Había sido una suerte que Bob trabajara por su cuenta en esa historia de la «trampa» del bosque; si no lo hubiera hecho, el plan de que el Cazador examinara individualmente a Teroa y a los otros muchachos, se hubiera puesto en práctica antes de que el doctor participara del secreto. Eso hubiera obligado al Cazador a permanecer fuera del cuerpo Bob unas treinta y seis horas, por lo menos, perdiendo de este modo datos que le fueron llegando día tras día. La mayor parte de ellos significaban muy poco considerados aisladamente, pero juntos…
El Cazador deseaba que su anfitrión se durmiera. Tenía varias cosas que hacer y muy pronto había cerrado los ojos y el único contacto quedaba al Cazador con lo que lo rodeaba era por intermedio del oído. Pero el ritmo respiratorio y los latidos del corazón del joven demostraban claramente que aún se hallaba despierto. Por milésima vez el detective hubiera querido leer en su mente; tenía una sensación de impotencia semejante a la del espectador de una película cinematográfica sentado en su butaca mientras el héroe camina por una callejuela oscura. Sólo podía escuchar.
Los sonidos que percibía le daban una noción de lo que ocurría a su alrededor: el infatigable rumor de las olas a una milla de distancia, más allá de la montaña; el débil susurro de los insectos en la selva que los rodeaba; el crujido, más irregular, de las pequeñas alimañas y el ruido, mucho más diferenciado, causado por los padres de Bob al ascender las escaleras de la casa.
Venían conversando pero se callaron al aproximarse a la habitación, quizás porque Bob había sido el tema de su charla o porque no querían perturbarlo Sin embargo, el joven los oyó; el repentino cese de sus pasos y el silencio posterior, le dió al Cazador la pauta de que la señora Kinnaird se había limitado a echar un vistazo dentro de la habitación de su hijo, dejando la puerta entreabierta. Un instante después el Cazador oyó que se abría otra puerta, para cerrarse en seguida.
Se encontraba tenso y ansioso. Bob se quedó dormido. El Cazador se puso inmediatamente en acción. Su masa gelatinosa comenzó a salir a través de los poros de la piel del joven, aberturas que para el simbiota resultaban tan amplias y cómodas como las salidas de un estadio de fútbol. Le costó menos aún atravesar las sábanas y el colchón y dos o tres minutos después todo su cuerpo yacía debajo de la cama del muchacho.
Se detuvo un momento para volver a escuchar y luego se deslizó hacia la puerta, extendiendo un seudópodo con un ojo en el extremo a través de la rendija de la misma. Tenía intenciones de examinar personalmente a su sospechoso, o mejor dicho, de asegurarse definitivamente, ya que tenía la certeza de la exactitud de sus conjeturas. No había olvidado el argumento del doctor, quien sostenía que era necesario posponer esa investigación hasta que el Cazador estuviera preparado para tomar medidas inmediatas en caso de que llegara a encontrar algo, pero él sabía ahora que esos argumentos adolecían de un grave error. Si las hipótesis del Cazador eran exactas, Bob debía haberse traicionado innumerables veces. No era posible demorarse más. Había luz en el vestíbulo, pero no suficientemente intensa como para molestarlo. Había adoptado la forma de una cuerda del grosor de un lápiz para deslizarse por el piso. Allí volvió a detenerse mientras analizaba los ruidos respiratorios provenientes de la habitación donde se hallaba el señor Kinnaird. Tanto él como su esposa estaban dormidos. Entró en la pieza. La puerta estaba cerrada pero eso no significaba nada para él. Aunque hubiera sido hermética, siempre le quedaba el recurso de utilizar el ojo de la cerradura.
