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Furioso ahora, y confiando en su armamento, Tallon se apeó del árbol. Avanzando sin ninguna precaución, recogió su paquete que había caído al suelo y se encaminó hacia la colina en dirección a la casa. Como había dejado el juego de ojos sin­tonizado con el perro superviviente, estaba ciego en lo que res­pecta a sus propios movimientos, y mantenía los brazos exten­didos para no tropezar contra algún árbol. Podía haber saca­do la lámpara sonar del paquete, pero no esperaba llegar muy lejos antes de verse a sí mismo a través de los ojos del tercer perro. No se equivocaba. El animal surgió corriendo de la es­pesura de arbustos, y Tallon obtuvo una borrosa imagen de su propia figura avanzando hacia la casa. De nuevo, el suelo em­pezó a deslizarse con grandes oscilaciones.

Tallon esperó a que su espalda llenara el cuadro antes de volverse, con la llameante automática en la mano, y apagó las luces. Por ti, Seymour, pensó. Por los servicios prestados.

Tallon concentró su atención en el problema de entrar en la casa sin la ayuda de Seymour. Ike le había dicho que Cari Juste vivía solo en su enorme mansión, de modo que no le preocupaba el tener que enfrentarse a más de una persona; pero no podía ver, y la herida sin atender había convertido sus hombros en una rígida zona de dolor. Además, el ruido pro­porcionado por los perros y la automática podían haber aler­tado a Juste. Y a Tallon se le ocurrió que si Juste estaba utili­zando el otro juego de ojos debía tener uno o más animales de algún tipo cerca de él.

Tallon volvió a situar el juego de ojos en “búsqueda y reten­ción” pero no captó ninguna imagen. Sacó entonces la lámpa­ra sonar y, con su ayuda, se dirigió apresuradamente hacia la casa. Sólo habían transcurrido cuatro o cinco minutos desde que había entrado en la finca. Cuando se acercaba a la casa empezó a captar imágenes oscuras y fugaces; lo único identificable era una zona oblonga casi brillante que correspondía a una ventana vista desde el interior de la casa.

Fue incapaz de decidir si aquel interior era realmente oscu­ro, o si el juego de ojos estaba a punto de apagarse definitiva­mente. Todavía más cerca, con sus pies sobre lo que parecía un patio enlosado, percibió otros detalles. Estaba viendo un dormitorio lujosamente amueblado, al parecer desde un punto muy elevado en una de las paredes. Y estaba tratando de ima­ginar qué clase de animal podía proporcionar aquella visión tan poco corriente cuando otra zona de la habitación se hizo relativamente clara.

Un hombre muy robusto, barbudo, permanecía incorpora­do en la cama con la cabeza ladeada, en la actitud de alguien que concentra todos sus esfuerzos en escuchar. Parecía llevar unas pesadas gafas.

Los agudos pitidos del sonar indicaron a Tallon que estaba a punto de tropezar con una pared. Giró a la izquierda y avan­zó a lo largo de la pared, palpando con las manos en busca de una puerta. En el dormitorio, el hombre se levantó y sacó de un cajón algo que parecía una pistola. Las manos de Tallon encontraron el hueco de una ventana. La golpeó con su paque­te, pero éste rebotó contra el grueso cristal. Retrocediendo unos cuantos pasos, levantó la automática e hizo añicos el cristal.

Mientras penetraba en la habitación, su visión del dormitorio cambió bruscamente, y de un modo característico con el cual Tallon se había familiarizado. El animal que prestaba sus ojos era un pájaro, posiblemente un halcón, que acababa de posarse sobre el hombro de su dueño. Tallon vio que la puerta del dormitorio se hacía más amplia en su campo visual, y supo que Juste estaba saliendo en busca del intruso. Corrió precipitadamente a través de la habitación en la cual se encontraba, preguntándose cómo iba a desenvolverse en la fantástica lucha que estaba a punto de producirse. Los dos hombres estaban viendo a través del mismo tercer par de ojos, de modo que cada uno de ellos vería exactamente lo que el otro viera. Pero Juste gozaba de dos ventajas: casi no tenía desorientación, porque sus ojos estaban posados sobre su propio hombro; y su juego de ojos se hallaba en perfecto estado.

