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—Bueno —dijo finalmente—. Bob nos contó que usted no sabía bien dónde podía haberse contaminado el Petiso. Yo sé que el microbio es trasmitido por mosquitos, los que a su vez se contaminan al picar a alguna persona que ya tiene la enfermedad. Temo que esa persona sea yo.

—Jovencito, te conozco casi desde que naciste y he seguido viéndote desde entonces. Nunca tuviste malaria.

—No estuve nunca enfermo, pero recuerdo haber tenido escalofríos y fiebre como los que usted describe. Duraban muy poco tiempo y no llegaban a molestarme demasiado. No había referido a nadie estos síntomas, pues nunca les di demasiada importancia. Luego, cuando Bob nos contó esta tarde esa historia, en mi mente se produjo una asociación de las cosas que había leído y las que recordaba y pensé que convenla venir a verlo. ¿Tiene algún medio de verificar si estoy enfermo?

—Personalmente creo que te equivocas, muchacho; por supuesto, no pretendo ser un experto en esta materia, ya que la malaria ha sido casi extirpada, pero no me parece posible que estés enfermo. No obstante, si eso te tranquiliza, puedo hacerte un análisis de sangre.

—Me gustaría.

Tanto Bob como el doctor Seever no sabían si preocuparse o asombrarse ante las palabras y las acciones de Norman. La presencia de un muchacho de catorce anos que pensaba con el mismo sentido analítico y la conciencia social de un adulto, deslumbraba al médico y dejaba atónito a Bob, quien no olvidaba que su amigo era menor que él.

Su comportamiento era realmente extraordinario. Quizá, si la víctima de la enfermedad no hubiera sido uno de sus mejores amigos, Hay no se hubiera esforzado por recordar sus escalofríos de la infancia. Parecía que su conciencia lo hostigaba. Si no se hubiera decidido a ver esa misma noche al doctor, lo más probable era que se arrepintiera a la mañana siguiente. Seguía ansioso los movimientos de Seever, quien se disponía a extraerle sangre para el análisis; necesitaba saber si era o no responsable de la enfermedad de Malmstrom y de ese modo sentía que realizaba una buena acción.

—Me llevará un rato hacer el análisis —dijo el doctor—. Quizá sea necesario efectuar también un ensayo con el suero. Si no te opones, quisiera examinar la pierna de Bob antes de trabajar en tu análisis. ¿De acuerdo?

Norman asintió. Parecía algo decepcionado y, al recordar la conversación que tuvieran un momento antes, salió de mala gana de la habitación.

—No demores, Bob —le gritó—. Yo empezaré a caminar muy despacio.

El doctor cerró la puerta y prestó atención a Bob. Este comenzó a hablar:

—Despreocúpese ahora de mi pierna, si es que realmente pensaba hacerle algo. ¡Hablemos de Norman! Si él tiene razón quedaría eliminado, en consecuencia.

—Yo pensé lo mismo —replicó Seever—. Es por eso que extraje bastante sangre a Norman. El cuento del examen del suero no era más que una excusa. Quisiera que el Cazador analizara también su sangre.

—Pero él no conoce el parásito de la malaria, al menos, no tiene experiencia en el asunto.

—Si es preciso, le conseguiré sangre de Malmstrom para que compare. Yo realizaré ahora mismo el examen microscópico. La dificultad consiste en que, probablemente, la enfermedad existe en una forma muy leve en Norman y tendré que hacer, entre una docena y un centenar de muestras para llegar a descubrir al microbio. Por eso prefería que el Cazador examinara también la muestra, ya que puede hacerlo mucho más rápidamente que yo. Recuerdo aquella maniobra que realiza para neutralizar los leucocitos en tu cuerpo. Si puede hacer eso, es capaz también de revisar cada una de las células de la sangre en un tiempo récord.

El doctor quedó silencioso. Trajo el microscopio y otro aparato y comenzó su tarea.

Después de examinar dos o tres muestras, levantó la vista y dijo:

—Quizás una de las razones por las cuales no logro encontrar nada es porque no espero, en realidad, encontrarlo.

