– ¡Qué refinamiento!
– ¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un lugar un poco retirado.
– En la Appia Antica con el Alfa Antico.
– ¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no sabía nada… Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi primo, pero de ahí a hacerlo de verdad…
– Pero en el coche es una pena, Olly… caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas…?
– ¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Erica, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa cómo!
– Estoy alucinada. -Diletta estruja con más fuerza el cojín-. Quiero decir, yo nunca… La primera vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.
– Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas… Pero ¡si te encuentras a uno como Paolo, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!
– ¿Y después?
– Después se acabó. A los tres meses, vaya… ¿No te acuerdas? Después de él vino Lorenzo, a quien obviamente llamaban el Magnífico…, aquel de segundo E que navegaba en canoa.
– No, contigo pierdo la cuenta.
– Vale, yo ya os lo he contado. ¿Y vosotras? ¿Tú, Erica?
– ¡Yo más clásica, y evidentemente con Giò!
– ¿Clásica en el sentido de la postura del misionero?
– ¡Olly!, no. En el sentido de que Giò reservó una habitación en la pensión Antica Roma, en el Gianicolo, pequeña pero limpia y no muy cara. ¿Te acuerdas, Niki? ¡Allí donde acabamos enviando a dormir a las dos inglesas cuando vinieron para el intercambio y tu hermano no las quiso en casa!
La puerta de la habitación se abre de repente. Entra la madre de Olly.
– Pero mamá, ¿qué haces? ¡Vete ahora mismo! ¿No ves que estamos reunidas?
– ¿En mi habitación?
– Perdona, pero no estabas, y si no estás, éste es un espacio libre como otro cualquiera, ¿no?
– ¿En mi cama?
– Tienes razón, pero es tan cómoda, y además me recuerda a papá y a ti, y me siento segura… -Olly pone la cara más dulce y tierna de que es capaz. Y, a decir verdad, también provocativa.
– Vale, vale… pero luego me lo dejas todo ordenado y me alisas la colcha. Y la próxima vez te montas las reuniones en el sótano, como hacían los carbonarios. Adiós, chicas. -Y se va un poco molesta.
– Vale, estabas hablando de la Antica Roma. ¡Ahora ya sé por qué me la propusiste diciendo que era agradable! ¡La habías probado personalmente!
– ¡Pues claro! El caso es que nos fuimos allí a eso de las cinco de la tarde, y él lo había preparado todo a la perfección.
– ¿Y no tienes que ser mayor de edad para alquilar una habitación?
– Bueno, no lo sé. Él jugaba al fútbol con el hijo de la dueña, que es quien le hizo el favor.
– ¡Ah!
– Fue maravilloso. Al principio tenía un poco de miedo, como Giò, porque también era su primera vez, y nos movíamos con un poco de torpeza. Pero al final todo fue muy natural… Dormimos allí, ni siquiera nos cogió hambre a la hora de cenar. Fue aquella vez que dije que me quedaba en tu casa por la asamblea, ¿te acuerdas, Olly? Al día siguiente por la mañana nos tomamos un superdesayuno y a la una volví a casa. Mis padres no sospecharon nada. Me sentía muy bien. Después te sientes ligera, y también un poco más mayor y te parece que a él ya no vas a poder dejarlo…
– Sí, sí, ya no quieres dejarlo… -se burla Olly, y Diletta le da una patada-. ¡Ayyy! Pero ¿qué he dicho ahora?
– Siempre con los dobles sentidos.
– Pero ¿qué dices? ¡Yo siempre voy en sentido único, que lo sepas! ¿Y tú, Niki? Con Fabio, ¿no? ¿A ritmo de rap?
– Bueno, sí… con él y con el rap, en efecto. En su casa, porque su familia se había ido de vacaciones. Hace diez meses, un sábado por la noche, después de un concierto suyo en un local del centro. Estaba muy excitado porque todo le había salido bien esa noche y porque estaba yo. También él lo tenía todo preparado para mí…, el salón iluminado con luces cálidas y tenues. Dos copas de champán. Nunca lo había probado…, buenísimo. Sus últimas composiciones de música de fondo. Para él no era la primera vez, y eso se notaba. Se movía con seguridad, pero me hizo sentir cómoda, protegida. Me dijo que era como una guitarra maravillosa, que no necesitaba ser afinada, de una armonía perfecta…
Olly la mira.
