—Ha recorrido un largo camino, Tallon —dijo Cherkassky sin alzar la voz—, pero en un cierto sentido me alegro. Matar a cualquier otro prisionero arruinaría mi reputación con nuestro reverenciado Moderador, pero usted ha causado tantos problemas que nadie va a quejarse. Tallon, luchando por recobrar el aliento, hizo una débil tentativa para rodar sobre sí mismo mientras veía el dedo de Cherkassky tensarse sobre el gatillo; luego, la presunción subyacente detrás de las palabras alcanzó a su cerebro, con un mensaje final de inesperada esperanza.
—Espere… espere… —Sus pulmones lucharon para abastecerse del aire necesario para hablar.
—Adiós, Tallon.
—Espere, Cherkassky… ¡Mire las pantallas!
Los ojos de Cherkassky se volvieron fugazmente hacia las constelaciones desconocidas que se reflejaban en los negros paneles, para posarse de nuevo en Tallon, y otra vez en las pantallas.
—Eso es un truco —dijo Cherkassky, con una voz que no era completamente normal—. Usted no ha…
—Lo hice. Salté al no-espacio —Tallon se llenó los pulmones de aire—. De modo que estaba usted en lo cierto al decir que el matarme no arruinará su reputación. Nadie lo sabrá nunca, Cherkassky.
—Está mintiendo. Las pantallas pueden estar pasando una grabación…
—Entonces, mire los paneles de visión directa. ¿Cómo cree que salimos al espacio a través de todo aquel material que usted había acumulado?
—Ellos sabían que yo estaba en la nave. Y no habrían disparado estando yo en la nave.
—Dispararon —afirmó Tallon—, y nosotros saltamos.
—No habrían hecho eso —susurró Cherkassky—. No a mí.
Tallon disparó sus pies hacia arriba, golpeando el vientre de Cherkassky y haciéndole caer hacia delante, encima de él. Esta vez luchó de un modo frío y eficaz, impermeable al miedo y al odio, al estruendoso sonido de la pistola, al conocimiento de que los ojos vivientes de su enemigo eran la única portilla que le quedaba hacia la luz, la belleza y las estrellas.
Tallon cerró aquella portilla para siempre.
XXI
Uno puede sentirse morir. Puede incluso tumbarse en el suelo y desear morir. Pero lo único que ocurre es que uno sigue viviendo.
Tallon hizo el descubrimiento lentamente, en un periodo de horas, mientras recorría la silenciosa nave. Visualizaba la Lyle Star como una burbuja de luz suspendida en un infinito de oscuridad, y a si mismo como una mancha de oscuridad moviéndose en un limitado universo de luz. Nada podía ser más inútil que prolongar aquella situación durante quince años; pero Tallon tenía hambre, y allí había comida, de modo que, ¿por que no comer?
Tallon meditó en aquello. Un objetivo a corto plazo. Una vez alcanzado, ¿qué? Una línea de pensamiento equivocada, decidió. Si uno va a existir a base de objetivos a corto plazo, tiene que descartar los procesos lógicos asociados con objetivos a largo plazo. Cuando uno tiene hambre prepara algo y se lo come. Luego tal vez se siente cansado, y duerme; y cuando despierta, vuelve a tener hambre…
Se quitó el juego de ojos, pero descubrió que sus ojos de plástico quedaban incómodamente desnudos sin aquella protección, y volvió a ponérselo. El primer objetivo a corto plazo de su nueva existencia sería disponer de un hogar aseado. Encontró el cadáver de Cherkassky, lo arrastró hasta la cámara reguladora de la presión, y lo apoyó contra la puerta exterior Tardó varios minutos en situar el cuerpo de modo que no cupiera duda de que sería arrastrado fuera de la cámara cuando se agotara el aire residual. Un cadáver era un desagradable compañero de viaje en circunstancias normales, pero una exposición a presión cero lo haría menos atractivo aún.
Cuando quedó satisfecho con la disposición del cadáver, fue en busca de Seymour y depositó el patético cuerpecillo sobre el regazo de Cherkassky.
