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– Pero ¿por qué habéis elegido todos coches pequeños?

– Es lo único que tenían. No hemos encontrado nada mejor.

– ¿Y cuánto por cada coche?

– ¡No me hables! Cien euros cada uno, los hemos ido a buscar a Manna, allá en la Tiburtina, ¿sabes aquel mecánico chapista?

– Ah…

– Ya estaban listos, con el bloqueo del volante desconectado y la llave ya puesta en todos, ¡es una pasada!

– ¿Te han explicado cómo se hace?

– ¡Pues claro! Mira, ya hemos atado los neumáticos.

– Entonces ¡vamos a montarnos, venga!

– ¡Adelante!, ¿quién viene de paquete?

– Yo voy con él.

– ¿Puedo ir yo contigo?

Cada muchacha se sube a un coche. Todas eufóricas, casi enloquecidas, adrenalíticas.

– ¡Eh, sólo tres por coche y sólo una detrás!

– Yo no quiero…

– ¿Tienes cangueli, eh, Niki…?

– No. Pero no quiero…

– ¿Y tú qué haces, Diletta, no vienes?

– ¿No? ¿Estáis locas? ¿Qué es eso del bum-bum-car?

– ¡Es superguay y tú eres una supermuerma!

Las otras dos Olas, Olly y Erica, se meten rápidamente en los coches junto con otras muchachas. Un chico de los que se han quedado en tierra abre el portaequipajes del suyo y pone la música a todo volumen.

– ¡Ánimo, apostamos por vosotros! Repito las reglas para quien no las sepa. ¡El último coche que siga funcionando lo gana todo! Las apuestas se dividen de la siguiente manera: la mitad para los que van en el coche vencedor y la otra mitad para los que hayan ganado la apuesta.

Una chica grita «¡Todos a sus puestos!». Algunos muchachos que no están en los coches pasan a toda prisa, cierran las puertas y colocan en su sitio los neumáticos, que están atados con una cuerda larga que atraviesa el techo del vehículo. Los neumáticos caen a ambos lados, como si fuese una silla de montar de fantasía. Y acaban apoyados sobre las puertas, para protegerlas de los choques en la medida de lo posible. Una muchacha con shorts y un silbato de colores corre hacia el centro del descampado y se detiene frente a los cinco coches. Después se saca un pañuelo del bolsillo, rojo, bonito, encendido. Divertida, loca madrina del bum-bum-car, lo levanta hacia el cielo con un gesto espléndido, enfático. Luego lo baja de golpe, riendo, silbando. «¡Ya!», y se quita rápidamente de en medio, a toda prisa, con miedo, y salta al arcén para quedar lejos, a cubierto de la loca carrera de autos. Los coches derrapan y parten. El Fiat 500 se abalanza sobre el Miera, lo espolea y es alcanzado de repente en un costado por el Mini. El Citroen oscuro corre veloz, supera a ambos coches y luego mete de repente la marcha atrás y golpea al Lupo, arrancándole el radiador. Llega el Fiat 500 y se estrella contra uno de los costados del Miera, rebotando contra el neumático de protección. Explotan ambas ventanillas, las muchachas que van dentro gritan, chillan, fingen terror, divertidas, enloquecidas. Luego lo ven y gritan:

– Corre, corre, que viene Fabio a toda pastilla.

El Miera está a punto de volcar, pero recupera el equilibrio, frena y alcanza de nuevo de lleno al Fiat 500. La luna trasera explota en mil pedazos. Y siguen así, se apartan, se alejan y retroceden, corriendo como locos. Y bum, de nuevo contra el Miera y el Lupo. Bum, el Mini contra el Fiat 500 y bum, el Mini contra el Miera y bum, el Miera choca de rebote contra el C3. Y así todo el rato, destrozándose los unos a los otros, chocando, con un ruido seco de chapa, de puertas abolladas, de cristales rotos, de faros que explotan, de parachoques retorcidos, de capós encogidos sobre sí mismos como súbitos calambres de una mano metálica. Los neumáticos utilizados como protección rebotan en las puertas, vuelan hacia arriba, vuelven a su sitio. Otros se sueltan y ruedan lejos, libres, hacia los muchachos que están en el arcén. Y bum, bum, bum. Poco después concluye el bbc. El bum-bum-car tiene su vencedor. El Mini y el Miera echan humo por el radiador, la parte delantera de ambos coches está totalmente hundida, el Fiat 500 está como doblado, con el semieje partido y las ruedas en posición oblicua, inclinadas hacia fuera. Parece un toro al que le acabasen de clavar la última banderilla, las rodillas dobladas y sin dejar de resoplar; acabando finalmente con el morro en el suelo. El Miera tiene las dos ruedas traseras pinchadas e incrustadas bajo la chapa de los laterales como consecuencia de los muchos golpes recibidos. El Lupo es el único que todavía logra avanzar un poco. Casi a trompicones, se dirige lentamente hacia el centro del descampado. De repente, pierde la placa de la matrícula, que cae con un sonido de lata, como las que se les atan a los coches de los recién casados. Pero esta noche no se ha casado nadie, y ningún dueño se sentirá feliz de recuperar su coche, visto el estado en que éstos han quedado.

