—Aunque parezca extraño, se desempeñaba bastante bien… pero no le digas esto, todavía —contestó el marinero—. Se ha convertido en un buen navegante, pero me parece que debo vigilarlo bastante; le gusta hacer piruetas peligrosas. Ya le llamé la atención al respecto y ahora se porta mejor. ¡Espero que, a pesar de lo que estoy contando, no se te ocurra meterte de polizón en un barco! —dijo Teroa, empujando amistosamente al joven en dirección a la popa donde se encontraban las pocas cabinas de pasajeros que había en el barco.
Bob había olvidado momentáneamente su problema principal. Se hallaba absorbido por el recuerdo de sus amigos y hacía conjeturas acerca de lo que habrían hecho durante su ausencia, ya que generalmente se escribían muy poco durante la época de clases. Aunque pasaba poco tiempo en la isla, Bob la consideraba su «hogar». Por el momento, sus pensamientos eran los de un muchacho de quince años, moderadamente nostálgico.
La pregunta del Cazador, proyectada contra el azul del puerto, mientras Bob se hallaba apoyado contra la barandilla de popa, no hubiera podido coincidir mejor con el estado de ánimo del muchacho. El simbiota había pensado afanosamente y llegó a una conclusión sobre su propia inteligencia; pero ésta no era realmente constructiva. Comprendió que no podría encontrar la pista de su enemigo antes de conseguir una buena cantidad de datos que le faltaban. Bob, seguramente, podría proporcionarle algunas informaciones.
—Bob, cuéntame más cosas acerca de la isla. Necesito conocer su tamaño, forma, el lugar donde habitan sus pobladores. Se me ocurre que nuestra tarea principal consistirá en reconstruir las acciones nuestro enemigo, en vez de tratar de localizarlo directamente. Cuando conozca más detalles, podremos decidir en qué lugares sería posible encontrar rastros.
—Por supuesto, Cazador.
Bob se hallaba muy bien predispuesto. Y prosiguió:
—Dibujaré un mapa; eso te aclarará más que las palabras. Creo que he traído algunos papeles entre mis cosas.
Se retiró de la barandilla, dirigiéndose hacia su cabina. Esta era una habitación pequeña en el castillo de popa. Allí había una litera; todo el equipaje de Bob estaba apilado en un rincón. Evidentemente, el barco no había sido concebido para pasajeros. Bob encontró un pedazo de papel bastante grande que podría servirle para sus propósitos y lo extendió sobre una valija. Comenzó a dibujar, mientras explicaba los detalles al Cazador.
La isla tenía forma de L mayúscula. El puerto se encontraba sobre el ángulo interior, de frente al norte. Los arrecifes que lo rodeaban tenían forma circular, de modo que la laguna que estos determinaban era muy ancha en la orilla que daba al norte.
Había dos aberturas principales en el arrecife; Bob dijo que la más occidental era la entrada que usaban generalmente los barcos, ya que había sido profundizada por extracción de los bancos de corales.
—Pero, de vez en cuando, tenemos que quitar algún banco coralífero del canal. También se podría pasar en barcos más pequeños, aunque nunca es posible descuidarse. La laguna es poco profunda; apenas tiene unos cuatro metros en la parte más honda. El agua siempre se mantiene caliente. Es por eso que los tanques se construyeron allí.
Roberto señaló algunos cuadraditos que había dibujado dentro de la laguna. El Cazador hubiera querido preguntarle para qué estaban allí esos tanques, pero decidió esperar a que Bob terminara de hablar.
—Aquí —dijo el muchacho señalando el recodo de la L— vive casi toda la gente de la isla. Es la parte más baja; el único lugar desde donde se puede ver de orilla a orilla. Allí hay unas treinta casas muy dispersas, con grandes jardines alrededor, de modo que están bastante alejadas unas de otras… Es algo muy distinto a las ciudades que has conocido.
—¿Allí viven ustedes?
