– ¿Está ya el desayuno? -gritó Eddie, dando un portazo al entrar en la casa.
La sonrisa de Cathy se convirtió en una mueca de desagrado cuando se volvió hacia los fogones.
– Vuestro padre se cree que esto es una pensión.
Eddie entró en la cocina; llevaba los calcetines agujereados y le asomaban los dedos. Lo seguía Jeffrey con los perros, que se acercaron a la mesa y se tumbaron en el suelo, en espera de las sobras.
Viendo la espalda envarada de su mujer y luego las expresiones de sus hijas, Eddie percibió claramente la tensión.
– El coche está limpio -anunció.
Parecía esperar algo, y Sara pensó que si lo que buscaba era una medalla, se había equivocado de día.
Cathy se aclaró la garganta mientras daba la vuelta a una tortita en la sartén.
– Gracias, Eddie.
Sara se dio cuenta de que no había dado la noticia a su hermana. Se volvió hacia Tessa.
– Jeffrey y yo nos vamos a casar.
Tessa se llevó un dedo a la boca e hizo un sonido semejante a un chasquido. La exclamación que soltó distó mucho de ser de júbilo.
Sara se reclinó en la silla, apoyando los pies en la tripa de Bob. Después de todo lo que había tenido que soportar de su familia en los últimos tres años, pensó que al menos se merecía un cariñoso apretón de manos.
– ¿Te gustó el pastel de chocolate que os envié la otra noche? -preguntó Cathy a Jeffrey.
Sara fijó la mirada en el abdomen de Bob como si allí estuviera grabado el sentido de la vida.
– Ah, sí -dijo Jeffrey, lanzando una mirada penetrante a Sara que ésta sintió sin necesidad de ver-. El mejor que he probado.
– Tengo más en la nevera si quieres.
– Estupendo -contestó Jeffrey en un tono empalagosamente dulce-. Gracias.
Sara oyó una especie de gorjeo y tardó en caer en la cuenta de que era el móvil de Jeffrey. Buscó en el bolsillo de su chaqueta, sacó el móvil y se lo entregó.
– Tolliver -dijo él. Al principio parecía confuso, y acto seguido se le ensombreció el rostro. Salió al pasillo para hablar en privado. Aun así, Sara oyó lo que decía, aunque él no dio muchas pistas acerca del contenido de la conversación-. ¿Cuándo se ha ido? -preguntó. Y después-: ¿Estás segura de que quieres hacerlo? -Tras un breve silencio, añadió-: Haces bien.
Jeffrey volvió a la cocina y se disculpó.
– Tengo que irme -anunció-. Eddie, ¿te importaría prestarme tu furgoneta?
– Las llaves están al lado de la puerta -contestó Eddie, para gran sorpresa de Sara, como si su padre no aborreciera a Jeffrey con toda su alma desde hacía cinco años.
– ¿Sara? -dijo Jeffrey.
Ella cogió la chaqueta de Jeffrey y salió con él al pasillo.
– ¿Qué pasa?
– Era Lena -contestó él, inquieto-. Ha dicho que anoche Ethan le robó una pistola a Nan Thomas.
– ¿Nan tiene una pistola? -preguntó Sara.
No se imaginaba que la bibliotecaria pudiera tener un arma más letal que unas tijeras dentadas.
– Ha dicho que la lleva en la mochila. -Jeffrey cogió las llaves de Eddie, colgadas del gancho junto a la puerta-. Se ha ido a trabajar hace cinco minutos.
Sara le dio la chaqueta.
– ¿Y ella por qué te lo ha dicho?
– Él sigue en libertad condicional -le recordó Jeffrey, casi incapaz de contener la euforia-. Tendrá que cumplir toda la condena: otros diez años de cárcel.
Sara no lo veía claro.
– No entiendo por qué te ha llamado.
– El porqué da igual -dijo él, abriendo la puerta-. Lo que importa es que ese hombre vuelva a la cárcel.
Sara sintió una punzada de miedo cuando él bajó por la escalinata.
– Jeffrey… -Esperó a que él se diera media vuelta. Sólo se le ocurrió decir-: Ten cuidado.
Jeffrey le guiñó un ojo, como si no pasara nada.
