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Aunque el pedazo de papel que tenía en la mano era meramente una copia impresa de un e-mail, Clint se lo llevaba a sus esposadas narices como esperando notar un indicio de su fragancia. Y lo había leído…, bueno, tres o cuatro docenas de veces. «Con ésta no voy a echarlo todo a rodar -se decía-, de ninguna manera.»

el problema es k yo nunca he sido capaz d romper con 1 hombre, d enojar a 1 hombre, no m atrevería, ¿ofender a 1 hombre? así ke tengo k contntarm con disgustarlo un poco (y ya m cuesta mucho) hasta k haga sus maletas y s vaya… ¿como? oh…, tu ya sabes, clint: pekeñas cosas. olvidar elogiarlo tan a mnudo como solía hacerlo. negarm a limpiar el pis que dja en el asiento del váter. lo digo tal como lo pienso. pro lo que estoy diciendo en realidad es: entiend la indirecta, compañero, ¡x la puerta de atras! clint…, estoy cansad@ de esto, déjam ser clar@: odio al «hombre nuevo», tan «atento» en el dormitorio: «¿acabaste ya? ¿te gusto a ti también?» ¡sí! ¡7° cielo! ¡en las nubes! ¿xk las personas no puedn ser ellas mism@s, clint? dmasiado instinto de rbaño, dmasiad® falsedad, dmasiado prejuicio.

ps. 3 hurras por «chorb@s de soplapollas». 1 autntico tonico para 1 sexo + amable: ¡gracias a D!, ¡al hay espranza para todos nosotros!

«Tus mensajes son como una bocanada de aire fresco», pensó Clint mientras meditaba su respuesta. «Ahora has visto ya bastante a menudo mi fea cara en el Lark. Mi aspecto no es nada esnob…, ¡no puedo permitírmelo! Pero me gustaría poder poner un rostro a tus sabias palabras. Y tal vez un nombre también…» ¡Y ella aún no le había dicho si pensaba o no que el tamaño era importante…!

Sólo le preocupaba una cosa. Los estudios de mercado mostraban una y otra vez que el Morning Lark no tenía mujeres entre sus lectores. Así que quedaba pendiente una pregunta: ¿qué tipo de mujer podía ser una lectora del Lark?

Al llegar a este punto hizo una pausa en su escritorio. Clint estaba a punto de empezar a escribir un trabajo. Pero en este momento hizo una pausa.

– … ¿Oiga? ¿Me oye? ¿Está And en casa?

– ¿Quién le llama?

– Esto… Pete.

– No, no esta -dijo una voz mucho menos firme de la que estaba acostumbrado a oír-. Harrison, cariño, ten cuidado… Lo han dado por desaparecido. No, no hagas eso, querido…, pórtate bien. Lo han dado por desaparecido.

Clint dijo que le sabía mal molestar. Pensó: Jesús…, no le digas nada de Joseph Andrews. Y luego: Asómate por allí y dale ánimos. Pero después: No. Déjalo estar. O el proverbiaclass="underline" En otro momento.

– Ah, Clint -le dijo Heaf-. No es nada serio, pero nos acaba de estallar en la cara otra cosa.

– ¿De qué se trata, jefe?

– «Su perversión le costó cara.»

– ¡Ah! El soplapollas de Walthamstow.

– El mismo. Pero ya es suficiente con una crisis diaria, ¿eh? Un par de cosas más, Clint. Hay una palabra en tu columna de novedades de vídeo que me ha llamado la atención. Veamos…

Extendió la página en la mesa de Clint. En el encabezado se leía «Las novedades de vídeo de Blinkie Bob». Y en un ángulo aparecía una foto que parecía extraída de un archivo policial. No de Clint, sino obra de algún proceso de creación de imágenes: un rostro grotescamente estrábico, ladeado, con la lengua colgando y con las manos hacia arriba, mostrándolas velludas.

– ¿Dónde está…? -dijo Heaf-. ¡Ah, aquí!: «… y tened a mano el rollo de papel higiénico para cuando la estrella invitada, Dork [12] Bogarde, bombee su chorro amoroso en las anhelantes tetas de nuestra mismísima Donna Strange.» ¿Puedo preguntar qué es eso de un chorro amoroso?

