Выбрать главу

Alessandro le sonríe.

– Es cierto, tienes toda una vida por delante.

– También tú. La vida se acaba sólo cuando se deja de vivir. ¿Te gusta?

– Sí.

– Es mío. Copyright Niki. Pero te la presto de buen grado, porque estoy en un momento de rara felicidad. Me siento libre, feliz, tranquila… Me da miedo que al decirlo se desvanezca… -Alessandro la mira. Es guapa. Es alegre. Es jovencísima-. Y por encima de todo, estoy contenta de mi decisión.

– ¿Te refieres a lo que has decidido estudiar?

– Pero ¿qué dices? Anoche volví a decirle a mi novio que se había acabado definitivamente. Cancelado. Pulverizado. Desintegrado. Desvanecido. Evaporado…

– Vale, he captado el concepto. Pero, si utilizas todos esos verbos quiere decir que ha sido una historia importante.

– Para nada.

– Ya, ahora te quieres hacer la dura conmigo. Lo debes de haber pasado muy mal.

– Hoy no. Pero aquella noche que fue al concierto de Robbie Williams con un amigo suyo, sí… Entiéndelo, no me llevó con él. No me llevó a mí y se llevó a su amigo, ¡¿te das cuenta?!… Ese día sí que lo pasé fatal. Pero seguí divirtiéndome y, cuando decidí que se había acabado, dejó de importarme.

– Lo entiendo, pero entonces, ¿por qué estás tan enfadada?

– Por no haber cortado antes; por no haber sabido escuchar a mi corazón.

– Bueno, a lo mejor era que todavía no estabas preparada.

– No es cierto. Lo único que hice fue mentirme a mí misma. Siempre es así cuando arrastras las cosas. Aún pasaron dos meses desde que tomé la decisión. Me mentí a mí misma durante dos meses. Y eso no es bueno. Se le puede mentir a todo el mundo, pero no a una misma.

– De acuerdo, pero de todos modos, más vale tarde que nunca, ¿no?

– Hala, ahora te pareces a mi tía.

– ¿Y qué tengo que decir? ¿No debo dirigirte la palabra?

– Eso es justo lo que me hace siempre mi hermano.

– Ya entiendo por qué te sientes tan bien conmigo, te parece que estás con toda tu familia.

Niki se echa a reír.

– Eso sí que ha estado bien. Te lo juro, me has hecho reír… Empiezo a mirarte con otros ojos. En serio, de verdad.

– ¿He ganado puntos?

– Alguno, pero todavía te falta mucho, el accidente con mi Mila te ha quitado por lo menos veinte… Además, te vistes de jovencito.

– ¿Y eso? -Alessandro se mira.

– Traje oscuro y calzado con Adidas, camisa color celeste demasiado clara, cuello desabotonado y sin corbata.

– ¿Y…?

– Un intento desesperado por recuperar el tiempo perdido. Al menos Proust se limitaba a escribir al respecto, no se paseaba por ahí vestido así.

– Dejando a un lado el hecho de que en su época las Adidas no existían, ésta es mi ropa de trabajo. Cuando estoy con mis amigos voy mucho más deportivo.

– O sea, aún más desesperadamente de jovencito infiltrado. Como diciendo: «¡Eh, chicos, miradme, soy uno de vosotros!» Pero ya no lo eres. Te das cuenta, ¿verdad?

Alessandro sonríe y mueve la cabeza.

– Lo siento, pero te has hecho una idea equivocada sobre mí.

Niki sube sus rodillas hasta el pecho y apoya los zapatos en el asiento.

– ¡Bájalos! -Alessandro le da un manotazo en las piernas.

– Pesado, pesado. -Después lo mira y pone cara pícara. Se le acaba de ocurrir algo-. Vale, te propongo un juego. ¿Qué es lo que te ha gustado de mí?

– ¿Por qué, es que por fuerza tenía que gustarme algo?

– Bueno, lo normal cuando conoces a alguien es que haya cosas que te gusten y a lo mejor otras que no, ¿no? Qué sé yo. A lo mejor no te gusta un perfume demasiado fuerte, o el cabello demasiado largo, si mastica mal el chicle, si se mueve demasiado, si pone los pies en el asiento… Por ejemplo, estoy segura de que no te han gustado mis tetas. -Niki se las aprieta un poco-. Claro que en estos momentos están un poco pequeñas, he adelgazado. Estoy participando en un torneo de voleibol… ¿sabes?, vamos en tercer lugar… Bueno, da igual. En todo caso, me di cuenta de que eso no fue lo primero que miraste cuando nos conocimos.