Tallon consideró la posibilidad de evitar toda clase de com­bate. Tal vez si le decía a Juste quién era y por qué estaba aquí, podrían llegar a alguna solución. Encontró una puerta en la pared interior de la habitación y giró el pomo. La imagen que estaba captando mientras lo hacía era la de un rellano en lo alto de una escalera que desembocaba en un espacioso ves­tíbulo con puertas a cada lado, lo cual significaba que Juste había salido de su dormitorio y esta esperando el próximo mo­vimiento de Tallon.

Tallon abrió ligeramente la puerta y vio aparecer una grieta oscura en el borde de una de las puertas del vestíbulo. Como siempre, experimentó un extraño desaliento ante la sensación de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo.

—¡Just! —gritó a través de la abertura—, ¡no seamos estúpi­dos! Soy Sam Tallon… el individuo que inventó ese aparato que usted lleva. Quiero hablar con usted.

Se produjo un interminable silencio antes de que Juste con­testara.

—¿Tallon? ¿Qué está haciendo aquí?

—Puedo explicárselo. ¿Vamos a hablar?

—De acuerdo. Salga de la habitación.

Tallon empezó a abrir la puerta, y de pronto vio que estaba contemplando la oscura grieta a lo largo del cañón de una pe­sada pistola de azulado acero.

—Creí que habíamos acordado no ser estúpidos, Juste —gri­tó—. Yo también llevo un juego de ojos. Estoy sintonizando con su pájaro, y veo el arma que tiene usted en la mano. Tallon acababa de darse cuenta de su única y leve ventaja: el hombre que tenía los ojos en su hombro no podía evitar el transmitir información a su adversario.

—Muy bien, Tallon. Voy a dejar mi pistola en el suelo y a alejarme de ella; puede usted verlo, supongo. Deje también la suya en el suelo, acérquese, y hablaremos.

—De acuerdo.

Tallon soltó la automática y salió al vestíbulo. En su juego de ojos vio borrosamente su propia imagen saliendo a través de la puerta. Estaba intranquilo, no porque sospechara que Juste le engañaría, sino porque sabía que probablemente él mismo tendría que engañar a Juste para obtener lo que desea­ba. A medio camino del pie de la escalera se detuvo, pregun­tándose cómo podría desposeer a Juste del juego de ojos sin violencia.

Juste debió dirigir algún tipo de señal al pájaro, pero Tallon no la captó. Sólo el estar familiarizado ya con las oscilantes sensaciones del vuelo de las aves salvó a Tallon de encontrarse indefenso ante el inesperado ataque. Mientras su propia ima­gen parecía flotar en el aire de un lado a otro, se lanzó hacia la puerta; la había alcanzado cuando las furiosas garras descen­dieron sobre sus hombros. Encogiendo la cabeza para prote­ger su yugular, Tallon luchó a través de la puerta, notando que unas afiladas navajas desgarraban tela y piel. Cerró la puerta de golpe, atrapando al pájaro entre el borde y la jamba, y dejó caer todo su peso contra ella. Se oyó un ronco alarido, y se instaló de nuevo la oscuridad.

Tallon descubrió que una garra estaba engarriada a través de los tendones en el dorso de su mano izquierda. Operando a ciegas, sacó el cuchillo del paquete y cortó la garra del pájaro. Seguía enterrada en su mano, pero aquello tendría que espe­rar. Rebuscó con el juego de ojos, no captó ninguna imagen, recogió su automática y volvió a abrir la puerta.

—Oscuro, ¿verdad, Juste? —Su voz era ronca gritando en el vestíbulo—. Lástima que no se le ocurriera pensar que debía tener más de un pájaro en la casa. Prescindiremos de nuestra conversación. Voy a quitarle ese juego de ojos y seguiré mi camino.