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Empezó a trabajar en el complejo de control central. Trans­currieron dos días más de descanso y actividad antes de que Tallon se sintiera satisfecho de haber programado el sistema para hacer frente a sus nuevas necesidades. Trabajando a cie­gas, utilizó su cerebro a fondo, alcanzando el mismo grado de eficacia que le había permitido construir los juegos de ojos.

Varias veces se descubrió a sí mismo poseído de una intensa satisfacción. En esto, pensó, es en lo que soy realmente bueno. ¿Por qué lo dejé de lado al salir de la Universidad y me dedi­qué a recorrer otros mundos? Cada vez, inexplicablemente, veía los cabellos rojizos y los ojos singulares de Helen sobreimpuestos a su cuadro mental del complejo de control. Y fi­nalmente había modificado la red de astrogación, transfor­mándola de un animal que sólo saltaría cuando supiera dónde estaba, a otro que se negaría a moverse si sus múltiples senti­dos detectaban un sistema planetario al alcance.

Cuando Tallon terminó se sintió cuerdo, con la mente aguda y despejada. Se acostó y durmió sin que su sueño se viera alterado por ningún tipo de pesadillas.

Después del desayuno, nombre que daba a su primer comi­da después de un periodo de sueño, Tallon se dirigió a la sala de control y se instaló en el asiento central. Vaciló, preparán­dose a sí mismo para la dislocación psíquica, y pulsó el botón que proyectaría a la nave a aquel otro universo incomprensi­ble. ¡Click! Un fogonazo de resplandor insoportable conmocionó sus ojos; luego, el salto quedó completado.

Tallon se arrancó el juego de ojos y se echó hacia atrás en el gran sillón, con las manos apretadas contra sus párpados, presa de una gran confusión mental. Había olvidado el fogo­nazo que se había reflejado en sus nervios ópticos cuando hizo dar el primer salto a la Lyle Star en New Wittenburg. En nin­gún manual se hablaba de que en el no-espacio se produjeran fogonazos de luz; en realidad, la mayoría de la gente experi­mentaba una momentánea ceguera durante la transición. Es­cuchó al computador y estaba silencioso, lo cual significaba que no se había materializado al alcance de ningún planeta en alguna parte de la enorme y fría galaxia.

Encogiéndose de hombros mentalmente, se preparó para dar otro salto. Esta vez redujo la sensibilidad del juego de ojos a casi cero, y cuando se produjo el fogonazo su intensidad fue mucho menor. Se quitó el juego de ojos, y dio otro salto que no produjo ninguna luz. Poniéndose de nuevo el juego de ojos, dio un cuarto salto, y el fogonazo volvió a producirse.

Tallon empezó a sentirse excitado, sin saber por qué. Lo único que parecía ser cierto era que el fogonazo estaba asocia­do con el juego de ojos. Pero, ¿cuál era la causa? ¿Existía acaso en el no-espacio alguna forma de radiación que era cap­tada por el juego de ojos? Difícilmente, dado que los circuitos estaban diseñados para cernerlo todo a excepción de las in­creíblemente sutiles emanaciones de “puesta en fase” de las células gliales. ¿Qué podía ser, pues? No había ninguna perso­na en el continuum del no-espacio.

Tallon se puso en pie y empezó a pasear por la sala de con­troclass="underline" ocho pasos hasta la pared, media vuelta, ocho pasos en sentido contrario.

Recordó la conversación con Helen Juste acerca del trabajo de su hermano para el centro de exploraciones espaciales de Emm Lutero. Cari Juste había estado trabajando sobre una hipótesis acerca de que el universo del no-espacio podía ser su­mamente pequeño, quizá de un diámetro mensurable de me­tros. El motivo de que ningún equipo de radio normal funcio­nara en el no-espacio (impidiendo así que los humanos traza­ran mapas de su topografía), ¿podía encontrarse en el hecho de que todos ellos se encharcaran en sus propias señales, debi­do a que los espacios vacíos entre los perfiles de ondas se relle­naban mientras ellos viajaban interminablemente alrededor del diminuto universo? En caso afirmativo, el ojo humano —que transmitía su información, no por amplitud, frecuencia ni si­quiera modulación de fase, sino por puesta en fase— podía ser perfectamente la única pieza de equipo “electrónico” capaz de funcionar en el no-espacio sin borrar completamente sus pro­pias señales características. Y el juego de ojos podía ser el pri­mer receptor que funcionara en el no-espacio. Pero seguía en pie la pregunta: ¿Cuál era la causa del fogonazo?

El asombro inmovilizó a Tallon mientras la respuesta se le revelaba bruscamente: ¡Había gente en el universo del no-espacio! El tiempo que tardaban los generadores en establecer su campo y apagarse de nuevo era inferior a dos segundos en un salto de mínimo incremento, pero las rutas comerciales del imperio estaban atestadas. Millones de toneladas de carga y de pasajeros pasaban a través de los caminos en zigzag del co­mercio galáctico cada hora, de modo que en cualquier instante determinado había millares de seres humanos en el continuum del no-espacio. El efecto maculante, producido por la repeti­ción de la señal en el universo claustrofóbico, podía ser sufi­ciente para unir todas sus emanaciones nervio-ópticas en una vasta y desordenada secreción.

Tallon notó que la excitación aceleraba los latidos de su co­razón. Las emanaciones de las células gliales eran tan débiles como para ser prácticamente inexistentes. Era posible que pu­dieran cruzar el universo del no-espacio sólo unas cuantas veces antes de desvanecerse, lo cual significaba que podía haber información direccional en el fogonazo que producían en el juego de ojos… sin hablar de la posibilidad de una forma de viaje por el no-espacio controlada por la voluntad humana y no por los dictados de una geometría extraña.

Tallon permaneció inmóvil unos instantes. Luego enfiló el pasillo que conducía al taller de la Lyle Star.

Tras unos minutos de rebuscar entre los bastidores de he­rramientas, Tallon logró identificar una pesada sierra eléctrica con una hoja oscilante convencional. La escogió con preferen­cia a una sierra láser, con la cual resultaría demasiado fácil que un ciego perdiera sus dedos.

Cargando la sierra sobre su hombro, se dirigió hacia la popa de la nave, orillando las balas de plantas proteínicas prensadas, y empezó a trabajar en la primera capa del sistema de tamizado de la radiación. Cortó tres paneles, cada uno de ellos de un metro y medio por sesenta centímetros, del mate­rial de casi tres centímetros de grosor; luego cortó otro más pequeño, de sesenta centímetros en cuadro. La aleación de plástico y metal era muy pesada, y Tallon cayó varias veces mientras transportaba las piezas a la sala de control.

Con las piezas en posición, efectuó varias tentativas para utilizar un multisoldador, pero su ceguera era una desventaja excesiva. Dejando el soldador a un lado, confeccionó unos toscos corchetes angulares aplastando y doblando latas de conserva vacías, y los incrustó en los paneles de plástico. La tarea le llevó mucho tiempo —incluso un familiar taladro ma­nual resultaba difícil de manejar a ciegas—, pero al final había construido algo semejante a una garita de centinela. Cambió la broca del taladro y practicó un pequeño orificio en la pared central de la garita.

Tallon se sobresaltó cuando trató de trasladar la caja al lugar que deseaba y descubrió que no podía moverla debido a su enorme peso. Tras unos minutos de inútiles esfuerzos, re­cordó que se encontraba en una nave espacial, un entorno en el cual el peso era algo contra lo que había que luchar. Encon­tró el interruptor principal del sistema de gravedad artificial y lo cerró, y la caja resultó mucho más fácil de manejar. La co­locó delante del asiento del capitán, con el lado hueco encara­do a popa, y volvió a conectar la gravedad.