– No, desde luego, lo primero que miré fue el lateral del coche.

– ¡Ya vale con eso! Lo que te digo es que hay algunos mayores, como tú vaya, que cuando te ven por primera vez en seguida te miran las tetas. Vete tú a saber qué es lo que buscan en una teta. ¿Qué secreto, qué misterio de la mujer creen que pueda esconderse en una teta? Así pues, ¿qué es lo que te ha gustado de mí?

Alessandro la mira un instante. Después sigue conduciendo tranquilo y sonríe.

– Me ha gustado tu valentía. Después del accidente te has levantado en seguida. No has tenido miedo. No has perdido el tiempo. Has afrontado de inmediato la realidad. Fuerte… En serio. Es en esos momentos, en las cosas dolorosas e imprevistas, cuando se ven las verdaderas cualidades de las personas.

– ¡Entonces, según esa regla de tres, tú eres terrible! ¡Has gritado como un loco! ¡Estabas preocupado por el coche!

– Qué va. Sólo porque ya había visto que no te había pasado nada.

– Sí, sí, y yo que me lo creo… -Niki se pone seria-. ¿Y qué es lo que no te ha gustado de mí?

Alessandro no sabe cómo empezar.

– Bueno… a ver, veamos… -La lista parece más bien larga.

– ¡Bueno, no, no, espera, lo he pensado mejor… No quiero saberlo en absoluto!

Alessandro sigue conduciendo divertido.

– Bueno, si uno no hace autocrítica nunca mejorará en nada.

– ¿Y quién te ha dicho que yo quiera mejorar? De todas las chicas que conozco, yo ya estoy bastante por encima de la media… Aunque, tampoco me apetece volverme demasiado loca. Está claro que entonces ya no le resultaría simpática a nadie…, y la simpatía es fundamental. Nace de la imperfección. Por ejemplo, una cosa que me ha gustado de ti, a pesar del drama que has montado con el coche, ha sido precisamente la simpatía. En cambio, debo decir que no hay nada que no me haya gustado.

Alessandro la mira, luego alza la ceja de repente.

– Hummm, demasiados piropos. Lo malo viene después. ¿Y bien?

– Pero, mira que llegas a ser desconfiado. Eso es lo que pienso. ¿No te acabo de decir que yo siempre digo lo que pienso?

– ¿Y entonces las mentiras a tu madre?

– Lo mismo. En esos casos, digo siempre lo que pienso que le gustaría oír.

Niki sube las piernas y vuelve a poner los pies en el asiento. Se abraza las rodillas.

– Baja los pies del asiento…

– Jo, qué muermo. -Y los pone sobre el salpicadero.

– Bájalos también de ahí.

– ¡Eres un plasta!

– Venga, te llevo a casa. ¿Dónde vives?

– Ah, sí, te he encontrado un defecto. Eres demasiado cuadrado. Tienes que controlarlo todo. Qué se hace ahora, adónde se va, por qué. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué no quieres que se te escape nada? Eres un racionalizador de emociones. Un castigador de locuras. Un contable de las casualidades. La vida no se puede reducir a simples cálculos. Perdona, pero ¿de qué trabajas?

– Soy un creativo.

– ¿Y cómo consigues crear nada si destruyes y sofocas cualquier imprevisto? La creación nace de un rayo, de un error respecto al curso habitual de las cosas. No hacemos nada bien hasta que dejamos de pensar en el modo de hacerlo.

– Hermoso. Te has puesto filosófica.

– No es mío. Es de William Hazlitt.

– ¿Quién es?

– No lo sé. Sólo sé que lo dijo él… Lo leí en mi agenda.

Alessandro mueve la cabeza resignado.

– Estás en el último año de bachillerato, ¿no? El año de la Selectividad. He leído en algún sitio que ése es el punto máximo de conocimiento de una persona…

– Eso es una gilipollez.

– No creas. Luego uno elige su camino, se especializa, escoge una carrera determinada en la universidad y, a partir de entonces, sabrá mucho sobre el tema que haya elegido, pero sólo sobre eso.