– ¡Yuuju! ¡Hemos ganado! -Los muchachos que están en el arcén explotan de alegría-. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡El Lupo pierde el pelo, pero no la clase [1]! -Y otras lindezas por el estilo, peores incluso, mientras uno, más agarrado que los otros, se ocupa ya de recoger las ganancias y empieza a hacer cuentas.

Los heroicos conductores van bajando uno tras otro de los coches, unos se descuelgan por las ventanillas rotas, otros se deslizan por el portaequipajes, y algunos salen hasta por el parabrisas destrozado. Todos se quitan las gafas de natación.

– ¡Bien! ¿Cuánto ha sido?

– ¡Venga, que hemos ganado!

– Reparte bien, ¿eh? ¡No te equivoques!

Fabio coge el dinero que le toca y lo cuenta rápidamente.

– ¡No me lo puedo creer, seiscientos euros! Bien, Niki, te invito a una cena fabulosa, así hacemos las paces.

– ¿Todavía no lo has pillado? ¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? ¡Olvídate de la cena! Nosotros ya no salimos juntos.

– ¿Cómo? Pero dijiste…

– Hace una semana que te devolví tus regalos y te lo he dicho de todas las maneras posibles e imaginables, ya no sé qué inventar para hacértelo comprender. Fin. Kaputt. Cerrado. Auf Wiedersehen. Se acabó, hemos roto…

– Ok, como quieras. Eh, chicas, Niki y yo lo hemos dejado.

– Ya lo sabíamos.

– De modo que vuelvo a estar disponible; decidme algo y poneos a la cola.

Fabio se guarda el dinero en el bolsillo, se monta en su ciclomotor y se marcha a toda velocidad. Los demás se miran por un instante, después alguien se encoge de hombros y le quita importancia a lo que ha pasado. Olly se acerca a Niki.

– Jo, cuando se pone así, es verdaderamente…

– ¡Un gilipollas!

También llega Diletta.

– Se ha llevado todo el dinero. No ha repartido nada…

– Bueno, Fabio es así…

– Sí, pero lo normal es compartirlo con tu equipo, ¿no? -dice Erica.

Niki se encoge de hombros.

– Ya te he dicho que es gilipollas, ¿no? ¿Alguien tiene un cigarrillo?

Olly se saca el paquete del bolsillo. Diletta se acerca y Niki le da unos manotazos en la camiseta.

– Mira, ten cuidado, la llevas llena de cristales…

– Imagina que me ve mi familia, ¿qué les digo? ¿que he hecho el bbc? -comenta Olly.

Diletta mueve la cabeza.

– Es mejor que les digas que has tenido un accidente, pero no con mi coche ¿eh? Que si luego no te creen, me tocará abollarlo. Ya te veo viniendo a mi casa con un martillo.

– ¡Sí, sería muy capaz!

Todas se echan a reír.

– Venga, ¿quién me lleva a casa? Que mañana tengo examen.

– Qué mierda. ¿Qué pasa, que la noche acaba aquí? -exclama Olly.

– Ok, como mucho un helado en el Alaska.

– Caramba, un rapto de locura, ¿eh? Está bien, está bien, nos vemos allí.

– Pero luego, de verdad nos vamos a casa, ¿eh? -dice Diletta-. Porque después de lo que habéis hecho, seguro que todavía os quedan ganas de armar follón.

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[1] Juego de palabras con la marca del coche, que significa «lobo». (N. de la T.)