– Estaré de vuelta dentro de una hora.
– Va armado.
– Y yo -le recordó él, dirigiéndose hacia la furgoneta del padre de Sara. La saludó con la mano, como para ahuyentarla-. Vuelve dentro; estaré aquí antes de que te des cuenta.
La puerta de la furgoneta se abrió con un chirrido y, a regañadientes, Sara entró en la casa.
– ¿Señora Tolliver? -la llamó Jeffrey.
Ella se detuvo y se dio media vuelta. Al oír aquellas palabras, sintió que su sensible corazón le daba un vuelco.
Jeffrey le dirigió una sonrisa sesgada.
– Guárdame un poco de tarta.
AGRADECIMIENTOS
A estas alturas de mi carrera, necesitaría un libro de tres mil páginas para dar las gracias a todas las personas que me han brindado su apoyo por el camino.
Deben encabezar cualquier lista Victoria Sanders y Kate Elton, que espero que no se hayan cansado de mí. Estoy muy agradecida a todos mis amigos de Random House de aquí y de todo el mundo. Trabajar con Kate Miciak, Nita Taublib e lrwyn Applebaum ha sido una verdadera alegría. Siento que soy la escritora más afortunada del mundo por tener a esta gente en mi equipo y me hace muy feliz que Bantam sea mi nuevo hogar. El mayor elogio que se me ocurre es que son lectores apasionados.
En el Reino LInido, Ron Beard, Richard Cable, Susan Sandon, Mark McCallum, Rob Waddington, Faye Brewster, Georgina Hawtrey-Woore y Gail Rebuck (y todos los intermediarios) siguen siendo mis adorados campeones.
Rina Gill es la mejor mandamás que puede querer una chica.
Wendy Grisham sacó una Biblia en medio de la noche y gracias a ella buena parte de los personajes de esta novela recibió un nombre verosímil.
Viví la increíble experiencia de ir al tour Down Under este año y me gustaría dar las gracias a las divisiones de Random House en Australia y Nueva Zelanda por ayudarme a hacer de este viaje un acontecimiento único en mi vida. Me he sentido muy bien recibida a pesar de estar a trillones de kilómetros de mi casa.
Le estoy especialmente agradecida a Jane Alexander por llevarme a ver canguros y por no avisarme hasta que ya era demasiado tarde de que a veces los koalas defecan cuando los coges en brazos (véanse las fotos en www.karinslaughter.com/australia).
Margie Seale y Michael Moynahan sin duda merecen grandes elogios. Su enérgico apoyo es para mí una lección de humildad.
También doy las gracias por su apoyo a lo largo de los años a Meaghan Dowling, Brian Grogan, Juliette Shapland y Virginia Stanley.
Rebecca Keiper, Kim Gombar y Colleen Winters son los pijamas con el dibujo del gato, y me alegro mucho de nuestra continuada amistad.
Una vez más, el doctor David Harper me proporcionó la información médica necesaria para que diera la impresión de que sabe lo que hace. Cualquier error se debe a que no lo escuché bien o simplemente a que es aburrido cuando un médico hace algo como debe hacerse.
En el plano personal, me gustaría dar las gracias a BT, EC, EM, Em, MG y CL por su compañía diaria.
FM y JH han estado a mi lado en los momentos de necesidad. ML y BBW me cedieron sus nombres (¡lo siento, chicos!).
Patty O'Ryan fue la desafortunada ganadora del sorteo de «¡Pon tu nombre en un libro del condado de Grant!». ¡Ja! ¡Así aprenderás a jugar!
Bennee Knauer ha sido tan firme como una roca.
Renny González merece una mención especial por su tierno corazón.
Ann y Nancy Wilson le han sabido sacar partido a la edad: siguen dándome ánimo.
Mi padre me hizo sopa cuando fui a la montaña a escribir. Cuando volví a casa, DA estaba allí: como siempre, eres mi corazón.
Karin Slaughter
Nacida en una pequeña localidad del sur del estado de Georgia en 1971. Ha escrito cuentos y novelas desde que era una niña. Karin dejó su trabajo en el ámbito del diseño profesional para dedicarse a su gran pasión: la literatura.