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– Claro. Y si había alguna posibilidad de que no me pusiese la multa, la hemos perdido.

– ¡Virgen santa, qué exagerado eres! Te vendrá de una multa. De todos modos, ya te la había puesto… Y, además, tú me has dicho lo mismo a propósito de la rueda de mi ciclomotor.

– Eres imposible, lo has hecho a propósito para podérmelo decir. Así no vamos a llevarnos bien.

– Nosotros no tenemos por qué llevarnos bien. Lo único que tenemos que hacer es intentar no pelearnos… No tener otro accidente. Dime la verdad… estabas distraído, ¿verdad? A lo mejor estabas mirando a alguna chica bonita aprovechando que estabas solo…

– Primero, yo siempre voy solo a la oficina, segundo, no me distraigo con facilidad…

Alessandro le sonríe y la mira con aire de suficiencia.

– Es preciso algo más que una chica bonita para distraerme.

Niki pone cara de fastidio. Entonces se percata de los periódicos que están bajo sus pies.

– ¡Ya sé por qué! ¡Estabas leyendo! -Coge Il Messaggero y lo abre.

– Qué va, sólo les estaba echando un vistazo.

– Justo. ¡Lo sabía, lo sabía, tenía que haber llamado a la ambulancia, a la guardia urbana, no sabes la de daños que te podría reclamar!

– Ah, ¿sí? En lugar de alegrarte de no haberte hecho nada…

– Bueno, una vez que se ha evitado la tragedia, hay que pensar en cómo sacar provecho, ¿no? Todos lo hacen.

Alessandro niega con la cabeza.

– Quisiera hablar con tus padres.

– No te dejarían entrar en casa. Para ellos, su hija siempre tiene razón. Gira aquí a la derecha que ya casi hemos llegado. Mira, mi instituto está al final de la calle…

Niki abre el periódico y ve la foto de los coches destruidos. Después lee el artículo sobre el bum-bum-car. Los ojos se le salen de las órbitas.

– No me lo puedo creer…

– Pues créetelo, eso es lo que estaba mirando… Y ha faltado poco para que tú dejases así mi coche.

– Ya… Quieres tener razón, ¿eh?

– Piensa que hay gente que hace esas cosas en serio, chicos como tú…

Niki lee el artículo a toda prisa, buscando los nombres, los hechos, si se menciona a alguno de sus amigos. Entonces lo ve, Fernando, el que recoge las apuestas.

– ¡No, no es posible!

– ¿Qué pasa? ¿Conoces a alguno?

– No, lo decía por decir. Es que me parece absurdo. Vale, hemos llegado. Para aquí.

– ¿Es ése?

– Sí, gracias. Es decir, en realidad, me lo debías.

– Sí, sí, venga, baja ya que llego tarde.

– ¿Y con el accidente cómo hacemos?

– Toma. -Alessandro busca en un bolsillo de la chaqueta, saca un pequeño estuche plateado y le da una tarjeta-. Aquí está mi número, mi e-mail y todo lo demás. Ya me dirás algo.

Niki lee.

– Alessandro Belli, creative director. ¿Es un puesto importante?

– Bastante.

– Lo sabía, lo sabía, hubiese podido sacarte una pasta. -Niki se baja del Mercedes riendo. Coge el casco, la mochila y también Il Messaggero-. Nos llamamos.

– Eh, ese periódico es mío.

– ¡Sí, y da gracias de que no me lleve también el CD! Hombre distraído que causa dolor a las mujeres… -Cierra la puerta. Después golpea la ventanilla y Alessandro baja el cristal.

– Oye -Niki agita la tarjeta de visita-, aunque esto sea falso me sé tu matrícula de memoria… así que nada de bromas, que conmigo no te vas a ir de rositas. Por cierto, me llamo Niki.

Alessandro asiente con la cabeza, sonríe y después se va a toda pastilla. Llega enormemente tarde.

Varias chicas están entrando en el instituto. Justo en ese momento llega Olly.

– Eh, Niki, las dos llegamos tarde, como de costumbre, ¿eh? Oye, menudo coche bonito. Y a él no he podido verlo bien, pero de lejos parecía guapo. ¿Quién era, tu padre?

– No seas imbécil, Olly. Conoces a mi padre. ¿Qué, quieres saber quién era ése? Pues mi próximo novio. -Y mientras lo dice, Niki la abraza, la sujeta con fuerza y la obliga a subir la escalera corriendo, como hace ella. Nada más llegar arriba, Olly se detiene.

