– Hmm -dijo Billie-, agua rica.
Empleó las dos manos para dejar el vaso vacío en la mesa de la cocina, y enseguida salió de la habitación.
– ¿Agua rica? -repitió Xan-. Bueno…, supongo que a un hombre condenado a muerte el agua puede parecerle deliciosa. Y también el aire. Quizá valga para ambas cosas.
Con el periódico en su regazo, Russia lo observaba. Los dos sabían que ahora la conversación enfurecía a Xan. Lo habían comentado, por supuesto. Y mantenido una discusión sobre el tema.
– No puedo creer que hayas dicho eso. Lo has hecho a propósito, ¿verdad? Ha sonado como el gruñido de un animal.
– Es el dialecto de la tribu. Lo entenderán.
– ¿Quién lo entenderá?
– La interesada. ¿Suelto muchos tacos?
– ¿En general o cuando te entrevistan…? No. Aparte de repetir «pequeños bastardos fascistas», «loco gilipollas» y cosas así… No.
– ¿Y qué tal es…? ¿Qué tal es mi inglés?
– ¿Tu inglés? -Se encogió de hombros y dijo-: Puede pasar.
– Pensaba que podría seguir siendo fluido. El tipo debió de refregármelo. ¿Té? -añadió-. El té es una mierda. Quiero café. Tú te has tomado ya dos tazas de café de Colombia y yo estoy aún bebiendo esta porquería. ¿Qué hay para comer?
– Pescado.
– El pescado es una mierda. Quiero carne.
– No puedes tomar carne. Y no puedes tomar café. Todavía no.
– ¿Y qué puedo esperar, entonces? Esta noche, antes de cenar, beberé un par de vasos de sucedáneo de cerveza. Y si la cerveza es ya una mierda…, explícame tú qué podrá ser un sucedáneo de cerveza. Ni siquiera una mierda. Una mierda de mierda. ¿Y después? Una fuente de mierda. Y agua rica.
Russia se puso en pie. Él la siguió hasta la encimera, diciendo:
– Debería mantener cerrada la boca, ¿no es eso? Porque, si a una mujer no le caes bien, tampoco va a caerle bien nada de lo que digas. Ya pueden ser palabras dignas de Hamlet…, que a ella no le van gustar en absoluto.
– ¿Sabes lo que pienso? No es que te hayas transformado en un animal. Estoy pensando que lo has sido siempre.
– Ah, ¡muy bonito!, eso es. Me machacan la jodida cabeza, y ahora nadie me quiere. Las niñas no me quieren. Tú tampoco.
– Lo estás haciendo otra vez. Te estás pegando demasiado a mí.
– No es verdad.
– ¡Diantre! La verdad es que me estás sacando de quicio. Apártate. Y… ¿sabes una cosa?
– ¿Qué?
– Llevas bajada la cremallera de la bragueta.
Sí, es verdad, es verdad… Lo peor de todo era lo que ocurría en el piso de arriba: en el dormitorio del matrimonio.
2. SU VOLUMINOSIDAD
La primera Frase casi lo Hizo caer de espaldas:
kerido clint: ¿ers como los otrs hombrs?
Pero en aquel momento estaba metido dentro de su húmedo saco de dormir en su adosada de Foulness.
(t lo prgunto xk te prguntas si tiene importancia el tamaño.) bueno…, si no ers como los otros hombres, no tpreocupes. mi actual «otro», orlando, tiene una gran polla, d la ke sta inmoderadamnt orgulloso, pro t lo asguro, clint, tú no necsitas para nada la maldita gran 21.
– Una maldita gran… ¿veintiuno? -se preguntó-. Oh, no…, ¡es «herramienta»! [15] Ese 1 es una l.
¡son monstruos@s! ¡l@s odio! ¡y ke efcto tan dsgraciado tienen sobre el ego! el piensa ke tienes ke ponert d rodillas, pro no es el tamño lo ke importa, clint; lo ke importa es el amor. m preguntas también x mi nombre, m da reparo decirtlo. ¡m parece intimar tnto de pronto! el primr acto de entrega, si te parece… quieres sabr mi nombre…, bueno, pues ahí va… m llamo k8. ya lo he dicho, k8; k8… y tu quiers sabr como soy, ade+… 1º, mi tipo… 1 antiguo pretndient mío tuvo la considración d dcirme ke mis «ttas eran 1a birria» y otro aventuró su opinión d ke mi trasro era + birria a1.
Es decir, que a ella también le habían dado muchos plos -palos, maldita sea- observó Clint. ¡Pobre chiquilla!
