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Pero él ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los treinta y siete y vuelvo a estar soltero. Qué extraño. La mayor parte de los hombres no espera otra cosa. Quedarse soltero para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo extraño. ¿Habría un tercero? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he comprado. Brummm. Alessandro está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo. Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Alessandro conduce. Le asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece contestar…» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena… ¿Por qué utilizo el pasado? Elena tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.

Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Alessandro regresa a casa antes de lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.

– Has vuelto…

– No, sólo estoy de paso…

– ¿Y ahora qué haces?

– Me voy.

– ¿Cómo que te vas?

– Me voy. Es mejor así. Hazme caso, Alex.

– Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes…

– Te las dejo.

– No, me refería a cómo es que no te importan.

– Me importan, ¿por qué dices que no me importan…?

– Porque te vas.

– Sí, me voy, pero me importan.

Alessandro se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería demasiado.

– Por favor, Alex… -Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro-. Por favor, Alex… déjame marchar.

– Pero ¿adónde vas?

Elena sale por la puerta. Una última mirada.

– ¿Hay otro?

Elena se echa a reír, mueve la cabeza.

– Como de costumbre, no te enteras de nada, Alex… -Y cierra la puerta tras ella.

– Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!

Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.

– ¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! -le grita Alessandro cuando ya se ha ido. Y ni siquiera sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.

Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Alessandro pone un CD. Sube la música. No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.

Tres

Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.

– ¡Dime qué tal me queda!

– ¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!

Olly camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.

– Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!

– Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa…

– ¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película 50 primeras citas! ¡Mira estos pantalones! -Olly se los coloca en la cintura y los abre con la mano-. ¡Es como el saco de Papá Noel!

– ¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! -Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.

– ¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca carbón! ¡En cambio para Diletta, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta…!

– ¡Olly!

– Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no se salva nadie!

– De hecho, ¡me llaman Exterminator!

– ¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!

Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.

– ¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?

– ¿A qué te refieres?

– ¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!

– ¿Eh?

– Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.

– ¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Olly!

– ¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!

Diletta se abraza a un cojín que tiene al lado.

– Esta habitación es superguay y la cama supercómoda… Mira esa foto de ahí encima. Tus padres estaban muy guapos el día de su boda.

Erica coge a Niki por el cuello y finge estrangularla.

– Niki, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?

Niki le da una patada.

– ¡No!

– Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?

Todas se vuelven de golpe hacia Olly. Después se miran las unas a las otras. Diletta se queda súbitamente seria y silenciosa. Olly sonríe:

– ¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo, empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos…, Olly fue una niña precoz. Ya en la guardería, le plantó un beso en plena boca a su compañerito Ilario, más conocido por el Sebo, debido a la enorme producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños volcanes…

– ¡Qué asco, Olly!

– ¿Qué quieres que te diga?, a mi me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la escuela le tocó el turno a Rubio…

– ¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?

– ¿Eso es un nombre?

– ¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.

– Vale, Olly, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de cuando éramos niñas -la interrumpe Niki mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el cabezal de la cama.

– Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del Playboy? Allá voy. Mi primera vez fue hace casi tres años.

– ¡¿A los quince?!

– ¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! -Diletta la mira con la boca abierta.

– Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo estaba allí… una tarde después del cole. Él, Paolo, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.

– ¡Ah, sí, Paolo! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!

– ¿Y con diecisiete años llevaba coche?

– Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho polvo, con asientos de piel color beige…