– La gente -replicó Ainsley con amarga gratitud- siempre querrá a Ainsley Car. Aprecian a su Auto de Choque, amigo. Eso es así. Sigue siendo así.
Parecida a un hongo obviamente no comestible, la lengua de Clint se desbordaba fuera de su boca y trataba de lamer las esposas que colgaban de su nariz. Finalmente, dijo: -Estás acabado, Ains. Has llegado al final. Estás en las últimas. Tienes esa fastidiosa lesión cerebral que se llama autodestrucción. Estás gordo, amigo. Y sudas demasiado. Fíjate en tu pecho. Lo tienes como en un concurso de camisetas mojadas. Y la alianza que llevas en el dedo, cada semana que pasa te aprieta más. Lo que me lleva a mi siguiente punto…
En este momento, como su sadismo respondiera más plenamente al masoquismo que advertía en Car, hizo una seña al camarero y le dijo:
– ¡Raymond! Tráele otra copa al Tetas.
Smoker hizo una pausa. Aquella noche experimentaba un optimismo poco habitual en él…, perjudicial, tal vez, para sus habilidades diplomáticas. En el bolsillo interior de su holgado traje negro tenía bien guardado un tentador e-mail de «k», su corresponsal en Internet. Respondiendo a una pregunta de Clint: «¿Qué papel piensas que desempeña el sexo en una relación sana?», «k» había escrito: «1 pkño. ¿Nos hemos vuelto to2 completamte locos? Mantengamos el sentido de las proxciones, X D… Debería ser sólo la última cosa de la noche, el preludio natural del sueño. Nada de esas terribles sesiones. Yo encuentro que normalmente ayuda meterse entre pecho y espalda unas cuantas copas… ¿Y tú?» Al leer esto, Smoker se había dado tardíamente cuenta de que sus relaciones más duraderas y satisfactorias las había tenido siempre con dipsómanas. O, por decirlo de otra manera, que le gustaba practicar el sexo con mujeres bebidas. Parecían existir tres razones para ello. Una: que todas se comportan estúpidamente. Dos: que a veces pierden el conocimiento (y entonces sí que puedes disfrutar realmente con ellas). Tres: que de ordinario no recuerdan si das un gatillazo. Todo eso te quita presión. Puro sentido común.
– En el Lark pensamos que en ti queda todavía una gran historia. El reto que se nos presenta ahora es, a nuestro entender, sacar el máximo partido de esa historia. Hemos estado estudiando diferentes maneras de darla a conocer de forma que suscite el interés de todos y quieran escucharla. Y esto es lo que queremos que te plantees: cargarte a Beryl.
– ¿Cargarme a Beryl?
– Cargarte a Beryl. Y tirarte a Donna.
Beryl era la novia de Ainsley desde la infancia. Se habían casado cuando los dos tenían dieciséis años, y Ainsley la había dejado dos semanas después, al día siguiente de su fichaje récord. Recientemente, en una ceremonia patrocinada en gran parte por el Morning Lark, la pareja había vuelto a casarse: una boda pensada para confirmar y consolidar la victoria de Ainsley en su batalla contra el alcohol. Capital para el simbolismo de aquello era el hecho de que Beryl, que no destacaba por ninguna otra cosa, era una mujer singularmente menuda. El propio Ainsley era el jugador más bajo de los equipos de primera división de la liga…, pero le sacaba un palmo de estatura. Desde el punto de vista periodístico, se pensaba que una esposa menuda apuntalaba los instintos protectores de Ainsley y su sentido de la responsabilidad, a diferencia de las esculturales rubias a las que siempre estaba persiguiendo, o con las que siempre andaba peleándose, en los garitos y bares clandestinos.
– Escucha mi plan -amplió Clint Smoker-. Tienes que arreglártelas para que Beryl vaya a verte a tu habitación del hotel en Londres a una determinada hora. El mismo día, antes, en un encuentro concertado por nosotros, eliges a la modelo del Lark que prefieras…, pongamos, por ejemplo, a Donna Strange…, y te la llevas a tu habitación, de manera que estés follándola cuando entre tu mujer. Donna se larga y tú le atizas a Beryl.
– ¿Por qué le atizo a Beryl? ¿Por qué no es ella la que me atiza?
– Pues porque ella no levanta un palmo del suelo. No. Vamos… Ella tendría que pegarte un bastonazo. -Smoker inclinó la cabeza hacia un lado y dijo imitando una voz femenina-: «¡Estabas haciendo el amor con esa modelo! ¡Me has traicionado con otra chica!» Todo esto y más por el estilo, quiero decir. ¿Cuánta mierda así vas a ser capaz de aguantar? Así que te cargas a Beryl.
La boca de Ainsley se abrió todavía más, ahondando así el pliegue entre su nariz y su frente.
– Te garantizo que todos los periódicos se ocuparán de esa noticia. Y nosotros daremos las tetas y el culo de Donna en las páginas una a cinco, y los ojos morados de Beryl de las páginas cinco a la diez, más una emocionante separata de ocho páginas del acusado en cuestión: el propio Ainsley Car.
– ¿Cuánto?
Smoker dijo una cantidad; una cifra impresionante.
– ¡Que todos los pasajeros vayan a la parte de detrás del avión! -gritó súbitamente Ainsley-. ¡Retrocedan! ¡Que ninguno se acerque! El jodido ántrax…, ¡este tipo tiene hepatitis G y una granada metida en el culo! ¡OH, DIOS MÍO! ¡ES LA TORRE! ¡ES EL BIG BEN, ES EL OLD TOM, [9] ES EL PALACIO DE BUCKINGHAM! ¡NO! ¡LO IMPOSIBLE! ¡OH, DIOS MÍO…, VAMOS TODOS A…!
Para entonces, varios camareros se acercaban corriendo a través del comedor, que se había quedado en silencio, y allí estaba Mal Bale, con las manos apoyadas en los hombros de Car, presionándolo para mantenerlo en su asiento, mirando a su alrededor y frunciendo el ceño.
Ya no hay tipos duros, pensaba Mal (esto se había convertido recientemente en un tema urgente a raíz del asunto con Xan Meo) cuando iba de camino hacia el bar dos horas más tarde, ahora están todos chiflados. Chiflados drogatas. No hay más que fijarse en Snort. En el fulano ese, Snort.
Cuando llegó al bar y se incorporó al círculo de los bebedores, Mal se volvió. Darius había sido puntual. En aquel momento, iba por su primer zumo de arándanos, Smoker daba cuenta de su tercer litro de agua mineral (temía por su permiso de conducir) y Ainsley estaba en su noveno cóctel. Con sus más de dos metros de estatura, Darius, adventista del Séptimo Día, parecía estar teniendo algún éxito en atiborrar a Ainsley de panecillos.
Pero allí estaba Snort. Sin ninguna botella a su lado. Tras el asunto de Xan Meo, Mal le había dado a Snort lo convenido (cuatrocientas libras en metálico) y le había dicho: