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Brendan se volvió de nuevo. Enrique tenía los brazos apoyados en el respaldo del sofá y la cabeza ladeada. En torno a sus ojos cerrados había tenido tiempo de formarse ya un pequeño remanso de humedad.

A los pocos minutos, Brendan dijo:

– ¿Señor? Pienso que tendríais que…

Enrique se incorporó y miró la pantalla de nuevo. Una escena distinta, ahora melancólica, lujosa: El Zihen, a medio vestir, acariciaba su propio cuerpo desnudo, que daba una impresión de completo desvalimiento, como el de un bebé a la espera de que le cambien los pañales.

– Si os sirve de consuelo, señor, pienso que puedo deciros una cosa a favor de la señorita Zizhen. Ella era el topo de nuestro enemigo.

– Pues, aunque te sorprenda, Bugger, sí es bastante consuelo. Ahora ha acabado todo. Oughtred por un lado y el primer ministro por otro. Lo que nos queda a nosotros ahora, o me queda a mí, es adivinar qué quiere la princesa. Dime…, ¿qué quieren las princesas?

7. SIMON FINGER

Su muleta era de las que suben rectas hasta las axilas. Joseph Andrews estaba apoyado de lado en su mesa y, después de unos penosos tanteos, se dejó caer en su sillón giratorio.

– Sime…-dijo, cuando estuvo en condiciones de hablar.

Se dirigía a un hombre bajito de mediana edad, que vestía traje oscuro de raya fina y con unos ojos desagradablemente pálidos alrededor de una pupila azul de póster: Simon Finger.

– Simon, amigo. Todo esto me está jodiendo: el que me amenacen. Yo soy monárquico, hombre. Lo he sido siempre. Pero lo que sé podría hacer que la familia real desapareciera. Y yo no podría vivir con ese peso sobre mi conciencia. Sabiéndolo, no podría descansar en mi tumba. Mañana me enchironan, así que me llevaré mi secreto conmigo. Aunque Cora siempre lo ha sabido, por si se descubría.

Arrastrando las sílabas -con mayor elegancia aún que el rey-, Simon Finger dijo:

– No podría estar más de acuerdo contigo, Jo. Es una gran institución.

– ¿Dónde estamos? Sí… Tendremos que estarles muy agradecidos a Tony Tobin, Yocker Fitzmaurice, Kev Had y Nolberto Drago. Puedes hacer lo que quieras con el resto de escoria, pero a mí déjame a Nobby Drago.

Durante un rato, Joseph Andrews estuvo hurgando asistemáticamente entre los papeles de su mesa. Luego tomó un recorte y lo sostuvo en alto.

– Me llama viejo huevón. En letras de molde. Menciona mi nombre. Me sitúa. Y, por lo que dijo aquí la otra noche, no me tiene ningún respeto. ¡Y se habría marchado tranquilamente si se lo hubiera permitido…! Pero no hubiera podido conmigo. No hubiera podido… ¡Llamarme a mí…! ¡Mi propio hijo! Bueno, eso no lo toleraré. Ella…

– ¿Ella? ¿De quién hablas…?

– Mira… Cora me hizo prometer que no le haría daño. Por eso quiero hacérselo a ella, Simon. A su esposa. Porque no se marchó como le dije. Y ahora estoy obligado. Quiero que le marques la cara, Simon. Quiero que le hagas un buen corte en la cara.

– No. Eso estaría… fuera de lugar. Me parece que sería, sin duda, un peu trop.

– No te comprendo, Simon Finger. Tienes un culo que cuidar. Si viniera contra ti un toro furioso, aguantarías firme. O te echarías de cabeza en una jodida mezcladora de cemento si pensaras que era lo que debías hacer. Acabo de pedirte que liquides a cuatro fulanos, y ni siquiera has pestañeado. Y ahora, en cambio, no quieres… Ah, está bien. Está bien. Pero pégale un buen puñetazo, por lo menos. ¿Querrás hacer eso, por lo menos?

– ¿De qué estamos hablando, Jo? ¿De hacerla echar sangre por la nariz y ponerle un ojo morado…? ¿De arrancarle unos cuantos mechones de pelo y partirle un par de dientes?