De regreso en la sala de control, identificó al tacto los controles pertinentes y abrió la compuerta exterior de la cámara. Otros dos personajes que hacían mutis, pensó, dejando a Sam Tallon solo en el escenario. El doctor Winfield había sido el primero; luego Helen, con sus cabellos rojizos y sus ojos color whisky. Se le ocurrió que Helen podría estar viva, aunque no disponía de ningún medio para averiguarlo… y descartó la idea: se estaba dejando arrastrar de nuevo a una línea de pensamientos equivocada.
Tallon se dirigió a la semicubierta, sacó una lata de cada uno de los compartimientos de víveres, y las abrió. Identificó sus contenidos y memorizó el lugar del que había sacado cada una de ellas. En Emm Lutero, la dieta había tenido como base —y casi como único componente— el pescado, de modo que ahora se decidió por la carne, y mientras la cocinaba descubrió un compartimiento refrigerado con una gran cantidad de recipientes tubulares de plástico llenos de cerveza. Gracias a que Parane, de donde procedía la Lyle Star, tenía al mismo tiempo una adecuada provisión de proteínas y unos puntos de vista liberales sobre el consumo del alcohol, Tallon disfrutó en su primera comida en el espacio desconocido. Cuando terminó, se deshizo de los platos y utensilios de plástico, y luego se sentó a esperar… sabiendo que no podía suceder nada.
Poco después se sintió cansado y fue en busca de una cama. El sueño tardó mucho en llegar debido a que Tallon se encontraba a muchos millares de años-luz del resto de su especie.
Tallon dejó transcurrir cuatro ciclos de actividad y sueño antes de llegar a la conclusión de que se volvería loco si continuaba de aquella manera. Decidió que debía tener un objetivo a largo plazo para dar una dirección a su vida, aunque el plazo fuese más largo que la duración de su vida y el objetivo inalcanzable.
Se dirigió a la sala de control y exploró el banco computador central con las yemas de los dedos, reprochándose el no haberle prestado más atención cuando aún disponía de unos ojos. Tardó algún tiempo en comprobar a su entera satisfacción que era un modelo estándar, basado en el amplificador de inteligencia cibernético. El viaje por el no-espacio exigía que una nave se situara por sí misma dentro de portales que no midieran más de dos segundos-luz de diámetro. Las normas de precisión involucradas requerían que los elementos computadores y el complejo de astrogación estuvieran unificados en un solo sistema automático.
El complejo de control estaba plenamente programado para posibles variaciones, tales como las derivadas de estrellas de magnitud cambiante, en la esfera celeste percibida; pero también se había previsto la necesidad de evitar que las fijaciones posiciónales fueran afectadas por fenómenos raros e impredecibles, como las novas y las supernovas. Esto asumía la forma de paneles de inyección de datos que proporcionaban, entre otras cosas, un acceso directo a los almacenes de instrucciones. El inyector de datos no había cambiado desde la primera época de los viajes por el espacio. Tallon había oído decir que el sistema relativamente primitivo era conservado únicamente porque permitía a un mecánico razonablemente competente convertir una nave espacial en un vehículo de exploración interestelar.
En otras palabras, la motivación de los constructores, lo que podríamos llamar su “filosofía”, era la siguiente: esta nave está plenamente garantizada y te llevará siempre a tu punto de destino; pero, si no lo hace, te permitirá tratar de encontrar otro mundo mientras estés en ella.
Tallon no había investigado nunca la cuestión personalmente, pero se inclinaba a creer que las historias eran ciertas, ya que no le serviría de nada realizar otros saltos sin disponer de algún medio para comprobar su posición. Las probabilidades de situarse al alcance de un mundo habitable eran quizá de una entre mil millones. No se engañaba a sí mismo acerca de las posibilidades de éxito, pero no había ningún otro camino abierto delante de él; y vegetar, como había hecho durante cuatro días, resultaba inaceptable. Además, en un universo realmente casual, podía dar un solo salto y encontrarse colgando sobre la propia Tierra, casi capaz de respirar su atmósfera, de oler el humo de hojas muertas quemadas arrastrándose con el suave viento de los atardeceres del mes de octubre…