– ¡Entonces de momento me parece una gilipollez!
– ¿Qué pasa, que si la dice otro cambia su valor?
– Depende de quién sea el otro.
– Excúsenme… -Una pareja de extranjeros les pide educadamente que se aparten. No pueden entrar en el local.
– Oh, certainly, sorry… -dice Alessandro, haciéndose a un lado.
– Vale que con tu cinta rodante y tus sucios trucos me hayas ganado la carrera, pero en inglés te gano de calle. Podrías contratarme como account internacional.
Alessandro sonríe, abre la puerta acristalada, espera a que ella entre y la cierra de nuevo.
– ¿Sabes lo que solíamos decir nosotros cuando se acababan los partidos de futbito y empezaban las discusiones…? El que gana, lo celebra, el que pierde, lo explica.
– Sí, está bien, lo he pillado: me toca pagar. Estoy de acuerdo. Yo siempre pago mis apuestas cuando pierdo.
– Vale, pues de momento paga ésta. Para mí un rico batido de frutas del bosque.
Niki observa las distintas posibilidades en la carta.
– Para mí, en cambio, kiwi y fresa. ¿De qué iba aquella historia de «el pendiente»?
– Ah, ya. Bueno, dado que no lo sabes, si quieres puedes no pagar. Sería incluso justo que no lo hicieses.
– Tú de momento explícamelo, después ya decidiré si pago o no pago.
– Vaya, hay que ver cómo te pones… la derrota escuece, ¿eh?
Niki intenta darle un puntapié, pero Alessandro se aparta con presteza.
– Vale, vale, ya basta. Te explico lo que es «el pendiente». Se trata de una tradición napolitana. En Nápoles son generosos en todo y, cuando van a un bar, además del café que se toman ellos, dejan uno pagado para otra persona que entre después. De modo que hay un café «pendiente» para quien no pueda pagárselo.
– Qué fuerte, me gusta. Pero ¿y si después el del bar se hace el loco? ¿Si se guarda el dinero y no le dice nada al que entra, que no tiene dinero pero quiere un café?
– «El pendiente» se basa en la confianza. Yo lo pago, el del bar acepta mi dinero y con ello implícitamente me está prometiendo que cumplirá. Tengo que fiarme del dueño del bar. Es un poco como con eBay, cuando pagas por un objeto y después confías en que te llegará a casa.
– ¡Sí, pero en el bar no puedes dejar después tus comentarios y valoraciones!
– Pues yo creo que en el bar es muy fácil, sólo te juegas el dinero de un café. En cambio, estaría bien poderse fiar de los desconocidos para cosas más importantes. A veces no lo conseguimos ni siquiera de quien siempre ha estado a nuestro lado…
Niki lo mira. En el tono de su voz nota que hay algo profundo y lejano.
– De mí te puedes fiar.
Alessandro sonríe.
– ¡Seguro! ¡Lo máximo que puedo perder es el seguro del coche!
– No, lo máximo que puedes perder es el miedo.
– ¿Cómo?
– Porque te toca volver a creer en todo aquello en lo que habías dejado de creer.
Y se quedan así, en suspenso, con esas miradas hechas de sonrisas y alusiones, de lo que no se conoce, de curiosidad y diversión; indecisos a la hora de tomar o no el pequeño sendero que se aleja del camino principal y se adentra en el bosque. Pero que a veces es tan hermoso, incluso más que la propia fantasía. Una voz irrumpe estridente en sus pensamientos.
– Aquí tienen sus batidos; para la señorita, kiwi y fresa, para usted, frutas del bosque.
Niki coge el suyo. Empieza a tomárselo con la pajita, mirando alegre a Alessandro, sin pensar en nada, con la mirada limpia, rebosante y transparente. Luego deja de beber.
– Hummm, qué bueno. ¿Te gusta el tuyo?
– Está buenísimo.
– ¿Cómo es?
– ¿Qué quiere decir «cómo es»?
– Que qué tiene dentro.
– Entonces debes decir «de qué es» o «qué gusto has elegido». Mi batido es de frutas del bosque.
– Madre mía, eres peor que la Bernardi.
– ¿Quién es ésa?
– Mi profesora de italiano. Me rayas tanto como ella. Venga, que se entendía perfectamente lo que quería decir… ¿no?
