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Bob se dirigía hacia un lugar que quedaba a unos ochocientos metros de la casa. Pero demoró más de media hora para llegar hasta allí. Cuando estuvo en la cima de la montaña, la vegetación se volvió mucho más escasa. Desde allí se podía ver toda la zona poblada de la isla. En un lugar donde la selva había sido raleada para dar paso a los jardines, se hallaba un árbol mucho más alto que los que había en la selva misma, aunque no llegaba a tener la altura de las palmeras que crecían cerca de la playa. Las ramas más bajas habían desaparecido y en su lugar densas enredaderas se enroscaban en el tronco. Era muy fácil trepar por allí. Bob lo hizo sin dificultad.

En las ramas superiores había una tosca plataforma. El Cazador dedujo que los muchachos estaban acostumbrados a ir a ese lugar. Desde allí, por encima del nivel de la selva, toda la isla era prácticamente visible. Bob dirigió lentamente su mirada en círculo para permitir al Cazador que apreciara los detalles que faltaban en el mapa.

Tal como el Cazador observara el día anterior, después de dar un rápido vistazo por el camino, había también algunos tanques sobre la playa, en el extremo noreste de la isla. Cuando Bob fué interrogado, contestó que esas bacterias trabajaban mejor a elevadas temperaturas. Por eso estaban colocadas a pleno sol; su actividad se detenía durante la noche.

—Parece que hay algunos más —agregó—. Pero siempre realizan el mismo tipo de trabajo. Es arriesgado asegurarlo, pero la mayor parte de los tanques se encuentran sobre la ladera más alejada de la montaña queda al noroeste. Esa es la única parte de la isla que no podemos ver desde aquí.

—Y también los objetos que se encuentran dentro y cerca del borde de la selva — observó el Cazador.

—Por supuesto. Bueno… no esperarás que encontremos a nuestro enemigo si lo buscamos desde una gran distancia. Vine aquí para que tuvieras una idea mas exacta de la isla. Tendremos que intensificar la búsqueda en los tres días próximos. No puedo postergar más allá del lunes la ¡da a la escuela —dijo señalando el largo edificio que se extendía al pie de la montaña—. Si el bote estuviera en condiciones podríamos revisar ahora los arrecifes.

—¿No hay otros botes en la isla?

—Por supuesto. Podría pedir uno prestado, aunque no conviene andar por allí sin compañía. Si llegara a sucederle algo al bote nos veríamos en apuros. Generalmente andamos en botes pesados.

—Al menos, podríamos mirar un poco en las zonas menos peligrosas. También podrías ir caminando hasta el arrecife que queda junto a la playa.

—No, es imposible. Hay que nadar bastante para llegar a la parte más cercana. Hoy no puedo nadar… a menos que tú fueras capaz de hacer algo por la quemadura de sol; ayer no me ayudaste absolutamente nada.

Hizo una pausa y prosiguió:

—¿Y los otros muchachos? ¿No encontraste en ellos nada especial, ayer? Quizá convendría investigar primero por ese lado…

—No, no vi nada. ¿A qué te refieres?

Bob no le contestó. Después de pensar un momento, comenzó a descender lentamente por el tronco del árbol. Cuando estuvo al pie del mismo, vaciló un instante más, como si estuviera indeciso. Luego echó a andar cuesta abajo, abriéndose paso entre las plantas y acercándose gradualmente al camino. Explicó su vacilación con las siguientes palabras:

—Creo que no vale la pena buscar la bicicleta.

Salieron al camino a unos doscientos metros de la escuela hacia el este. Luego siguieron en esa dirección. Bob miraba las casas que iban encontrando y hacía un esfuerzo por estimar las posibilidades que existían de conseguir un bote prestado. Así llegó al camino que conducía al muelle. La casa de Teroa quedaba en la intersección. Bob apuró el paso.

Dió vuelta a la casa, esperando encontrar a Carlos trabajando en el jardín, pero allí sólo estaban las dos hermanas del muchacho, quienes le avisaron que él estaba adentro. En el momento en que Bob se encaminaba hacia la entrada, la puerta se abrió de golpe y apareció Carlos.

