– Vaya coincidencia.
– Sí, también a mí me han llamado para esta reunión.
Los dos se observan. Alessandro entrecierra un poco los ojos, intentando hacerse cargo de la situación. ¿Qué quiere decir? ¿Qué historia es ésta? ¿Está en juego mi puesto? ¿Nos han convocado a los dos para una reunión? ¿Es él el nuevo director que está buscando Leo? ¿Quiere darme la noticia precisamente delante de él? ¿Es decir que no sólo me sacrifica, sino que también ahora me toca ofrecerle la «última cena»? Mira a Sandra intentando entender algo. Pero ella, que ha comprendido perfectamente lo que Alessandro quisiera saber, mueve ligeramente la cabeza y se muerde un poco el labio superior como diciendo: «Lo siento, pero yo no sé nada.» Entonces la luz de la línea externa se apaga de repente. Un momento después, Leonardo sale por la puerta.
– Oh, aquí estáis. Disculpad si os he hecho esperar. Por favor, pasad, pasad… ¿Os apetece un café?
– Sí, gracias, -responde de inmediato Marcello.
Alessandro, ligeramente contrariado porque el otro se le haya adelantado, añade:
– Sí, gracias, yo también.
– Bien, entonces dos cafés, Sandra, por favor y… ¿puede enviar lo de siempre a donde usted sabe? Gracias.
– Desde luego, señor. -Y le hace un guiño a Alessandro.
– Bien, por favor, poneos cómodos. -Leonardo cierra la puerta del despacho a sus espaldas. Los dos se sientan frente a la mesa. A Marcello se lo ve relajado, tranquilo, casi petulante; con las piernas ligeramente cruzadas. Alessandro, más tenso, intenta hallar la postura en aquel sillón que parece escapársele de debajo. Al final, opta por sentarse inclinado hacia delante, con los codos sobre las rodillas y las manos juntas. Se las frota un poco, claramente nervioso.
Marcello se da cuenta y sonríe para sí. Después mira a su alrededor, tomándose su tiempo, buscándolo.
– Es bonito ese cuadro, es un Willem de Kooning, ¿verdad? Expresionismo americano.
Leonardo le sonríe complacido.
En efecto…
Alessandro lo mira y no espera un segundo.
– Ésa en cambio es una lámpara Fortuny, de hacia 1929, creo. La base de caoba es bellísima, una lámpara que tuvo éxito en su época.
– Bravo, así me gusta. Ligeramente competitivos. Y eso que todavía no hemos empezado, todavía no os he dicho nada. De acuerdo, estamos justo en ese momento… El nacimiento. -Leonardo se sienta y pone las manos de repente sobre el escritorio, como protegiendo algo que ellos dos no pueden ver-. ¿Qué hay aquí abajo? ¿Qué estoy escondiendo?
Esta vez, Alessandro es el más rápido.
– Todo.
– Nada -dice Marcello.
Leonardo sonríe. Levanta las manos. Sobre la mesa no hay nada. Marcello deja escapar un ruidoso suspiro de satisfacción. Entonces Leonardo mira fijamente a Alessandro, que le devuelve la mirada contrariado. Sin embargo, Leonardo deja caer de pronto algo de una de sus manos, que mantenía levantadas. Pumba. Un ruido sordo. Marcello cambia de expresión. En cambio, Alessandro sonríe.
– Exacto, Alessandro. Todo. Todo cuanto nos interesa. Este paquete de caramelos será nuestro punto de inflexión. Se llama LaLuna, como la Luna pero todo junto. Y es la Luna lo que tenemos que alcanzar, conquistar. Como el primer hombre en 1969. Aquel astronauta que puso por vez primera el pie en la Luna, enfrentándose al universo y a todos sus secretos… Tenemos que ser como aquel americano, o mejor dicho, debemos hacer frente a los japoneses y, para ser más precisos, debemos «conquistar» este caramelo. Aquí lo tenéis. -Leonardo abre el paquete y vuelca los caramelos sobre la mesa. Alessandro y Marcello se acercan y los miran con atención-. Caramelos con forma de media luna con sabor a frutas, todos diferentes, un poco parecidos a nuestro viejo helado arco iris.
Marcello coge uno, lo mira. Luego mira a Leonardo dubitativo.
– ¿Puedo?
