ¡Claro, como es tan loca!
Gracias a Michele, el viajero. Me ha acompañado en la búsqueda del faro. Lo encontré con él en la isla del Giglio. También me acompañó mientras buscaba lo demás.
Gracias a Matteo y a su gran entusiasmo. La belleza de sus rasgos está muy por encima de mis simples palabras. Siempre me he divertido mucho con él por teléfono y nunca me creí en serio que estuviese en Nueva York. A lo mejor me voy hasta allí para comprobar que de veras trabaja en esa oficina.