El doctor continuó trabajando. Mientras, Bob pensó que Norman debía haberse cansado de esperar y que habría hecho la visita sin su compañía. Seever se incorporó una vez más.

—Resulta difícil creerlo, pero puede ser que tenga razón. Hay uno o dos glóbulos rojos que parecen no comportarse como los demás. Nunca termino de maravillarme —agregó, echándose hacia atrás en la silla y asumiendo aire de conferenciante, completamente olvidado de la impresión que podían causar sus palabras en Bob— de la extraordinaria variedad de organismos extraños que se encuentran hasta en la sangre de los individuos más sanos. Si todas las bacterias que he detectado durante esta media hora pudieran reproducirse sin control, Norman se vería afectado de tifoidea, dos o tres tipos de gangrena, alguna forma de encefalitis y otra media docena de infecciones. Sin embargo, ahí lo tenemos con unos levísimos escalofríos cada tanto tiempo, y nada más. Supongo que tú…

Se detuvo, como si hubiera captado el pensamiento que trataba de aflorar en la mente de Bob.

—Por el amor de Dios. ¡En su sangre falta un microbio infeccioso! ¡Y pensar que he estado rompiéndome los ojos durante una hora, con todo lo que hay en su sangre!… Debo parecerte un idiota, no… veo que has comprendido inmediatamente: el simbiota enemigo no puede estar en el cuerpo Norman.

Guardó silencio un momento, mientras sacudía la cabeza.

—Este experimento puede dar magníficos resultados. No me imagino a nuestro enemigo dejando una cantidad normal de gérmenes en la sangre de su anfitrión sólo para disimular; eso sería llevar precauciones demasiado lejos. Si pudiera realizar análisis de sangre de todos los habitantes de la isla… De todos modos, queda ahora un solo sospechoso en la lista… Espero que el principio de eliminación sea bueno.

—Usted ignora algo todavía. No queda ninguno en la lista… Yo eliminé a Hugh antes de la cena.

Bob le explicó sus razones y el doctor tuvo admitir su exactitud.

—Espero que vendrá a mostrarme su mano. Me saldrá una mancha de sangre, como a Ananías sigo mintiendo. Pero al menos hay algo útil en esto: nuestras ideas se han agotado y el Cazador tendrá finalmente que poner a prueba las suyas. ¿Qué le parece, Cazador?

—Me parece que tiene razón —replicó el detective—. Si me permite elaborar un plan esta mañana le diré el resultado.

Sabía perfectamente que la excusa para justificar una demora tenía poca fuerza, pero había un motivo muy importante para no decirles todavía a sus amigos que ya sabía dónde se encontraba su presa.

CAPITULO 19 — SOLUCIÓN

Aunque Bob no participaba del torbellino de pensamientos que bullían dentro de la mente del Cazador, tardó un largo rato para dormirse. Había encontrado a Hay en la casa de Malmstrom; charlaron junto al lecho del enfermo hasta que la madre de éste dijo que debía ya descansar. Pero la mente de Bob había permanecido muy alejada de la conversación.

El Cazador había llevado más lejos sus conclusiones y había dicho que estaba en condiciones de elaborar un nuevo plan de acción; Bob, en cambio, no podía decir lo mismo y se imaginaba que debía parecer muy estúpido en comparación con su huésped.

Esto lo preocupaba y trataba de imaginar cómo el Cazador podía seguir deduciendo conclusiones, a partir del hallazgo de la pieza de metal en el arrecife… si Rice y Teroa quedaban fuera de la investigación.

También el Cazador estaba disconforme consigo mismo. El había sugerido esas ideas a Bob. En realidad, no esperaba extraer muchas conclusiones de ellas, pero contenían posibilidades de acción para su anfitrión, que podían permitirle elaborar libremente nuevas ideas que estuvieran más de acuerdo con su entrenamiento y su experiencia. Esas últimas, sin embargo, habían fracasado miserablemente, a pesar de que esperaba que la civilización lo hubiera ayudado con su empuje técnico; y ahora se daba cuenta de que habían ignorado deliberadamente, durante algunos días, la respuesta a su problema, a pesar de los innumerables argumentos de Bob y del doctor.