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Niki se acomoda en su asiento y mira por el espejo retrovisor. Su madre ya está lejos.

– Una mujer hermosa.

Niki lo fulmina con la mirada.

– No hables de mi madre.

– En realidad era sólo un cumplido.

– Para ti mi madre no existe, ni siquiera para un cumplido.

El móvil de Niki empieza a sonar.

– ¡No! ¡Me está llamando! Demonios, esperaba que me diese un poco más de tiempo… Un poco de calma. Para ahí.

Alessandro, obediente, se detiene en el arcén. Niki le indica por señas que se mantenga callado.

– Chissst -hace. Y abre su teléfono para responder-. ¡Mamá!

– ¿Dónde estás?

– Estoy en casa de Olly. Hoy hemos salido un poco antes.

– Pero ¿cómo? ¿No te acuerdas de que hoy tenía que pasar a buscarte, que dejabas el ciclomotor y nos íbamos a la peluquería?

Niki se golpea la frente con la mano.

– Es verdad, mamá…, demonios, se me había olvidado por completo, disculpa.

Simona, la madre de Niki, mueve la cabeza.

– Ya veo que no estás en lo que tienes que estar. Debe de ser la proximidad de los exámenes o ese novio que no te deja un segundo… ¿cómo se llama?, Fabio.

– Mamá, ¿tenemos que hablar justo ahora? Estoy en casa de Olly. -Niki mira a Alessandro como diciendo: me estoy pasando, ¿verdad?-. De todos modos ya lo hemos dejado.

– Oh, por fin una buena noticia.

– ¡Mamá!

– ¿Qué pasa?

– ¡No me digas eso! ¿Y si vuelvo con él?

– ¡Justamente por eso te lo digo, para que así no vuelvas con él! Además, nos lo prometimos, ¿no? Debemos decírnoslo todo siempre.

– Ok, ok, está bien. Oye, ahora me voy a comer algo con Olly, volveré tarde, no me esperes, ¿de acuerdo?

– Perdona, Niki, pero ¿no tienes que estudiar?

– Adiós, mamá…

También Simona se queda con un móvil mudo en la mano. Su hija ha colgado.

Niki pone su móvil en modo silencio y bloquea el teclado. Se apoya sobre una mano y se vuelve a guardar el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón. Alessandro la mira y sonríe.

– ¿Le dices muchas mentiras a tu madre?

– No muchas… Por ejemplo, es cierto que lo hemos dejado. Y además, ¿a ti qué te importa? Ni que fueses mi padre.

– Por eso mismo te lo pregunto, porque no lo soy. Si lo fuese, nunca me responderías.

– ¡Virgen santa, qué filosófico eres! Gira ahí, venga, aquí, de prisa. -Niki coge el volante por un lado y casi lo ayuda a dar la curva. El coche da un pequeño bandazo, invadiendo el carril contrario, pero consigue recuperar la trayectoria.

– Estáte quieta. Pero ¿qué haces? ¡Deja el volante! Por poco nos la pegamos.

Niki vuelve a sentarse bien en su asiento.

– Vaya, sí que eres maniático, ¿eh?

– Qué tiene que ver ser maniático con esto. Sólo hace falta que me lo abolles también por delante y entonces sí que estamos apañados, ya puedo ir tirando el coche.

– Exagerado.

– ¿Has visto ya el porrazo que me has dado en el lateral con tu ciclomotor?

– El porrazo… Un arañazo de nada. Exagerado, ya te digo, eres un exagerado.

– Claro, a ti qué más te da, el coche es mío.

– Vaya, ahora te pareces a mi madre. Ahora mismo estamos estudiando eso precisamente, la propiedad. ¡Cuidado!

Alessandro frena y clava el coche de golpe. Un muchacho trigueño sobre un ciclomotor hecho polvo, con una muchacha de pelo castaño abrazada con fuerza a su cintura, atraviesa sin respetar el stop. No se dan cuenta de nada. O les trae sin cuidado. Alessandro baja su ventanilla.

– ¡Imbéciles! -Pero ya están lejos los dos-. ¿Tú has visto? No se han detenido en el stop, ni siquiera han mirado… Y luego dicen que hay accidentes.

– Venga, no seas plomo. Lo importante es que los has visto y has podido evitarlos, ¿no? Quizá tienen una cita importante…

– Sí, así vestidos.

– A lo mejor tienen una prueba. Necesitan trabajar. No todos son hijos de papá, ¿sabes? Madre mía… qué antiguo eres. ¿Todavía sigues juzgando a las personas por cómo se visten?