—¡Bob! ¡Tendrás que creerme! ¡Ya lo tengo!

Bob parecía algo confundido y miraba a las chicas que reían abiertamente.

—¿Qué es lo que tienes?

—¡El trabajo, cabeza dura! ¿De qué hablábamos ayer, entonces? Esta mañana llegó un radiograma. Yo ni sospechaba que el asunto marchaba… Creía que no conseguiría nada.

—Yo ya lo sabía —dijo Bob sonriendo—. Tu padre me lo contó.

—¿Y no me lo dijiste? —le reprochó Teroa acercándose.

Bob retrocedió rápidamente.

—El me pidió que no te lo dijera… no tenías que enterarte. ¿No es mejor así?

Teroa se tranquilizó y continuó con gran contento:

—Sí, creo que tienes razón. Tu amigo, el pelirrojo, lo lamentará… ¡eso le pasa por echarse atrás!

—¿El pelirrojo? ¿Ken? ¿Qué tiene que ver con esto? Yo creía que iba Norman contigo.

—Así era, pero como la idea provenía de Rice, estaba sobreentendido que él también vendría. Luego se pescó un catarro, o qué se yo, y no volvió a aparecer. ¡Cómo me reiré ahora!

Y, poniéndose repentinamente serio, continuó:

—No le digas nada de este trabajo. ¡Quiero contárselo yo mismo!

Comenzó a caminar en dirección al muelle y luego se dió la vuelta para decir:

—Voy hasta el Cuatro a recoger algo que le presté a Hay hace mucho tiempo. ¿Quieres venir?

Bob miró el cielo, pero el Cazador no dio su opinión. Tuvo que decidirse solo.

—No puedo —dijo—. Además, me parece que la lancha no está en condiciones.

Siguió con la mirada al bronceado muchacho de dieciocho años mientras desaparecía entre los galpones del depósito. Luego volvió lentamente por el camino.

—Esta era la única oportunidad real que teníamos de conseguir un bote —le dijo al Cazador—. Ahora tendremos que esperar hasta que los muchachos salgan de la escuela. Yendo en grupo es más fácil que nos presten uno o que podamos arreglar el nuestro. No tuve tiempo de examinarlo detenidamente ayer cuando llevamos la tabla.

—¿Este muchacho iba a usar su propio bote?

—Sí. ¿Oíste cuando dijo que iba al Cuatro para traer algo? Quería decir: al Tanque Cuatro. La persona que mencionó trabaja con la lancha que usan para transportar los desechos de los tanques. Carlos quiere pedirle lo que le prestó, antes de que se vaya de la isla.

El Cazador se puso alerta:

—¿Deja la isla? ¿Te refieres al barquero?

—No, a Carlos. ¿No oíste, acaso, lo que decía?

—Escuché algo acerca de un trabajo, nada más.

—¿Por eso se va?

—¡Por supuesto! Carlos es el hijo del contramaestre de ese navío: el muchacho que se embarcó como polizón con la esperanza de obtener más adelante algún trabajo como tripulante. ¿No recuerdas? Su padre nos contó la historia, a bordo.

—Recuerdo que conversaste con un oficial la primera noche que pasamos en el barco —replicó el Cazador— pero no sabía ni sé de qué se trataba. No hablaban en inglés.

Bob se quedó cortado y trató de recordar:

—Ya lo había olvidado —dijo.

Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y relató la historia en la forma más breve y más clara que pudo.

Cuando terminó de hablar, el Cazador permaneció un momento pensativo:

—Entonces —comentó—, Carlos Teroa se fué de la isla una vez antes de mi llegada, y se apronta a partir nuevamente. Tu amigo Norman Hay partió también. ¡En el nombre de Dios, si sabes de otros que lo han hecho, tienes que decírmelo!

—No hay otros, con excepción, claro está, del padre de Carlos que no creo que haya atracado aquí a menudo. ¿Por qué te preocupas por aquel primer viaje? No desembarcaron nunca, y tampoco anclaron en ningún puerto. Por lo tanto, si nuestro enemigo estaba con ellos sólo pudo haberlos abandonado en el mar.