(¡hst@ ahor@ ningún jovn s ha mostrado tan poco galnte kmo para observar ke mi koño es una birria!); de hecho estoy muy orgullosa d cómo sha dsrollado mi qerpo con los años; no tngo la siluet@ d modlo para rekortr, ni 1 megabusto formidbl d reina dl sxo: soy slo una mdianía sincra. tngo 25 años y stoy sanisim@.
La perfecta diferencia de edades, pensó Clint.
n qanto a mi kra, tngo ojos verdes (¡pero no de envidia!), la mlna rubio aren@; los hmbrs sueln dcir ke tengo 1 carácter sumiso y complacient, al viejo stilo; esencialmnt femenino); mido 1 67, y s ke tú ers + alto ke yo, clint, ke es todo lo ke dbría imxtarm en materia d statura, puesto ke s trata de 1 axioma n rlación con el atractivo.
Y estás en lo cierto. No andas desencaminada. Tienes razón, pensó Clint. ¿Quién sabe por qué? A las chicas les gustan los altos: debe de ser por alguna ley de Darwin…
hac poco trbje como modelo para la empresa de vnta por ktalgo. trbje como locutora y presentadora en un bingo, el Mirage, en King's X, y tienes ke tnr buena presencia para ke t djen hacerlo: incluso sali n las pgs de tu priodico n agsto, ¡a1ke no como piensas! ya t contaré, aguarda y vrás. ¡he de salir ahora! k8.
No en la sección «Chorbas de Soplapollas», gracias a Dios, pensó Clint. Y en aquel momento sonó el timbre de su puerta.
Este hecho, que en la mayoría de las casas carece de importancia, representaba invariablemente en el 24 de The Grove, Foulness, las más terribles emergencias. Hubo un tiempo en el que él se habría limitado a correr escaleras arriba, colocar un espejo de bolsillo entre la pared exterior y el tubo de desagüe, para ver sin ser visto, mediante él y a través del ventanuco del baño, el escalón de entrada de la casa, y tratar al recién llegado según sus méritos. Pero estos tratos libres y fáciles con el mundo exterior pertenecían a tiempos más felices. Ahora Clint se movió subrepticiamente por la casa y fue a encerrarse en el cuarto de baño, donde adoptó una posición fetal entre las baldosas mojadas. El timbre siguió con su sucesión de timbrazos largos y cortos, mientras él se retorcía al oírlos como un ratón de laboratorio. Después vino el silencio, cada vez más denso…, hasta que finalmente el silencio fue a su vez silenciado por un sonido que lo habría hecho bajar corriendo del piso de arriba en mitad de la batalla de Passchendaele: [16] la alarma de coche del Avenger.
Enfundado en su albornoz sin ceñir, y con los calzoncillos teñidos de un gris semejante a tinta de periódico, Smoker se aventuró a desafiar la mañana.
– Hey, ¡mi coche…!
Era uno de esos días en los que el medio oceánico da la impresión de haber tenido fugas e invadido las capas inferiores del aire, originando masas de chorreantes brumas y retazos de nubes bajas que se diría que uno puede tocar y notar sólidas. Allí estaba el Avenger, al fondo de la zona menos visible del jardín, emitiendo lastimeros bocinazos, y a sotavento se hallaba asimismo un tipo corpulento, con el cuerpo apoyado en él, aguardando.
– Este coche es mío…
La voluminosa figura se dejó ver con mayor claridad.
– Ah. Eh…, vale ya -dijo Clint, mostrando las palmas de las manos-. Vamos, amigo. No…, no irás a…, espero que no irás a prescindir de las formalidades. Yo siempre he sido un buen chaval, compañero. Un tipo callado. Jamás…
Mal Bale alzó su rechoncho índice y se lo llevó al labio superior. A Clint lo agradó advertir que su actitud no era, en conjunto, amenazadora: que no era todo pasión justiciera, como lo había sido aquella otra vez en el Támesis, en el exterior del Cocked Pinkie. La actitud de Mal era meramente de pocos amigos, incomodada… Clint reflexionó un instante. Él era un periodista. Llevaba el periodismo en las venas. Días antes, en el despacho, había escrito el nombre prohibido en un motor de búsqueda en Internet, lo que no hacía nunca. Por un instante se había sentido como el físico de ciencia ficción que teme haber podido cancelar el universo pulsando simplemente una tecla.
[15] Un 2 y una 1 sería la abreviatura en código SMS de
[16] Acción militar de la Primera Guerra Mundial, conocida también como la batalla de Ypres. Se libró entre los alemanes y las tropas aliadas entre julio y noviembre de 1917, y fue singularmente sangrienta por el tremendo fuego de artillería, el barro y el empleo de gas mostaza.