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– Sí. ¿Sabes…? Has echado por tierra la visión mágica que tenía de mí misma… La seductora universal… ya no volverá a surcar los aires. Tal vez sea un alivio. Estoy por dejar todo este negocio de la venganza. Y pensando también en abandonar la industria del porno. Ahora que me he hecho rica con ella. ¿Sabes qué es lo que realmente no funciona con el porno? Envejecer una pareja juntos, sexualmente, es tal vez lo más difícil de todo. Pero quizá sea también lo más maravilloso de todo. Y el porno es el enemigo jurado de eso.

– Cora… ¿Crees que Jo me dejará en paz?

– Bueno…, es uno de esos tipos, ¿no? De los que vuelven una y otra vez. A menos que estén muertos, vuelven por ti.

– Anoche… lo llamé maricón.

– ¿Hiciste eso? Entonces, seguro que vuelve por ti. Escucha… Hablaré con él. Está en deuda conmigo.

– No vayas. ¿Sabes…? Yo quería a tu madre. Era una mujer tremenda, pero fue una buena hermana para mí. Me llevé un gran disgusto cuando murió. Y a ti también te quiero. En el buen sentido.

– Gracias. Y yo también te quiero. Por cierto… Hay una cosa que debes saber con respecto al Francotirador de Sextown… No se ha hecho público porque es muy delicado políticamente. Todas las jovencitas montarían una huelga… El Francotirador de Sextown es una mujer.

– ¿Cómo pueden saberlo?

– Oh, es sólo por las cosas que deja en sus escondrijos. Perfiladores de ojos…, recetas de cocina…, patrones para hacer media… ¿Y por qué, si no, querría alguien ir por ahí matando gente?

Y así fue como dejó Lovetown, el hogar de la amable, de la dulce, de la entrañable Francotiradora de Sextown. El vuelo lanzadera sobrevoló Fucktown, que quedó allá abajo como el diagrama de un circuito, y se dirigió hacia Los Ángeles, engalanada como la capa para salir a escena de un viejo cantante de las dimensiones de un cometa.

6. HOMBRES PODEROSOS

Cuando sobrevolaban Groenlandia, escribió:

Querida Russia:

Dudaba en escribirte porque temo mucho la recaída: tengo mucho miedo de la desgracia de una recaída. Pero me siento como el hombre que examina con pesadumbre una vieja y dolorosa herida y de pronto encuentra que ya no la tiene.

En los últimos días creo haber descubierto cuáles fueron las consecuencias de mi accidente. Yo ya sospechaba que había desarraigado de mí algunos valores…, más o menos, los valores de la civilización. Bueno…, eso fue lo que hizo. Pero hizo también algo más: estragó mi talento para el amor. Lo arruinó. El amor siguió presente en mí, pero como un amor de naturaleza equivocada. Un amor terriblemente agitado e impotente. Y ahora esa agitación parece haberse retirado, desaparecido, levantado como una niebla.

Las generalizaciones no son mi fuerte, pero aquí tengo una. Los hombres detentan el poder desde hace cinco millones de años. Ahora (donde vivimos) lo comparten con las mujeres. El pasado pesa mucho, aunque nos comportamos como si no pesara sobre nosotros. Nos comportamos como si la transición se hubiera operado a la perfección. Por supuesto no cabe marcha atrás. Pero yo fui hacia atrás. Me hundí en el pasado como a través de una trampilla, y ambos compartimos ese desastre. Lo cierto es que deberíamos reconocer el peso que tiene ese pasado. Inconscientemente, aunque no por mucho tiempo, los hombres añoran a las mujeres tratables, y las mujeres echan de menos a los hombres resueltos, pero no podemos reconocerlo. Lo que estoy sugiriendo es que tal vez se dé una falta de candor (y eso es lo que no cuadra con lo que escribo o he escrito). Sería sorprendente que las mujeres no se sintieran demasiado entusiasmadas por el poder que han conquistado, y los hombres no se sintieran un tanto aturdidos por sus pérdidas. Discutiremos esto, espero, y tú ganarás y a mí no me importará. No, borra eso. Tú ganarás, y a mí me importará, pero probablemente fingiré que no es así. Lo que quiero decir es que se necesitará un siglo para borrar esos cinco millones de años y consolidar el cambio. Fingimos que ya está, pero el cambio no se ha producido del todo y no es aún algo irreversible.