– No es sólo la ropa… es todo en conjunto. La falta de respeto. De valores. A lo mejor son como aquellos chicos de los libros de Pasolini, de la periferia romana, descontentos… Que necesitan ayuda, que se les haga entender cómo son las cosas…

– ¿Pasolini? Ya, y a lo mejor vienen de Parioli y se les sale la pasta por debajo del sillín hecho polvo. ¿Tú qué sabes? ¡Jo, pareces de verdad mi padre!

– Oye, me has obligado a venir a buscarte y está bien… pero ¿tenemos que pasamos el rato discutiendo?

– No, para nada. Pero si te hubieses llevado por delante a aquellos dos, yo no habría testificado a tu favor…

– Entiendo. Quieres discutir.

– No, ya te lo he dicho. Sólo te recuerdo que esta mañana estabas distraído y me diste. ¿O pretendes negarlo?

Alessandro la mira.

– Si así fuese no estaría aquí.

– Menos mal. Bueno, tuerce en la próxima.

– Pero ¿adónde vamos?

– Al mecánico. Le he mandado un sms a última hora, me ha dicho que me esperaría… Ahora vuelve a girar ahí, a la derecha… Bien, despacio, despacio, está justo aquí detrás. Ya llegamos.

Pero la persiana del mecánico ya está bajada.

– Nooo, no me ha esperado… Ha cerrado. Y ahora, ¿qué? Demonios. ¿Qué hago?

– ¿Cómo que qué haces? Ahora tienes chófer particular, ¿no?

– Qué va, hoy tengo que ir a un montón de sitios sin ti.

– Ya, claro.

– ¿Qué quiere decir «ya, claro»?

– Que yo no estaba previsto. No podías prever de antemano ir a todos esos sitios conmigo.

– Desde luego. No nos conocíamos… -Niki se baja del coche-. Tú eres sólo un accidente. -Y cierra la puerta.

– Sí, lo sé. Pero un accidente puede ser positivo o negativo. Depende de cómo lo mires. Del modo en que cambie tu vida a partir de ese momento, ¿no?

Niki se acerca a su ciclomotor, que está aparcado junto a la persiana. Se monta. Da dos patadas al pedal. Intenta arrancarlo. Nada que hacer.

– Por el momento -le dice-, algo ha dejado KO a Mila.

– ¿A Mila? ¿Quién es Mila?

– ¡Mi ciclomotor!

– ¿Y por qué Mila?

– ¿Es que siempre tiene que haber un porqué?

– Madre mía, mira que llegas a ser pesada…

Niki casi ni lo oye y se mete debajo del ciclomotor.

– Lo sabía, se ha salido la bujía. Por eso después del golpe no arrancaba. -Niki se pone de nuevo en pie y se acerca al Mercedes-. ¡Qué mierda! -Se limpia las manos en sus téjanos descoloridos que de inmediato se pringan con una grasa oscura. Luego hace ademán de subir al coche.

– Perdona, ¿qué haces?

– ¿Cómo que qué hago? Subir.

– Ya lo veo; pero mírate, estás toda sucia. Un momento, usa esto, -y Alessandro le pasa una gamuza beige claro sin estrenar.

Niki le sonríe. Luego se limpia las manos.

– Por si lo quieres saber, Mila viene de camomila, quizá porque ir en ciclomotor me relaja… En el fondo es cierto, hay un porqué… ¿Sabes?, entre nosotros es todo perfecto.

– ¿A qué te refieres con «entre nosotros»?

– Somos tan completamente distintos… En todo. Corremos el riesgo de enamorarnos perdidamente el uno del otro.

Alessandro sonríe y arranca.

– Tú sí que vas directa al grano.

– ¿Y qué hay de malo en eso? ¿De qué sirve darle vueltas? El mundo ya se ocupa de dar las vueltas, ¿no? Yo voy directa.

– ¿Por qué eres así? -Alessandro se vuelve y la mira, intentando estudiarla-. ¿Una desilusión amorosa? ¿Hija de padres separados? ¿Sufriste violencia de pequeña?

– No, de mayor. Justo esta mañana, por parte de uno con un Mercedes… Yo voy al grano, pero tú te pasas. Además no te enteras de nada. No sé por qué soy así. ¿Y qué quiere decir «por qué»? Ya te lo he dicho, a veces no hay un porqué. Soy así y basta, digo lo que pienso. Todavía puedo, ¿no?