—No —contestó Bob, dibujando con el lápiz una doble línea junto a la mayor parte del perímetro de la isla, cerca del borde de la laguna—. Este es el camino que va desde la casa de Norman Hay, próxima al límite noroeste, hasta los galpones de depósito que quedan hacia la mitad de la otra rama de la L. Ambas ramas poseen una cadena de montañas. La zona baja que te he señalado es una especie de valle. Varias familias viven también sobre las laderas septentrionales. La casa de Hay es la última, como te dije; bajando por el camino se pasa por la casa de Hugh Colby, por la del Petiso Malmstrom, la de Ken Rice y, por último, la mía. En realidad, esa parte de la isla está casi abandonada. Hay arbustos por todas partes, salvo alrededor de las casas, y es muy difícil limpiar esa zona. Por eso han empleado el otro extremo para los cultivos destinados a alimentar los tanques. Prácticamente vivimos en la selva. Casi es imposible ver el camino desde mi casa. Si tu amigo decidió probar suerte, escondiéndose allí, no creo que haya podido encontrar nunca un ser humano.
—¿Qué extensión tiene la isla? Tu mapa no tiene escala.
—La rama noroeste mide unas tres millas y media de longitud. La otra, alrededor de dos. Ese camino elevado que sale del puerto mide un cuarto de milla o algo más… quizá media milla. De allí sale otro camino pavimentado que lo conecta con la ruta principal, la cual llega casi hasta el centro del pueblo. Desde el empalme hasta mi casa hay una milla y media y, aproximadamente, la misma distancia al otro borde, donde vive Norman.
El lápiz se deslizaba desordenadamente sobre el papel mientras Roberto hablaba. Su entusiasmo crecía cada vez más.
El Cazador seguía las explicaciones con gran interés y pensó que había llegado el momento oportuno para preguntarle a Bob acerca de los tanques que mencionara tantas veces. El joven le contestó con detalles:
—Se llaman tanques de cultivos. Dentro de ellos hay pequeños organismos, gérmenes, que se alimentan prácticamente de cualquier cosa y producen aceite como desecho. Esa es la explicación de todo el negocio. Los desechos van directamente a los tanques y el aceite sube hacia la parte superior; de tanto, en tanto tienen que limpiar los residuos que quedan en el fondo. Es un trabajo asqueroso, verdaderamente. La gente se ha cansado va de protestar durante largos años por el peligro que significan los manantiales de ese aceite cuando salen al exterior. Cualquier enciclopedia dice que las luces que se ven irradiar de los pantanos son producidas por la descomposición de la materia orgánica contenida en los mismos. Alguien tuvo una idea genial quizá, al conectar entre sí algunos hechos. Los biólogos se dedicaron, entonces, a criar gérmenes especiales, capaces de producir aceites pesados, en vez de gases de pantano. Los desperdicios de toda la isla no alcanzan para alimentar los cinco grandes tanques, es por eso que necesitan recurrir a la vegetación del extremo noreste de la isla para alimentarlos. Los residuos industriales vuelven a la tierra y sirven como fertilizantes. Hay otra razón, aparte de la regularidad del suelo, por la cual se emplea solamente esa zona: es su lejanía de las viviendas. Cuando el residuo está fresco despide muy mal olor. Los tanques grandes están conectados al embarcadero por medio de cañerías especiales; de ese modo, no es necesario transportar el aceite a través de la isla; también hay lanchones de carga para transportar el fertilizante.
—¿No vive gente en la ladera sur de las montanas?
—No. Del lado donde vivimos nosotros soplan vientos muy fuertes y, periódicamente, eso ocasiona graves inconvenientes. Quizá te toque ver un huracán mientras estés aquí. Por otra parte, en la zona industrial es imposible vivir.
El Cazador no hizo comentarios al respecto. Pero le quedó una magnífica impresión — gracias a su mayor conocimiento de la biología— acerca de la principal industria de la isla, aunque no estaba todavía muy seguro de la utilidad de estos conocimientos. Por las apasionadas descripciones que había hecho Bob de las correrías de otrora, conocía a fondo las escolleras exteriores y todos sus intrincados rincones y se sentía capaz de orientarse solo por allí.