Joseph Andrews se inclinó hacia delante y extendió las manos como dándolo todo por zanjado:

– Exactamente. Lo que le haría cualquier marido normal.

Después, Simon Finger ayudó a Joseph Andrews a bajar las escaleras para reunirse con sus amigos en la fiestecilla de despedida: Manfred, Rodney y Dominic, Cora Susan y Burl Rhody, Tori Fate, el capitán Mate… y El Zizhen.

8. LA SOMBRA DE LA VESTAL

Estaban todos en la reunión de mediodía: Clint, Supermaniam, Strite, Mackelyne, Woyno, Donna Strange… Clint acababa de tener una conversación con Donna Strange acerca de Dork Bogarde. Fue muy semejante a la que había tenido con éste a propósito de Donna Strange: ella tampoco recordaba a Dork. «No había habido buena química», pensó Clint. Sin embargo, tomó aquel sofisticado intercambio como un buen presagio para su cita con Kate, para la que faltaban sólo unas horas. Ya se estaba viendo a sí mismo aparcando el Avenger y cruzando la carretera. Cruzando tranquilamente la carretera…

– Ainsley Car piensa que el de Durham es el mejor centro de desintoxicación en que ha estado nunca -dijo Supermaniam-. Por supuesto lo han tratado como a un dios allí. Y Ainsley y Beryl van a casarse por tercera vez en la capilla de la prisión. Se podría escribir un buen reportaje con eso.

Desmond Heaf arrugó la nariz y dijo:

– Como veis, algunas cosas se están arreglando.

– Sí… Ya sabéis -dijo Clint-: la deslucida y desgraciada leyenda del fútbol, que deja escapar una sonrisa irónica y añade sus sollozos al cubo de mierda que han colocado fuera de su celda. Porque ha llegado el día de su boda.

– Bueno…, yo imaginaba algo en tono más blando. Aunque tomo nota: el fútbol es la religión de nuestro… tiempo -dijo Heaf, al tiempo que consultaba su reloj-. No ocurre a menudo, ni mucho menos, pero de vez en cuando, en la vida de un editor, te encuentras con el trabajo de un periodista que, sencillamente, te deja sin respiración… Precisamente ayer por la mañana le decía a Clint: «¿Sabes, Clint? He recibido una comunicación personal de Palacio, a través de la FPA.» -Heaf agitó en el aire unos instantes una hoja de papel parecida a una octavilla-. Dice que el embargo tácito acerca de las informaciones sobre la princesa se ha levantado oficialmente, pero que nos ruegan que mantengamos cierto tacto y distanciamiento respecto a esta etapa tan dolorosa a que ha conducido el fallecimiento de la reina Pamela. Y, tras explicarle esto, pregunté: «Clint… ¿Cómo tienes ese trabajadlo acerca de Vicky? Algo para la página de opinión editorial. ¡No para Perro Callejero, recuerda! Que se parezca más a tu anterior estilo ligero. Ahora que ha pasado el escándalo, y con su decimosexto cumpleaños ya cerca… Que incluya esta nueva y linda foto suya. Es agradable verla reír de nuevo, ¿no…? Una vuelta de página…, el comienzo de un nuevo capítulo.» Y esta mañana he tenido la ocurrencia de abrir mi ejemplar del Lark en la mesa, cuando me disponía a desayunar en compañía de mi mujer y mis seis hijas… ¿Tenéis la bondad de mirar todos la página treinta y tres: «Las domingas de Vicky»?

«“¡Adiós, hombres!” -leyó en voz alta Heaf-. “Con estas palabras y un beso se despidió de su pandilla la princesa Vicky, que se va a hacer monja, según informaciones recibidas por el Lark. ¡Condenada suerte! Estaba lindando con el ridículo. En los tiempos que corren, las jóvenes británicas están teniendo su primera relación sexual a los doce o los trece años de edad. A estas alturas de su vida, pues, Vicky ya se había (¿qué coño esperaban ustedes?) ya se había subido al alegre tiovivo de quienes han perdido el virgo. Tuvimos ya en este país una Reina Virgen, Isabel I. Así que aflójense ahora los cinturones para la Princesa Cachonda.