Выбрать главу

—Precioso, ¿verdad? No es probable que nos asemos de calor ahí —dijo Winfield en tono casi de orgullo, como un pro­pietario mostrando su hacienda—. Ahora no señales ni hagas nada sospechoso, por si nos estuvieran vigilando desde la to­rre, pero echa una ojeada a la empalizada, cerca de aquella roca blanca. ¿Ves dónde quiero decir?

Tallon asintió.

—Aquella parte está hueca, llena de un tipo de orugas que carcomen la madera. El equipo de mantenimiento revisa la empalizada dos veces al año, rodándola con un insecticida pe­netrante para eliminar a las orugas. Pero yo me adelanté a pin­tar aquella zona con un producto que impide la penetración del insecticida. De modo que allí hay ahora un par de millones de orugas para las cuales debo de ser un Dios.

—Buen trabajo; pero, ¿no hubiera sido más fácil pasar por encima de la empalizada?

—Para ti, sí. Yo no estoy construido para trepar. Hace ocho años me resultó muy difícil, y mi sombra ha engordado consi­derablemente desde entonces.

—Iba usted a hablarme de los rifles.

—Sí. ¿Ves aquellas enredaderas con flores de color rojo os curo, en el mismo borde del marjal? Son plantas dringo. Sus hojas tienen más de medio centímetro de espesor y pueden ser cosidas unas con otras. Traeremos hilo y agujas y confeccionaremos unas pantallas que nos permitirán eludir los rifles.

—¿Está usted seguro de que son buenas aislantes? —pregun­tó Tallon en tono dubitativo.

—Tienen que serlo. Una especie de escorpión saltarín que no puede soportar las variaciones de temperatura vive debajo de aquellas hojas. Si se le priva de su cubierta protectora se vuel­ve loco. Pero no se preocupe; estaremos protegidos.

—Esa es la otra cosa por la que iba a preguntarle.

—Todo está en el plan, hijo mío. Cerca de aquella misma roca blanca hay una pequeña fisura en el suelo. Era uno de los lugares que yo podía encontrar sin dificultad, incluso cuando no podía ver. Allí es donde están ocultos los equipos de fuga.

—¿Equipos, en plural?

—Sí. Estaba dispuesto a marcharme solo, en caso necesario; pero sabía que tendría más posibilidades con un compañero que al menos pudiera ver el camino delante de nosotros. Eso es algo que usted descubrirá acerca de mí, hijo mío: soy estric­tamente práctico.

—Doctor —dijo Tallon, maravillado—, le adoro.

El contenido principal de los equipos de fuga de Winfield eran dos grandes trozos rectangulares de plástico delgado y re­sistente. Los había robado de la bahía de recepción del Pabe­llón, donde habían sido utilizados para cubrir paquetes de ali­mentos amontonados en el muelle. Su idea era la de practicar un agujero en el centro, lo bastante grande para que pasara la cabeza de un hombre, ponérselo y, trabajando desde dentro, pegar los bordes con cinta adhesiva. Aunque toscas, las envol­turas proporcionarían una zona de membrana lo bastante amplia para sostener el peso de un hombre sobre el cenagal. En varios años de constante sisa, Winfield había acumulado una buena cantidad de antibióticos y de medicamentos para combatir cualquier fiebre de las marismas o picadura de insectos que pudiera afectarles. Incluso tenía una jeringuilla hipodérmica, dos uniformes de guardián y una pequeña cantidad de di­nero.

—Lo único que no se me había ocurrido durante todos estos años —añadió Winfield— es que nuestros ojos viajaran por se­parado. No sé cómo les sentará el marjal a nuestros alados amiguitos. Temo que no demasiado bien.

Tallon acarició el pájaro atado a su hombro.

—Debemos protegerles, también. Si regresamos al taller ahora, podemos confeccionar dos pequeñas jaulas y cubrirlas con plástico transparente. Después de eso estaremos prepara­dos para emprender la marcha en el momento que usted diga.