– ¡Qué suerte! ¡La afortunada de siempre!
– ¡Sí, pero mira cómo acabó!
– ¡Y eso qué importa, la primera vez no te la quita nadie!
De repente se hace el silencio. Diletta estruja con más fuerza el cojín. Las Olas la observan, pero sin prestarle demasiada atención. Indecisas y divididas entre bromear o ponerse serias. Es ella quien las saca de dudas.
– Yo no. Yo nunca lo he hecho. Espero a la persona que me haga sentir a tres metros sobre el cielo, como aquel de la novela. O cuatro. O incluso cinco. O seis metros. No me apetece que sea al azar ni que después nos separemos.
– Y eso, ¿qué importa? No puedes saber lo que pasará después… Lo que importa es amarse y basta, ¿no? Sin hipotecar el futuro.
– ¡Qué bien te ha quedado eso, Erica!
– Perdona, pero es verdad. ¡Diletta tiene que lanzarse, no sabe lo que se pierde, y no en el sentido en que lo entiende Olly!
– ¡No, no, también en ése!
– Diletta, tienes que lanzarte. ¿No sabes cuántos chicos se derriten por tus huesos? ¡Un montón!
– ¡Un río!
– ¡Un equipo de rugby!
– ¡Una marea que te permitirá mantenerte en sintonía con nosotras, las Olas!
– A mí me bastaría con uno solo, pero el adecuado para mí…
– ¡Yo tengo el adecuado para ti!
– ¿Quién?
– ¡Un estupendo cucurucho de helado de coco! ¡Adelante, Olas!
– Se me ha ocurrido una idea mejor… Ninguna de vosotras lo ha probado todavía.
– ¡¿El qué?!
– No es lo que pensáis… Gran novedad… ¡Seguidme!
Olly salta de la cama y sale de la habitación. Niki, Erica y Diletta la miran y mueven la cabeza. Después la siguen, dejando la colcha llena de arrugas, como es natural.
Cuatro
Las luces de la ciudad no alumbran. Cuando no estás de buen humor todo parece diferente, adquiere otra atmósfera. Colores, luces y sombras, una sonrisa que no logra esbozarse, que no aflora. Alessandro conduce despacio. Villaggio Olímpico, piazza Euclide, una vuelta entera, después corso Francia. Mira a su alrededor. Una mirada al puente. Serán cabrones. Está lleno de pintadas. Mira que ensuciarlo de esa manera. Y hay cada una que… «Patata te amo.» ¿En nombre de qué? En nombre del amor… El amor. Preguntadle a Elena por el señor Amor. Eh, míster Amor, ¿dónde cojones te has metido?
Ve a una pareja enfrascada en una esquina del puente, allí donde no llega la luz de la luna. Abrazados, enamorados, enroscados como hiedras amorosas que plantan cara al tiempo, a los días, a todo aquello que se llevará el viento. Es más fuerte que Alessandro. Toca el claxon. Abre la ventanilla y grita:
– ¡Ridículos! La vida os parece bella, ¿eh? ¡Da igual, uno de los dos se rajará! -Y después pisa el acelerador, sale como un rayo, adelanta a tres o cuatro coches y pasa el semáforo por los pelos, antes de que el ámbar cambie a rojo.
Sigue adelante, por todo el corso Francia y después por via Flaminia, pero al llegar al segundo semáforo hay un coche patrulla de la policía. Rojo. Alessandro se detiene. Los dos policías están conversando, distraídos. Uno se ríe al teléfono, el otro se está fumando un cigarrillo mientras habla con una muchacha. Quizá la haya detenido para hacer las comprobaciones pertinentes, o quizá se trate de una amiga que sabía que estaba de guardia y se ha acercado a saludarlo. Al cabo de un momento el segundo policía se siente observado. Se vuelve hacia Alessandro. Lo mira. Clava sus ojos en él. Alessandro gira lentamente la cabeza, fingiendo estar interesado en otra cosa, se asoma a la ventanilla para ver si por casualidad el semáforo ha cambiado ya. Nada que hacer. Sigue en rojo.