Distinguía al señor y a la señora Kinnaird por el ritmo y la profundidad de sus respiraciones. Dirigióse sin vacilar hacia un punto situado debajo de la cama del sospechoso. Un hilo de gelatina comenzó a ascender hasta tocar el colchón y atravesarlo. El resto del informe cuerpo lo siguió, consolidándose dentro del colchón. Entonces, cuidadosamente, el Cazador localizó el pie de la persona que dormía. Su técnica se había perfeccionado y, si hubiera querido, podría haber entrado aun mas rápido que la primera vez que penetrara dentro del cuerpo de Bob, ya que ahora no necesitaba ninguna exploración previa. Sin embargo, no figuraba en sus planes realizar esta maniobra, y la mayor parte de su masa permaneció en el colchón, mientras sus tentáculos de exploración comenzaban a atravesar la piel. No fué muy lejos.
La piel humana está compuesta de varias capas distintas, pero las células que las constituyen tienen un tamaño y una estructura semejantes ya se encuentren muertas y endurecidas, como en la capa exterior, o vivas y en pleno desarrollo, como en las de más abajo. No existe normalmente una capa, ni siquiera una red discontinua de células que sean más sensitivas, móviles y de menor tamaño que las demás. Bob, por supuesto, poseía una capa semejante, ya que el Cazador se la había fabricado para satisfacer sus propósitos. El detective no se sorprendió en absoluto al encontrar un tejido semejante debajo de la epidermis del señor Arturo Kinnaird. Por el contrario, lo esperaba. Las células que rozó por su parte, sintieron y reconocieron el, tentáculo del Cazador. Por un momento, se registró en ellas un movimiento desordenado, como si la red corporal simbiota enemigo tratara de evitar el contacto del Cazador; y a lo largo de aquellas células capaces de actuar como nervios o músculos, órganos sensoriales o glándulas digestivas, se trasmitió un mensaje. No era hablado; en ese mensaje no se emplearon sonidos, ni imágenes, ni ningún otro vehículo sensorial de tipo humano. Tampoco era telepatía. En nuestro idioma no existe una palabra capaz de describir exactamente esa forma de comunicación. Era como si los sistemas nerviosos de dos seres se fusionaran durante algún tiempo, como para permitir que la sensación experimentada por uno fuera apreciada por el otro; corrientes nerviosas que establecían un puente entre los individuos, del mismo modo que lo establecían entre sus células corporales.
El mensaje fué sin palabras, pero estaba cargado de mayor sentimiento y significado que las palabras comunes.
—Me alegro de encontrarte, Matador. Lamento haber tardado tanto en encontrarte.
—Te conozco, Cazador. No precisas disculparte. Especialmente cuando hablas en tono tan jactancioso. Que me hayas encontrado no tiene tanta importancia, pero lo que me divierte extraordinariamente es que hayas demorado medio año, del tiempo de este planeta, para darme caza. ¡Cómo has cambiado! Me imagino cómo has andado arrastrándote un mes tras otro, por esta isla, entrando en todas las casas… y eso para nada, ya que ahora eres impotente contra mí. Te agradezco mucho la diversión que me proporcionas.
—Estoy seguro que te divertirá también saber que sólo te he buscado en esta isla durante siete días, y que este hombre es el primero que examino físicamente.
El Cazador era suficientemente humano como para poseer vanidad y hasta para demostrarla sin mayores ambages. Tardó un rato en darse cuenta que su enemigo no había sospechado en ningún momento de Bob, y que con su respuesta, quizás, le había suministrado demasiados datos.
—No te creo. No existen formas de investigar a distancia un ser humano. Y mi anfitrión no ha sufrido infecciones serias desde que yo he llegado. Si le hubiera sucedido algo semejante, habría preferido buscar un nuevo anfitrión antes que traicionarme ayudándolo.
—Lo creo.
Las actitudes de su enemigo producían al Cazador una viva repugnancia y un claro sentimiento de desprecio.
—Yo no me refería a infecciones y heridas graves —prosiguió el Cazador.
—Sólo he intervenido en las lesiones pequeñas, en aquellas que pasan comúnmente inadvertidas —contestó su enemigo—. Si daba la casualidad de que otro ser humano estuviera presente en momento de producírsela, no intervenía. Hasta he permitido que insectos parásitos absorbieran sangre de mi anfitrión, si había testigos.