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Y entonces llegó El…

– ¿Puedo contarte un secreto? -le preguntó en su inglés sin acento, uniéndose a él cuando había salido a fumar un cigarro a un balcón de la embajada de China en París. Enrique se volvió (y advirtió la repentina ausencia de su escolta, el capitán Mate). Su universo era una galería de extraños, y allí estaba otra que lo era por partida doble: la encantadora trenza morena, la asimetría parcial de sus ojos sin párpados (uno feliz, el otro triste), los fuertes dientes clavados sin miramientos en sus presas… Enrique inclinó su rubia cabeza en un ángulo paternal… Para ser claros: durante los pasados doce meses habían tenido acceso a él con regularidad beldades de todo el mundo histórico (mujeres perpetuamente acosadas por llorosos multimillonarios). Muchas sabias lenguas habían restregado -hasta prácticamente secarla- la oreja regia. Y el rey podía haberse resistido, pero siempre se inclinó gustosamente hacia ellas, esperando una respuesta que jamás llegó… El Zizhen, en cambio, caminaba de puntillas. Y se produjo el contacto. Pareció como si una mariposa se hubiera instalado en su tímpano… No, pongamos dos mariposas, apareándose. Y al punto su corazón colateral (tan aletargado, tan holgazán, tan decididamente hipocondríaco) se expandió como un toallero telescópico.

Subliminalmente, en sus ensoñaciones, Enrique estaba preocupado. La coincidencia sexuaclass="underline" él, en el château, con la otredad de El entre sus brazos; y más allá del césped, la princesa sorprendida en la Casita Amarilla.

14 FEBRERO (11.20 A. M.): 101 HEAVY

Primer oficial Nick Chopko: Si está diseñado para hacerlo, lo hará. ¡Joder…, estoy cansado! ¿Qué hay de eso, comandante?

Mecánico de vuelo Hal Ward: Guy me decía que estaba muy cansado del viaje a Honolulu. Que era como si estuviera borracho. No exactamente borracho, sino destrozado por completo.

Comandante John Macmanaman: Estaba leyendo en AUN que los dos pilotos de una línea doméstica se quedaron dormidos a los dos minutos de haber despegado. Ahora, con una cabina sellada, confío que no iréis a…

Chopko: Las azafatas estuvieron gritando y aporreando la puerta. Estaban ya prácticamente en el espacio cuando finalmente despertaron.

Macmanaman: Espero que no sea allí donde deseéis estar hoy… ¿Sabéis cómo llamaban los aztecas a los cometas? «Estrellas que fuman.» Por la cola, supongo. Ya echarás una cabezada, Nick. Pero ahora tendréis que excusarme un segundo. Voy a saludar a un pasajero.

– ¿Te ha resultado molesto el despegue? -preguntó.

– Ah, confío en ti, John -dijo Reynolds.

Vestido con su uniforme, y con la gorra en la mano, se inclinó para darle un beso. El hombre del 2A miró con curiosidad al comandante, pero siguió con la cabeza torcida, mirando hacia atrás por la ventanilla para controlar la posición del ala.

– Bienvenida al mundo de los viudos. ¿Qué tal te va, Rennie?

– Bien… No, me siento muy bien. Notas un vacío, y el final fue horrible, pero no nos engañemos. Conocías a Royce.

En la bodega, el cadáver de Royce Traynor (lleno de cera y formaldehído) aguardaba enseñando los dientes.

CAPÍTULO CUARTO

1. ESO QUE LLAMAN MUNDO

– «El llamado “Hombre del Renacimiento”, Xan Meo, atacado y hospitalizado a finales de octubre» -leyó Russia- «pudo haber sido víctima de su propio pasado, que está enturbiado por el crimen y la violencia.»

Era su primer día en casa, y Xan Meo escuchaba.

– «Su padre, Mick Meo, era un próspero gángster del East End, que cumplió numerosas condenas de cárcel por atraco a mano armada, robo, fraude, evasión de impuestos, extorsión con amenazas y desórdenes públicos.

»“En 1978, cuando ya andaba por la sesentena, Mick Meo fue sentenciado a nueve años de prisión por intento de asesinato, y murió en la cárcel. La víctima fue su propio yerno, Damon Susan, el marido de su hija Leda. Antiguo convicto también, Susan quedó confinado a una silla de ruedas después del incidente. Jamás se recobró de sus heridas, descritas en aquel entonces como ‘inusualmente espantosas’, y vive ahora en un hospital de West Sussex.

– Tú ya sabes esto. No dice nada nuevo.

Russia inhaló aire. Parecía absorber color para su rostro…

– «La primera mujer de Xan Meo, Pearl O’Daniel, figurinista de teatro», oh, sí, seguro, «provenía de un medio similar. Su padre y tres de sus hermanos han estado en prisión por delitos violentos, y ella misma ha sido condenada en dos ocasiones por tenencia de cocaína.

»“Manteniendo la tradición familiar de agredir a familiares próximos, el propio Meo atrajo la atención de la policía tras un incidente con Angus O’Daniel, el hermano mayor de su ex esposa, quien declinó presentar cargos. Y, en su juventud, Meo se vio condenado por una serie de pequeños delitos, incluido el de lesiones materiales.»

– ¿Qué diferencia hay entre materiales y graves?

– Esto…, el alcance de las lesiones. Graves es peor. Materiales son sin importancia.

– «Aunque no hay nada que sugiera, de momento, que el reciente asalto contra Meo tenga alguna conexión directa con su pasado, ya se sabe que la violencia tiende a volver sobre sí misma, duplicada. La violencia engendra violencia. Por lucrativa que pueda haber sido la actividad de Meo trazando retratos de personajes de los barrios bajos en la pantalla y en sus escritos, tal vez esté encontrando ahora que debe pagar por su pasado.»

– No se trata de un «pasado». Es una providencia. Una procedencia, quiero decir.

– «El matrimonio de Meo con O’Daniel fue disuelto hace cinco años, en razón, entre otros motivos, de malos tratos físicos. A los pocos meses, Meo volvió a casarse. Su segunda esposa es…» bla, bla, bla…

– No, sigue. ¿Quién es mi segunda esposa? Recuérdamelo.

– «… La doctora Russia Tannenbaum, que da clases en el King’s College de Londres, y es autora de un conocido estudio universitario sobre los hijos de tiranos.» Notable.

– ¿Qué te parece notable?

– Que no haya errores de bulto.

Russia empujó hacia él, a través del sofá, el voluminoso y releído periódico. Xan vio que el artículo estaba ilustrado para reforzar el tema: la foto de Pearl procedía de un grupo de fotografías que ella había hecho circular durante uno de los más lamentables episodios de su divorcio: con la mejilla izquierda lastimada y el ojo cerrado y amoratado encima del pómulo (en la misma desesperada pelea, Xan había salido con la nariz rota). En cuanto a la foto de Russia, se la habían tomado por sorpresa en alguna calle, y daba la impresión de estar evitando que se la hicieran. Xan estaba representado por un fotograma extraído de una película para la televisión titulada 99 puntadas, en la que interpretaba el papel de Matón McTavish: tenía una botella rota en una mano y un martillo de carpintero en la otra.

– Bueno…, no puedes decir que no estabas…-dijo Xan-. No puedes decir que no estabas avisada.

Ella le miraba. Su rostro ahora parecía llevar una máscara, un revestimiento por efecto de la sustracción hospitalaria del vigor y la luminosidad. Era asimismo, de nuevo, extrañamente leonino: el de un ser que, en la expresión satisfecha de su boca, mostraba hallarse muy arriba en la cadena trófica: una cara que no temía a ningún depredador.