Mi memoria se está llenando de nuevo de recuerdos: ahora puedo recordar a Billie diciendo: «Aquí viene mi querido papá para llevarme a casa» (se puso de puntillas para decirlo). Y es la clase de padre que volveré a ser si me das la oportunidad de demostrártelo. Yo no estaba bien, ni de cabeza ni de corazón. No estaba bien, no estaba bien. La memoria… La única brecha importante ahora me parece el nacimiento de Sophie; todavía no lo recuerdo, pero espero que cualquier día me vendrá de nuevo. No sé por qué esta ausencia me oprime tanto. Por supuesto puedo recordar con toda claridad haber declinado asistir a la cesárea de Billie. Pero he olvidado el nacimiento de Sophie…, y no quiero ser un hombre que nunca presenció cómo nacía una mujer. Naturalmente desearía poder olvidar la criatura que fui, pero no puedo y no lo olvidaré.

Quizá te haya hecho demasiado daño. Quizá te he asustado y disgustado demasiado profunda y duraderamente. Y hay otra cosa que vas a tener que perdonarme: un extraño embrollo de familia. Considerarías prematuro (y alarmante) que te escribiera palabras de amor. Por eso sólo te diré que mi más profunda esperanza tiene que ver con tu generosidad. Eres demasiado generosa para no intentar perdonarme.

Han ocurrido muchas cosas. Te lo contaré todo. No puedo entender por qué quiero ahora contarte todo eso, pero así es. En el pasado, cuando pensaba en mi padre, solía fantasear que a él se le permitía tener ocasionales atisbos de mi vida. Es cierto que murió cuando yo estaba aún casado con Pearl. Pero solía decirme: él lo averiguará, sumará dos y dos y verá que estoy casado contigo ahora, que hemos tenido dos hijas, Billie y Sophie. No creo que pueda hacerlo. Pero sería estupendo y muy justo que se le concediera verlas de vez en cuando…, y que este privilegio expirara después de un par de generaciones, de manera que la historia se borrara discretamente de su memoria cuando las niñas lleguen a los sesenta y cinco años, más o menos. Y que cuando estemos muertos, a mí se me permita velar por los chicos y a los dos, a ti y a mí, velar por las chicas.

Epitalamio.

CAPÍTULO DÉCIMO

1. 14 FEBRERO (2.19 P. M.): 101 HEAVY

Con furiosa precisión, el enloquecido cadáver de Royce Traynor asestó su último y contundente golpe y se fue, lejos, girando sobre sí mismo una y otra vez a través de las nubes que azotaban el aparato…

El aire presurizado del 101 Heavy escapó también, convertido en un turbión de polvo y arenilla. La sección media del piso de la cabina se hundió casi instantáneamente, con lo que se cortaron casi todas las conducciones hidráulicas que aún funcionaban.

Reynolds notó el estampido, que retumbó como una carcajada, el viento punzante, la ronca vibración. En un terrible unísono, las máscaras de oxígeno cayeron del techo y quedaron colgando. A los pocos segundos todo el humo de los cigarrillos se vio remplazado por una fina neblina blanca.

Comandante John Macmanaman:… Mira a ver si lo notas, Nick.

Primer oficial Nick Chopko: No…

Macmanaman: No hay ningún impulso…, nada.

Mecánico de vuelo Hal Ward: No es posible hablar de «sensaciones» en un trasto así. Es sólo el ordenador. Se ha ido al carajo.