– Por supuesto, probadlos, comedlos, meteos dentro, vivid con LaLuna, aficionaos a ellos, no tengáis ningún otro pensamiento más allá de estos caramelos.
Marcello se mete uno en la boca. Lo mastica lentamente, con elegancia, entrecierra los ojos como si estuviese catando un vino de calidad.
– Hummm, parece bueno.
– Así es, -dice Alessandro, que mientras tanto ha cogido uno a su vez-. El mío es de naranja. -Luego intenta ponerse en plan técnico de inmediato-. Bueno, la idea de las manos que no descubren nada y después dejan caer el caramelo, LaLuna, desde lo alto, no está mal… Pide LaLuna.
– Sí, pero desgraciadamente, ya la usaron los americanos el año pasado.
– En efecto -interviene Marcello-. Las manos eran las de Patrick Swayze. Unas manos bonitas. Las habían elegido por la película Ghost, eran las que modelaban la vasija de arcilla en la escena de amor, las manos que transmitían emociones a Demi Moore. En el anuncio, se veían las manos y nada más. Pagaron dos millones de dólares, sólo por ellas…
– Pues bien -Leonardo se echa hacia atrás en su silla-, a nosotros nos ofrecen catorce. Y además, una exclusiva por dos años de todos los productos LaLuna, TheMoon, en inglés, también. Harán chocolate, chicle, patatas fritas e incluso leche. Productos de alimentación que llevarán encima tan sólo esta pequeña marca. Y tenemos la posibilidad de ganar catorce millones de dólares y la exclusiva. Nosotros. Eso si conseguimos derrotar a la otra agencia que, además de nosotros, ha recibido el encargo de hacer el anuncio. La Butch & Butch… Porque los japoneses, que no son tontos, han pensado que…
En ese preciso momento llaman a la puerta.
– Adelante.
Sandra entra con los dos cafés y los deja sobre la mesa.
– Aquí está el azúcar y la leche. También he traído un poco de agua.
– Bien, servíos. Gracias, Sandra. ¿Ha mandado ya lo de siempre…?
– Sí.
– ¿Con qué frase esta vez?
– «Eres el sol oculto por las nubes cuando llueve. Te espero, mi arco iris.»
– Bien, cada día mejor. Gracias, si no fuese por usted…
Sandra sonríe a Marcello y después a Alessandro.
– ¡Me lo dice cada vez, siempre felicitaciones, aumento de sueldo jamás! -Y da media vuelta sin dejar de sonreír.
– ¡Lo tendrá, lo tendrá, no pierda la confianza! -Entonces Leonardo se sirve un vaso de agua. Al menos tanta confianza como tengo yo, dice para sí, pensando en la frase-. Estábamos diciendo que…
Marcello bebe su café a sorbos, tranquilamente. Alessandro se ha tomado ya el suyo.
– Que los japoneses no son tontos.
– Ya, al contrario, son geniales. En realidad, nos hacen competir con la Butch & Butch, la agencia más grande, nuestra competidora directa, a quien tendremos que enfrentarnos y, sobre todo, vencer. Y si bien puede que yo no sea tan genial como ellos, desde luego no soy ni torpe ni estúpido, y los he copiado… Yo copio siempre. En la escuela me llamaban Copycopy. ¿Que los japoneses nos enfrentan a la Butch & Butch? Bien, yo enfrento a Alessandro Belli con Marcello Santi. El premio son catorce millones de dólares, dos años de exclusiva con LaLuna y, para uno de vosotros el puesto de director creativo internacional, por supuesto acompañado de un óptimo aumento salarial… real.
En un momento, Alessandro lo comprende todo. He ahí el porqué de esa extraña reunión a dos bandas. Entonces siente que el otro lo mira. Se vuelve. Cruzan la mirada. Marcello entrecierra los ojos, saborea el desafío. Alessandro no baja la vista, firme, seguro. Marcello le sonríe con serenidad, falso, convencido, astuto.
– Claro, cómo no, el proyecto es atractivo. -Y tiende la mano a Alessandro, señalando así el comienzo de ese gran desafío. Alessandro se la estrecha. En ese momento le suena el móvil.
– Ops, disculpad. -Mira el número que aparece en pantalla pero no lo reconoce-. Disculpad… -Responde volviéndose ligeramente hacia la ventana-. ¿Sí?
– Hola, Belli, ¿cómo te va? ¡He sacado un siete, he sacado un siete!