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—Pero, ¿de dónde vienes? ¿Qué clase de persona eres? ¿Cómo puedes formar estas letras frente a mis ojos?

—No te apresures. Venimos de un planeta que gira alrededor de una estrella que podría señalarte en el cielo, pero cuyo nombre ignoro en tu idioma. Soy una persona muy distinta a ti. Quizá no sepas suficiente biología como para entender una explicación completa, pero tal vez conozcas las diferencias que existen entre un protozoario y un virus. Del mismo modo que evolucionaron los seres del tipo de los protozoarios hasta dar origen a las células de mayor tamaño, provistas de un núcleo, características de los organismos de tu especie, mi raza evolucionó a partir de formas de vida aún más pequeñas denominadas virus. Posiblemente hayas leído algo acerca de estas cosas; si no fuera así, yo no conocería las palabras que se usan para denominarlas. Pero tú seguramente ya no recuerdas aquella lección.

—Me parece recordar —replicó Bob en alta voz—. Sin embargo, yo creía que los virus eran prácticamente líquidos.

—Con un tamaño semejante, la distinción casi no existe. En realidad, mi cuerpo no posee una forma definida. Si quieres imaginarte cómo soy, podrías pensar en una de las amebas de ustedes. En comparación con ustedes, yo resulto muy pequeño, a pesar de que mi cuerpo contiene millares de veces más células que el de tu raza.

—¿Por qué no me permites que te vea? ¿Dónde te encuentras?

El Cazador esquivó la pregunta.

—Debido a nuestro diminuto tamaño y endeble, a menudo nos parece terriblemente peligroso trasladarnos y trabajar por nuestra cuenta. Es por eso que hemos desarrollado el hábito de ir en compañía de otros seres… viviendo en el interior de sus organismos. Podemos hacerlo sin ocasionarles ningún daño, ya que ajustamos nuestra forma al espacio disponible y solemos prestar valiosa ayuda en la lucha contra las enfermedades infecciosas, al destruir gérmenes y otros cuerpos indeseables. De este modo, ese ser goza de mejor salud que ningún otro.

—Parece sumamente interesante. ¿Crees que es posible hacer lo mismo con algún animal de este planeta? Supongo que también para ti resultará muy distinto a lo que estás acostumbrado. ¿Dentro de qué especie te encuentras?

El Cazador trató de postergar el terrible momento, contestando primero a las primeras preguntas.

—El organismo se parecía a…

Ya no prosiguió; la memoria de Bob había comenzado a funcionar.

—¡Espera! ¡Espera un momento! —dijo el joven, parándose nuevamente—. Ya veo adónde quieres llegar… Tú vives en el interior de otros animales. El malestar de anoche… ¡Así que por eso estaba la herida cerrada! ¿Por qué te retiraste luego?

El Cazador se lo contó, inundado de alivio. El joven había comprendido la verdad antes de lo que él esperaba. Y parecía reaccionar favorablemente… Estaba más interesado que afligido. A pedido de Roberto, el simbiota repitió las contracciones musculares que le causaran tanta preocupación la noche anterior, pero seguía rehusando mostrarse. Se encontraba tan bien con el actual estado de cosas que no quería seguir experimentando con los sentimientos de Bob.

En realidad, había tenido una suerte increíble en la elección de su compañero. Una persona más joven o de menor educación no habría sido capaz de comprender la situación y se hubiera aterrorizado; un adulto hubiera corrido, quizá, a consultar a un psiquiatra. Bob era suficientemente crecido para comprender algo, al menos, de lo que el Cazador le había dicho y suficientemente joven como para no atribuir todo lo que le estaba sucediendo a un fenómeno de tipo subjetivo.

Bob escuchaba —mejor dicho, observaba— todo lo que el Cazador le contaba acerca de los sucesos que lo trajeron a la Tierra y que culminaron con su encierro en un colegio interno de Massachusetts. El Cazador le explicó la causa de su problema y las razones por las cuales podría interesarle a Bob ayudarle a solucionarlo. El joven lo comprendió perfectamente; le resultaba fácil percibir el daño que podría ocasionar el simbiota, dentro de su organismo, si no tenía un sentido moral muy aguzado, y la idea de un ser similar que no estuviera inhibido por una restricción semejante lo hizo estremecer.

CAPITULO 6 — EL PROBLEMA NUMERO UNO

Bob comenzó a considerar los aspectos prácticos del asunto aun antes de que el Cazador se refiriera a los mismos.

—Supongo —dijo, pensativo— que tú deseas volver al lugar donde me encontraste para comenzar la búsqueda del prófugo en las islas. ¿Estás seguro de que él también desembarcó allí?

—No podré estarlo hasta encontrar sus rastros —fué la respuesta—. ¿Dijiste islas…? Yo me imaginaba que habría una sola isla y a una distancia considerable. ¿Cuántas hay en esa región?

—No sé; es un archipiélago bastante grande. La que queda más cerca de nuestra casa está a unas treinta y cinco millas hacia el noreste. Es muy pequeña, pero posee hasta una central eléctrica.

El Cazador reflexionaba. Había volado exactamente en la misma dirección del otro aparato hasta el momento en que aquél desapareció de su área de control. Recordaba que ambos vehículos se habían precipitado hacia «abajo» en línea recta, de modo que, aunque su nave hubiera girado sobre sí misma al caer, no podía haberse alejado de esa línea. Por medio de su pantalla para cortas distancias, había visto cuando el otro se hundió, después de chocar con el agua; sus puntos de aterrizaje no podrían, pues, hallarse a una distancia mayor de dos o tres millas. Explicó todo esto a Bob.

—Entonces —dijo el muchacho—, si logró llegar hasta la costa debe encontrarse en nuestra isla. Eso significa que tendremos que investigar a unas ciento sesenta personas. ¿Estás seguro de que usaría un cuerpo humano para vivir o tendremos que buscarlo dentro de todos los seres vivos que existen en la isla?

—Cualquier criatura capaz de proporcionarnos el alimento y el oxígeno que necesitamos nos puede servir. Pienso que el animal que estaba con ustedes aquel día debe ser uno de los más pequeños que existen con sangre caliente, como los hombres. Sin embargo, estoy seguro de que él se encuentra en el interior de un ser humano, aunque no se haya establecido allí desde el primer momento. De acuerdo con lo que sé hasta ahora, tú representas la única raza inteligente de este planeta; los míos siempre han considerado que los seres inteligentes constituyen la compañía más recomendable. Aunque el fugitivo no busque un verdadero compañero, debe haberse instalado en un organismo humano por considerarlo el anfitrión más seguro. No me cabe duda.

—…Siempre en caso de que haya llegado hasta la costa. Muy bien; nos ocuparemos, entonces, preferentemente de las personas. Será lo mismo que buscar una aguja en un pajar.

El Cazador ya estaba familiarizado con las expresiones que empleaba Bob, a causa de sus abundantes lecturas.

—La comparación es buena… pero habría que hacer la salvedad de que la aguja lleva un camouflage de paja —comentó el Cazador.

En ese momento fueron interrumpidos por el compañero de Bob que volvía para prepararse para comer. Aquel día no pudieron seguir conversando. Bob volvió a ver al doctor por la tarde para que le revisara el brazo. Como el Cazador carecía de poderes milagrosos y cicatrizantes, el doctor consideró que la herida se curaba normalmente. No había signos de infección «a pesar», destacó el doctor, «de la tontería que hizo».