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Negué con la cabeza.

– Señor Mercier, le repito que no se trata de dinero…

Levantó una mano para interrumpirme.

– Lo sé. No era mi intención ofenderle.

– No me he ofendido.

– Tengo amigos en el cuerpo de policía, en Scarborough y en Portland y en otras partes. Esos amigos me han dicho que es usted un investigador excelente, con aptitudes muy especiales. Quiero que utilice esas aptitudes para averiguar qué le ocurrió en realidad a Grace, por mí y por Curtis.

Advertí que, al pedírmelo, se había puesto por delante del padre de Grace, y una vez más noté cierta discrepancia entre lo que decía y lo que sabía. Pensé asimismo en la manifiesta hostilidad de su mujer, mi sensación de que ella sabía con toda exactitud quién era yo y qué había ido a hacer a su casa, y que mi presencia allí le molestaba sobremanera. Mercier me ofreció el cheque, y vi en su mirada algo que no conseguí identificar con precisión: dolor, quizás, o incluso culpabilidad.

– Hable con él, señor Parker, se lo ruego -dijo-. En definitiva, ¿qué pierde con ello?

«¿Qué pierde con ello?» Esas palabras me asaltarían una y otra vez en los días siguientes. También le asaltarían a Jack Mercier. Me pregunto si acudieron a su memoria durante los últimos momentos de su vida, cuando las sombras lo cercaron y aquellos a quienes quería se ahogaron en un abismo rojo.

A pesar de mis dudas, tomé el cheque. Y en ese momento, sin saberlo ninguno de los dos, se cerró un circuito y transmitió una descarga al mundo que nos rodeaba y se extendía bajo nosotros. Lejos de allí, algo abandonó su escondrijo bajo las capas muertas de la colmena. Tanteó el aire y rastreó la perturbación que lo había agitado, hasta que encontró su origen.

Entonces dio una sacudida y empezó a moverse.

EN BUSCA DEL SANTUARIO

El fervor religioso en el estado de Maine y la desaparición de los Baptistas de Aroostook

Fragmento de la tesis doctoral de Grace Peltier, presentada a título

póstumo con arreglo a la normativa de los cursos de posgrado de la

Facultad de Sociología de la Universidad de Northeastern.

Para comprender los motivos de la formación y ulterior desintegración del grupo religioso conocido como los Baptistas de Aroostook, es importante comprender primero la historia del estado de Maine. Para entender por qué cuatro familias compuestas por personas bienintencionadas y no faltas de inteligencia siguieron a un individuo como el reverendo Faulkner al bosque y no volvió a saberse de ellas, debemos ser conscientes de que en este estado, durante casi tres siglos, hombres como Faulkner han atraído adeptos, a menudo frente al desafío de Iglesias mayores y movimientos religiosos más ortodoxos. Puede afirmarse, pues, que existe algo en el carácter de los habitantes del estado, una vena de individualismo que se remonta a los tiempos de los colonizadores, que los induce a dejarse cautivar por predicadores del talante del reverendo Faulkner.

Durante buena parte de su historia, Maine ha sido un estado fronterizo. A decir verdad, desde la llegada de los primeros misioneros jesuitas, en el siglo XVII, hasta mediados del siglo XX, los grupos religiosos consideraron Maine un territorio de misiones. Proporcionó durante casi trescientos años un terreno bien abonado, aunque no siempre fructífero, para los predicadores ambulantes, los movimientos religiosos no ortodoxos e incluso los charlatanes. La economía rural no permitía mantener iglesias y clérigos permanentes y, con frecuencia, la práctica religiosa no era una cuestión prioritaria para familias desnutridas, desharrapadas y sin una vivienda en condiciones.

En 1790 el general Benjamín Lincoln observó que muy pocos pobladores de Maine habían recibido el bautismo debidamente y que algunos nunca habían comulgado. El reverendo John Murray de Boothbay, en 1793, escribió acerca de "los inveterados vicios y la ausencia de remordimientos'' de los habitantes y dio gracias a Dios por haber encontrado "una familia devota y a un humilde practicante al frente de ella". Resulta interesante mencionar que el reverendo Faulkner tenía por costumbre citar este pasaje de Murray en los sermones a sus fieles.