—Entonces, esta misma noche. ¿Por qué habríamos de de­morarlo? Ya he perdido demasiado tiempo, demasiados años en este lugar, y tengo la sensación de que el tiempo se está acortando para todos nosotros.

Como de costumbre, la cena consistía en pescado. En los dos años que llevaba en el planeta, Tallon se había acostum­brado a que le sirvieran pescado en casi todas las comidas; el mar era la única fuente de proteínas de primera clase de Emm Lutero. Sin embargo, en el exterior de la prisión era preparado de modo que tuviera otros sabores; en el Pabellón, el pescado sabía a pescado.

Tallon jugueteó durante unos minutos con la blanca carne acecinada y las verduras marinas que recordaban vagamente a las espinacas, y luego se puso en pie y salió lentamente del comedor. Cada día le resultaba más fácil moverse en espacios limitados, utilizando únicamente una ojeada ocasional de si mismo robada a los ojos de otra persona. Operar a través del pájaro —al cual había bautizado con el nombre de Ariadna— mientras permanecía posado en su hombro, habría sido mucho mejor, pero hubiera llamada demasiado la atención en el comedor.

Winfield y él habían decidido pasar tan inadvertidos como fuera posible durante sus últimas horas en el Pabellón. Habían acordado mantenerse apartados el uno del otro y dirigirse por separado hacia la roca blanca al atardecer, dos horas antes de que los guardianes encerraran a los reclusos en sus celdas. El doctor saldría el primero, llevándose las improvisadas jaulas para los pájaros, y habría desenterrado los equipos de fuga cuando Tallon llegara allí.

Fuera del comedor, Tallon se detuvo, indeciso. Faltaba casi una hora para su encuentro con el doctor. Lo único que su estómago hubiera aceptado en aquel momento era café, pero Winfield le había advertido que no comiera ni bebiera nada, debido a que tendrían que permanecer encerrados en sus envolturas de plástico durante dos días, como mínimo. Tocó los controles del juego de ojos y, utilizando la selección de proximidad, se situó detrás de los ojos de un guardián que es taba de pie cerca de la entrada. El guardián estaba fumando, de manera que Tallon encendió un cigarrillo y, alzándolo hasta sus labios cada vez que veía hacerlo al guardián, fuecapaz de alcanzar una simulación asombrosamente realista de una visión normal durante unos cuantos minutos. Disfrutó recreando un fragmento del cálido y seguro pasado. Pero las sombras reuniéndose detrás de los edificios alrededor de la plaza le recordaron que la noche estaba cayendo sobre el marjal y que él, Sam Tallon, pasaría aquella noche serpenteando a través de su hedionda negrura hacia los rifles robot.

Dejando los sonidos de las conversaciones del comedor de detrás de él, Tallon echó a andar a través de la plaza hacia los bloques de celdas. Los ojos del guardián debieron seguirle ociosamente, ya que Tallon tuvo una visión perfecta de si mismo andando hacia los bloques, silueteado contra el horizonte occidental. Por un momento cuadró los hombros, pero aquel gesto no hizo que su figura pareciera más robusta, más fuerte, ni menos solitaria.

Quena recoger a Ariadna del gran gallinero que los jefes del Pabellón habían autorizado a construir a los reclusos que deseaban tener pájaros de compañía, pero decidió pasar antes por su celda y recoger sus pertenencias, por escasas que fue­ran. Cuando llegó a su propia sección estaba casi al final del alcance de su juego de ojos, y su visión de sí mismo era poco más que la de una mancha parda acercándose a la entrada del bloque de celdas. Creyó detectar otras dos manchas, con el uniforme de color verde oscuro de los guardianes de la prisión, apartándose del portal. La visión a distancia del guardián que seguía fumando fuera del comedor no era muy buena, de modo que Tallon decidió conectar con un par de ojos más próximos a él.