– Sí, bueno, depende de lo que quisieras decir, todo es una cuestión de matiz… ¿Sabes que el italiano es la lengua más rica en matices y entonaciones? Por eso se estudia fuera de aquí, porque nuestras palabras permiten expresar con exactitud la realidad.
– Vale, no eres como la Bernardi.
– Ah, eso mismo quería oír.
– ¡Eres peor! -Y vuelve a tomarse su batido con la pajita. Se lo acaba y empieza a sorber los restos, haciendo muchísimo ruido, ante la mirada escandalizada de algún turista anciano y la divertida de Alessandro. Está acabando con lo poco que queda cuando…-: Demonios.
– ¿Y ahora qué pasa?
– Nada, mi móvil. -Niki lo saca del bolsillo de sus téjanos-. Había puesto el vibra. -Mira el número que aparece en la pantalla-. Qué mierda, es de mi casa.
– A lo mejor sólo quieren saludarte.
– Lo dudo. Serán las tres preguntas de costumbre.
– ¿A saber?
– Dónde estás, con quién estás y a qué hora piensas volver. Vale, voy a responder… Me sumerjo… -Niki abre su teléfono-. ¿Sí?
– Hola, Niki.
– ¡Eres tú, mamá, qué sorpresa!
– ¿Dónde estás?
– Dando una vuelta por el centro.
– ¿Y con quién estás?
– Sigo con Olly. -Mira a Alessandro y se encoge de hombros como diciendo: «Qué mierda, me toca seguir mintiendo.»
– Niki…
– ¿Qué pasa, mamá?
– Olly acaba de llamar hace un momento. Dice que no le coges el móvil.
Niki levanta los ojos al cielo. La articulación de sus labios no deja lugar a dudas. Mierda, mierda, mierda. Alessandro la mira sin comprender absolutamente nada de lo que está sucediendo. Niki da unas patadas al suelo.
– No me he explicado bien, mamá. Hasta hace poco he estado con Olly, luego ella no quería venir al centro y nos hemos despedido. Le he dicho que me iba para casa, pero después he decidido venir sola. Me ha dejado en el ciclomotor.
– Imposible. Me ha dicho que durante el recreo te había acompañado al mecánico. ¿Cuándo lo has recogido?
Mierda, mierda, mierda. La misma escena de antes con Alessandro, que cada vez entiende menos lo que está pasando.
– Pero, mamá, ¿no lo entiendes? Que me venía en el ciclomotor se lo he dicho a ella porque no me gusta cómo conduce, tengo miedo de ir detrás.
– ¿Sí? Y entonces, ¿con quién piensas volver?
– Me he encontrado con un amigo.
– ¿Tu novio?
– No, mamá… Él es ya un ex… Ya te he dicho que lo hemos dejado. Se trata de otro amigo.
Silencio.
– ¿Lo conozco?
– No, no lo conoces.
– ¿Y por qué no lo conozco?
– Y yo qué sé, mamá, a lo mejor un día lo conoces, qué sé yo…
– Yo lo único que sé es que me estás contando mentiras. ¿No nos habíamos prometido que siempre nos lo diríamos todo?
– Mamá -Niki baja un poco la voz y se vuelve un poco-, ahora mismo estoy con él. ¿No podríamos suspender este interrogatorio?
– Ok. ¿Cuándo vas a volver?
– Pronto.
– ¿Pronto cuándo? Niki, acuérdate que tienes que estudiar.
– Pronto, mamá, te he dicho pronto. -Y cuelga-. Jo, cuando quiere mi madre puede ser muy pesada.
– ¿Peor que la Bernardi?
Niki sonríe.
– No sabría decirlo. -Después se vuelve hacia el camarero-. ¿Me trae otro?
– ¿Lo mismo? ¿Kiwi y fresa?
– Sí, estaba de muerte.
Alessandro se acaba el suyo y arroja el vaso de plástico en el cesto que hay junto a la caja.
– ¿Te vas a tomar otro, Niki?
– ¿Qué te importa? Pago yo.
– No, no lo digo por eso. Es que dos son demasiado, ¿no te parece?
– ¿Sabes?, sólo hay una persona capaz de superar a mi madre y a la Bernardi.