– Pero ¿estás loca? ¡Así nos van a hacer entrar! Podíamos habernos saltado la clase.

– Mira, lee. -Niki le muestra el periódico a Olly-. Un artículo sobre el bbc. ¡Si llegamos a quedarnos un poco más, nos hubiesen cogido!

– ¡Vaya!, es flipante, imagínatelo, nosotras en el periódico. ¡Pasaríamos a la historia!

– ¡Ya. ¡Como máximo a la geografía!

– Calla, calla, que me toca examen. -Y hablando así entran en el vestíbulo justo a tiempo.

El conserje, feliz, cierra la puerta, dejando fuera a alguna que otra tardona.

Trece

Alessandro entra jadeante en la oficina.

– Hola, Sandra. ¿Ha llegado ya Leonardo?

– Hace tres minutos. Está en su despacho.

– Fiuuu…

Alessandro hace ademán de entrar, pero Sandra lo detiene.

– Espera. Ya sabes cómo es. Ahora está tomando su café, hojeando el periódico… -y le señala en la centralita del teléfono que una de las líneas está ocupada-, y haciendo la llamada de rigor a su mujer.

– Ok. -Alessandro se relaja y se deja caer en el sofá que hay al lado. Menos mal. Fiuuu. Pensaba que no lo conseguiría. Se estira un poco el cuello de la camisa, se desabrocha un botón-. Ahora es cuestión de esperar que la llamada a su mujer acabe bien…

– La cosa está complicada -le comenta Sandra susurrando-. Ella se quiere separar, ya no soporta… ciertas actitudes suyas.

– Entonces, ¿va a haber tormenta?

– Depende. Si abre la puerta y me pide que le envíe lo de siempre, tienes alguna posibilidad.

– ¿Lo de siempre?

– Sí, es un código. Flores con una nota, ya las tengo preparadas. -Sandra abre un cajón y le muestra una serie de tarjetas, todas ellas con el nombre de Francesca, cada una con una frase diferente, una para cada día y todas firmadas por él.

– Pero Sandra, ¿sabes que aunque seas su secretaria no debieras curiosear en sus cosas?

– Ya, ¡como si no me hubiese hecho buscar a mí todas las frases! He tenido que rastrear lo mejor de lo mejor de poetas modernos pero desconocidos. Y he encontrado algunas muy bonitas… -Abre una tarjeta-. Escucha ésta… «Estaré hasta cuando ya no me tengas y te tendré aunque no te posea.» Compleja, críptica pero impactante, ¿eh? De todos modos -prosigue Sandra mientras cierra el cajón-, si el que la escribió se hace famoso un día, Leonardo nunca le perdonará haberle robado su frase.

– ¡Dirá que le han copiado su frase!

– De eso puedes estar seguro. Es más… ¡dirá que, justo por ella, el tipo se ha hecho famoso!

Del fondo del pasillo llega un muchacho joven. Alto. Delgado. Con cazadora deportiva. Abundante pelo rubio peinado hacia atrás, ojos azules, intensos, sonrisa hermosa en sus finos labios. Demasiado finos. De traidor. Bebe un poco de agua y sonríe. Desconfiada, Sandra cierra el cajón al vuelo. Ese secreto suyo no es para todo el mundo. Después finge profesionalidad. El tipo se le acerca.

– ¿Nada todavía?

– No, lo siento, sigue al teléfono.

Alessandro mira al joven. Intenta situarlo. Lo ha visto ya, pero no recuerda dónde.

– Vale, entonces esperaremos.

El joven se acerca. Le tiende la mano a Alessandro.

– Mucho gusto, Marcello Santi. -Y sonríe-. Sí, ya sé, estás pensando que me has visto antes.

– En efecto… pero ¿dónde? Soy Alessandro Belli.

– Sí, lo sé. Yo estaba en el despacho del piso de encima del de Elena. Formaba parte del staff superior, recursos publicitarios.

– Sí, por supuesto. -Alessandro sonríe y piensa: he ahí por qué ya lo odio-. Comimos juntos una vez.

– Sí, y yo tuve que irme a toda prisa.

Ya, recuerda Alessandro, y eso supuso que yo tuviese que pagar tu cuenta y la de tu ayudante.