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– A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?

– ¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!

– ¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!

– Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Pánico. Pensamos en llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y creí que estarías allí.

– Es verdad, se me había olvidado por completo.

– Pero, ¡qué personaje!

– ¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!

– Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.

– No me apetece ir.

– Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio-económico-cultural con tu ayudante…

– Pero es que todos estarán allí.

– Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un montón de asuntos y, por lo tanto…

– ¿Por lo tanto…?

– Por lo tanto te acompaño. -Pietro se acerca a Susanna-. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaído que está? Es mejor que vaya con él, tiene un pequeño problema sentimental… y además también debemos hablar de trabajo.

Alessandro se acerca.

– ¿Problema de qué…? Pero ¿qué le estás diciendo…?

– No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?

Enrico y Camilla se miran un segundo, después sonríen.

– Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.

– Ok, como queráis. -Pietro coge a Alessandro del brazo-. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde, no te preocupes. -Y se lo lleva de allí rápidamente-. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga algo. Estos días está de buenas.

– Pero ¿qué le has dicho antes?

– Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.

– ¿Es decir?

– Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.

– ¿No le habrás dicho que…?

– No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.

– No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello… Sólo te lo he dicho a ti.

– Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.

– ¿Sin pensar?

– ¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?

– Sí.

– Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?

– ¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo crees.

– Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.

– ¿Y a propósito de qué te lo dije?

– Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Manuela, aquella dependienta veinteañera, ya no me quería ver más.

– Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a nivel sentimental. De esa Manuela ya me había olvidado, por ejemplo.

– Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo,… en Telefonissimo.

– Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que comprarlo!

– ¡No, pero allí es donde trabaja Manuela! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le di un par de revolcones más.

– ¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar; una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?

– ¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero ¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del bolsillo una cajita. De esos…, ¿cómo se llaman?

– Condones.

– Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite follarse a todas esas mujeres… Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo… En cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.

– Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier consulta legal?

– No, eso no puedes hacérmelo.

Pietro se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo «¡Italianos!».

– ¡Ya basta, venga, sube!

– Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?

Cinco

Misma hora, misma ciudad, pero más lejos. En el Eur. Detrás del parque de atracciones, en un espacio grande, oculto en la penumbra creada por los altos pinos, por alguna pequeña montaña de verde y por algún edificio alto abandonado ya desde hace tiempo. Un grupo de muchachos apoyados en su ciclomotor, otros sentados en la acera, otros en el coche, con las ventanillas abiertas por las que sacan los pies. Una pequeña nubecita de humo sale de vez en cuando, como si un calumet pasara de ventanilla en ventanilla, una señal de humo como para indicar que alguien se está poniendo a tono. Sí, son ellas, las Olas, las cuatro divertidas amigas.

– Eh, ¿quieres? Es bum shiva. Toma.

– No, no me apetece fumar.

– Mira que es sólo un porro, no un cigarrillo.

– Precisamente por eso… -Niki lo aparta.

– ¿Qué quieres decir?

– Eh, ¿tienes algún problema?

Diletta le dice a Olly:

– El problema lo tendrás tú, que tienes que fumar para estar alegre…

Niki intenta imponer la paz.

– Venga, no le toques las narices.

– Vale, ¿por qué siempre haces lo mismo? Eres la hostia, continuamente con ganas de pelea.

– Oye, yo tan sólo le he dicho que no fumaba, es ella la que nos quiere someter a todas a la cultura de la María. Ni que fuese una secta religiosa.

– ¡Qué borde eres!

– Sólo yo, ¿eh?

– ¿Se puede saber qué estamos esperando?

– Sí, has anunciado grandes novedades, grandes novedades… Pero aquí no pasa nada…

– ¿En serio nunca has hecho bbc?

– ¿Y eso qué es, la cadena inglesa?

– Significa bum-bum-car.

– En serio. ¿Por qué iba a decirte una cosa por otra?

– Vale, entonces guay… Veamos, mira, éstos son los guantes.

– Vale, ¿y qué hago con ellos?

– Te los tienes que poner, si no, dejas huellas.

– ¿Qué huellas? Yo no estoy fichada.

– Sí, pero imagina que un día te paran en un control y te las toman, entonces te pillarían.

– ¿De qué control hablas, qué pasa con mis huellas? ¿Por qué iban a querer tomármelas?

– Y además te tienes que poner esto. Aquí tienes. -Y se saca del bolsillo unas gafas con goma elástica.

– Pero ¡si son de natación!

– ¿Y? Así no se te caerán cuando choquemos. A veces las ventanillas explotan, ¿sabes?

– ¡Qué estúpida! Lo dices a propósito para darme miedo.

– ¡De eso nada! Además, ¿no decías que tú nunca tienes miedo?

– A los exámenes sí… pero eso es otra cosa.

– ¡Muchas gracias, pero preferiría que no me hicieseis pensar en eso; mañana tengo uno a primera hora!

«Perepereperepere». Un sonido extraño como de trompa, uno de esos cláxones hortera y personalizados, irrumpe de improviso en el aire nocturno.

– Ya están aquí, ahí llegan.

De repente, llegan al descampado cinco coches diferentes. Uno de ellos frena derrapando, los otros lo siguen, intentando más o menos imitarlo. Un Fiat 500. Un Mini. Un Citroen C3. Un Lupo. Un Micrau. Todos aceleran y pisan a fondo.