Los predicadores ambulantes oficiaban de pastores para aquellos que carecían de iglesia. Algunos eran excepcionales, instruidos frecuentemente en York o en Harvard. Otros eran menos dignos de elogio. Según se sabe, el reverendo Jotham Sewall de Chesterville, Maine, pronunció 12.593 sermones en 413 asentamientos, de Maine en su mayor parte, entre 1783 y 1849. En contraste, el reverendo Martin Schaeffer de Broad Bay, un luterano, engañó en gran medida a sus feligreses hasta que al final lo expulsaron del pueblo.

Los predicadores ortodoxos tenían serias dificultades para introducirse en el estado, siendo los calvinistas los peor acogidos tanto por sus intolerantes doctrinas como por su vinculación a las fuerzas del gobierno. Los baptistas y metodistas, con su noción del igualitarismo y la igualdad, encontraban prosélitos mejor predispuestos. En treinta años, de 1790 a 1820, el número de iglesias baptistas en el estado pasó de diecisiete a sesenta. A su debido tiempo, se les unieron los baptistas del libre albedrío, los baptistas libres, los metodistas, los congregacionalistas, los unitarios, los universalistas, los shakers, los milleristas, los espiritualistas, los sandforditas, los holy rollers, los higginsitas, los librepensadores y los Black Stocking.

Aun así, la tradición de Schaeffer y de otros charlatanes permaneció viva: en 1816 se desarrolló en torno a la figura del carismático Cochrane el «engaño» del cochranismo, que acabó en acusaciones contra el fundador por abusos deshonestos graves. En la década de los sesenta del siglo XIX, el reverendo George L. Adams persuadió a sus adeptos para que vendiesen sus casas, sus tiendas e incluso sus aparejos de pesca y para que le entregasen el dinero a él con el objeto de contribuir a fundar una colonia en Palestina. Tras la fundación de la colonia de Gaza en 1886 murieron dieciséis personas durante las primeras semanas. En 1887, acusado de alcoholismo y malversación de fondos, Adams abandonó con su esposa la efímera colonia de Gaza. Más tarde reapareció en California, donde intentó convencer a la gente para que invirtiese en una caja de ahorros a pequeña escala, hasta que su secretario sacó a la luz su pasado.

Por último, a finales del siglo XIX, el evangelista Frank Weston Sandford fundó en Durham la comunidad de Shiloh. Sandford merece especial atención porque la comunidad de Shiloh fue, a todas luces, el modelo en que se inspiró el reverendo Faulkner para lo que se propuso llevar a cabo medio siglo después.

La secta ritualista de Sandford recaudó grandes sumas de dinero para misiones en el extranjero y proyectos de construcción de viviendas y envió barcos de vela llenos de misioneros a zonas remotas del planeta. Persuadidos por Sandford, sus seguidores vendieron sus casas y se radicaron en el asentamiento de Shiloh en Durham, a sólo cincuenta kilómetros de Portland. Muchos de ellos murieron a causa de la desnutrición y las enfermedades. El hecho de que estuviesen dispuestos a seguirlo y a morir por él da fe del magnetismo de Sandford, natural de Bowdoinham (Maine) y graduado por la Facultad de Teología del Bates College, en Lewiston.

Sandford contaba sólo treinta y cuatro años cuando se fundó oficialmente la colonia de Shiloh el 2 de octubre de 1896, fecha dictada a Sandford supuestamente por el propio Dios. Al cabo de varios años había en el asentamiento edificios por valor de más de doscientos mil dólares, cuya construcción se financió esencialmente con las donaciones y la venta de propiedades de sus seguidores. El edificio principal, el propio Shiloh, tenía 520 habitaciones y más de ochocientos metros de circunferencia.