– Semen, jefe.

– ¡Oh…, oh! Creí que, en el estilo de la casa, lo llamábamos «jugo viril». Pero, bueno…, esta bien, entonces. ¿Sabes…? A veces me repugna lo que hacemos aquí… De veras. ¿Cómo te van las cosas con Ainsley Car?

– Bien…, el plan está en marcha. Ahora hemos de aguardar a que reaparezca, por razones de visibilidad, claro. Pero parece que va bien, ¿no?, con las nuevas acusaciones.

Clint recordó que Heaf no era aficionado al fútbol. Así que prosiguió:

– Quieren trincarlo ahora por amañar partidos. Lo han acusado de aceptar medio millón de un hombre de negocios malayo a cambio de entregar un partido a los Rangers la temporada pasada. Nuestros soplapollas lo aborrecen por eso: es un sacrilegio, jefe. Tal vez podremos conseguir que agreda a Beryl durante el juicio.

– Hazlo como te parezca mejor, Clint. ¿Y decías que te estabas ocupando también de nuestro seguimiento de la familia real?

– Estoy en ello, jefe.

– Es una perita en dulce, ¿no, Clint? Siempre habíamos dado por sentado que la familia real era algo irrelevante para nosotros…, un anacronismo. Y que la pobre reina Pam era un personaje más bien intimidante. Pero ahora lleva ya dos años fuera de la circulación, y con la princesa a punto de alcanzar su sazón, se está produciendo una tremenda oleada de simpatía, como se refleja en las cifras de Mackelyne, en todo el espectro de nuestros soplapollas.

– Sí, bueno…, lo que ocurre es que ahora el hecho de que la princesa Vicky necesite sujetador les recuerda que Enrique aún está a pan y agua. Piensan que ya va siendo hora de que se ponga a follar de nuevo.

– ¿Tú crees?

– Lee lo que escribo el sábado. Un trabajo muy meditado.

– ¿Titulado…?

– «¿Es normal el rey?»

3. EXCALIBUR

Estaba en una situación ridícula.

El día de su nacimiento, los cañones de la Armada Real proclamaron estruendosamente su alegría en todo el mundo. «Hacemos retumbar nuestros sentimientos», como dijo Churchill en la Cámara de los Comunes (cuando aún estaba vivo en la memoria el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial) «por la madre y al padre y, en especial, por el recién nacido príncipe, que llega a este mundo de conflictos y escándalos.» Y aún no tenía unas pocas horas cuando ya protagonizaba titulares de prensa en todas las lenguas y alfabetos. En la escuela descubrió que el rostro de su padre estaba en las monedas con que pagaba sus chuches y en los sellos que empleaba para enviar a casa sus cartas. Antes de su visita, ya con doce años, a Papua-Nueva Guinea, los tam-tanes de la isla estuvieron sonando durante toda la noche. Aún era un adolescente cuando representó a su país en los funerales de Charles de Gaulle, en los que se sentó entre la señora Gandhi y Richard Nixon. Siguieron luego su mayoría de edad, su boda, el atentado terrorista… y la coronación: el juramento, la unción, la investidura, la entronización, el homenaje…

Todos sus dramas personales fueron dramas nacionales. La suya era una situación ridícula. Era el rey de Inglaterra.

Enrique IX se alojaba en la Greater House, su palacio de planta redonda, de trescientas habitaciones imposibles de calentar, en el Hertfordshire. Había cenado à deux con su hermano menor, el príncipe Alfred, duque de Clarence, en el reservado de un restaurante de tres estrellas del Strand.

– El barman de aquí, Félix, es un tipo realmente maravilloso -le estaba diciendo-. Prepara una bebida espléndida llamada Escorpión… Y ahora dime, muchacho… ¿Piensas casarte con esa «Lyn» tuya?

– Ya sabes, viejo… No veo cómo pueda casarme con nadie.

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[12] Vulgarismo por pene, cipote. (N. del T.)