Se dice «hospitalizado», pensó, no en el hospital, ni en un hospital. De la misma manera que uno está encausado, encarcelado o acuartelado. ¿Qué tenían en común las correspondientes instituciones? Algo que ver con el cumplimiento de un destino… Billie sólo había estado hospitalizada en dos ocasiones: la primera, al nacer y, más recientemente, cuando resultó que había ingerido medio frasco de paracetamol líquido. También aquello había ocurrido de noche. De hecho, Billie estaba llegando a la conclusión de que la visita al hospital era algo que ocurría automáticamente si lograbas permanecer despierta hasta muy tarde.
En esta ocasión las encaminaron a Traumatología.
– Un traumatismo craneal -les explicó el médico que estaba de guardia en Cuidados Intensivos- entraña una secuencia de hechos. Hablamos de tres lesiones. La primera se produce en los primeros segundos; la segunda, en la primera hora; y la tercera, en los primeros días, o semanas, o meses. Su marido, Alex, ha superado la primera lesión. Mi tarea más inmediata es impedir que se produzcan la segunda y la tercera lesiones. Por lo visto, estuvo inconsciente durante dos o tres minutos.
– Yo creía que más de un minuto…
– Tres minutos no es el fin del mundo. Aunque en la ambulancia no pudo recordar su apellido ni su número de teléfono, estuvo lúcido mientras lo trasladaban. Su tensión arterial fue normal. Así que el cerebro no se vio privado de oxígeno…, lo que habría provocado la segunda lesión. Por otra parte, mostraba una respiración fuerte y regular. Cuando la respiración es irregular o débil en presencia de una ventilación adecuada, el pronóstico es, invariablemente, grave.
Algunos médicos desconfían del poder que ejercen. Otros se sienten capaces de deslumbrar gracias a él. El doctor Gandhi (satánicamente apuesto, en opinión de Russia, pero que ya comenzaba a encorvarse tras haber alcanzado la mediana edad) era, casualmente, un médico del segundo tipo. Se sentía gratificado, animado incluso, al ver cómo la gente escuchaba con atención y mirada implorantes lo que les decía. Tenían razón en hacerlo, y era natural que lo temieran y lo amaran: era su intérprete de la mortalidad. Algo que él dispensaba o que negaba… Billie estaba en la sala de juegos contigua. Russia podía oírla desde allí. También la niña parecía respirar con profundas espiraciones y después retenerlas; jadeaba y suspiraba mientras unía y desmontaba los Sticklebricks [7] de plástico.
– Alex estuvo razonablemente lúcido en la ambulancia. Para cuando lo examiné, hablaba de forma incoherente. Aquello no me desanimó. Disfrutaba de una movilidad obediente, y sus ojos respondían con normalidad a la luz. En el espacio de una hora, su baremo en la escala de Glasgow pasó de nueve a catorce, a sólo un punto del máximo. Los rayos X revelaron que no existía ninguna fractura. Y, lo que aún es mejor, el tac mostró una contusión, pero sólo un derrame mínimo…, que hubiera podido ser la tercera lesión. Le administré un diurético por precaución. Esto deshidrata y, así, encoge el cerebro -dijo el doctor Gandhi alargando la mano y cerrándola-. Está en Cuidados Intensivos ahora. Duerme y respira con normalidad, y controlamos todas sus constantes.
– ¿Y eso bastará?
– … Señora, el cerebro de su marido ha sufrido una aceleración. El tejido blando ha impactado contra su estuche: el cráneo. En la zona frontal inferior del cerebro hay protuberancias óseas… ¿Para qué son? Nadie lo sabe. Se diría que para castigar la cabeza herida. Cuando el cerebro sufre una aceleración así, se desgarra y rompe al chocar con este rascador. Puede haber células nerviosas dañadas o, al menos, aturdidas temporalmente. El cerebro, según creemos, intenta restaurar la falta de esas células empleando otras de repuesto en un proceso de reorganización espontánea. Pero esto puede requerir tiempo. Y hay multitud de posibles efectos colaterales. Dolor de cabeza, fatiga, dificultad de concentración, falta de equilibrio, amnesia, labilidad emocional. ¿Labilidad? Tendencia a la inestabilidad. Dígame, señora Meo, ¿cuál de estas cuatro características describe mejor el temperamento de su marido: sereno, apacible, irritable, difícil?
– Oh, apacible.
– Pues tiene que esperar, en las próximas semanas, una tendencia a la dificultad. ¿Querrían usted y… Billie ver un instante a su marido? Le han administrado un relajante muscular ahora. Le sugiero que no lo despierten. Hace una hora mi compañero trató de explorar sus pupilas con un rayo de luz. ¡A Alex no le hizo ninguna gracia!
Cuidados intensivos daba la impresión de hallarse en un submarino o en el interior de una vieja nave espacial; oscuros compartimentos donde zumbaban y latían importantes artilugios: electrocardiógrafos, jadeantes ventiladores…; el agitarse de la vida y la muerte en sus figuras y sombras. Una sonriente enfermera descorrió la cortina. Y pasaron sin hacer ruido.
Cuando vio a su padre, Billie le dedicó su característica expresión de cariño, pero esta vez había una nota dolorida en su voz. Sintiendo un nudo en la garganta, Russia se apresuró a agacharse y levantó a la niña en brazos.
Lo tenían acostado en un ángulo más agudo de lo que se esperaba. El grueso collarín blanco que llevaba y la forma como estaban remetidas las sábanas alrededor de su cuello hacían imposible evitar la impresión de verlo emerger lentamente de las profundidades de una taza de váter, y luego estaban los cables conectados a su cuero cabelludo.
– ¿Por qué no despierta?
– Está dormido -le susurró su madre-. Se ha hecho daño y está dormido.
De repente sus ojos se abrieron y los fijó en ella. Sintió como una sacudida hacia atrás: ¿qué era aquella mirada? ¿Acusación? Pero al instante siguiente su mirada se desenfocó, y sus párpados se cerraron despacio, obedeciendo al torpor inducido por el medicamento.
– Tírale un beso para que se mejore -dijo Russia.
Al volver a pasar por Recepción, con aquel leve pasito suyo que parecía de puntillas a pesar de no llevar tacones, Billie levantó la vista hacia su madre y dijo con una satisfacción difícil de sondear:
– Papá está diferente.
– Cuente hacia atrás desde cien, bajando de siete en siete.
– Cien… Noventa y tres. Ochenta y seis. Setenta y nueve. Setenta y dos. Sesenta y cinco. Etcétera.
– Muy bien. ¿Qué tienen en común un pájaro y un aeroplano?
– Alas. Pero los pájaros no se estrellan.