– No parece de confección industrial -dijo tras examinar las costuras, pensando que eso, en sí mismo, podría ser una pista. Aparte de un penoso curso de economía doméstica en el instituto, lo más que Sara había cosido era un botón. El que había cosido ese vestido obviamente sabía lo que tenía entre manos.
– Esto parece bastante limpio -observó Carlos, dejando las bragas y el sujetador sobre el papel; se veían usados pero limpios, con las etiquetas gastadas a fuerza de lavados.
– ¿Puedes examinarlos con la luz ultravioleta? -preguntó Sara, pero él se dirigía ya hacia el armario para coger la lámpara. Sara volvió a la mesa de autopsias y, con una sensación de alivio, vio que el cuerpo no presentaba magulladuras ni traumatismos en el pubis o la parte superior de los muslos. Esperó mientras Carlos enchufaba la lámpara de rayos ultravioleta y la pasaba por encima de la ropa. No brilló nada, no había restos de semen ni sangre en las prendas. Arrastrando el cable, se acercó al cadáver y dio la lámpara a Sara.
– Hazlo tú -dijo ella, y él, con pulso firme y mirada atenta, recorrió lentamente el cuerpo de la chica con la lámpara.
Sara solía dejar en manos de Carlos pequeñas tareas como ésa, consciente de que debía de aburrirse soberanamente sin otra cosa que hacer salvo esperar todo el día de brazos cruzados en el depósito de cadáveres. Sin embargo, la única vez que ella le había sugerido que estudiara algo, Carlos había negado con la cabeza en un gesto de incredulidad, como si ella le hubiera propuesto que viajara a la Luna.
– Nada -anunció Carlos.
Esbozó una sonrisa, cosa poco común en él, mostrando los dientes teñidos de color violeta por la luz. Apagó la lámpara y enrolló el cable para volver a guardarla en el armario debajo del mostrador.
Sara acercó las bandejas rodantes a la mesa. Carlos ya había dispuesto el instrumental para la autopsia y, aunque no solía cometer errores, Sara lo repasó, asegurándose de que tenía a mano todo lo necesario.
Había varios bisturís en fila junto a distintos tipos de tijeras de punta afilada para uso quirúrgico. La bandeja de al lado contenía fórceps de distintos tamaños, retractores, sondas, pinzas, un cuchillo dentado y varias sondas. La sierra Stryker y el martillo-gancho de autopsia estaban al pie de la mesa, y la báscula, empleada para pesar órganos, por encima. Junto al fregadero, tarros y probetas irrompibles aguardaban las muestras de tejidos. Había un metro y una pequeña regla al lado de la cámara de fotos que empleaban para documentar cualquier hallazgo anómalo.
Se volvió justo cuando Carlos colocaba un bloque de goma bajo los hombros de la chica para estirarle el cuello. Con ayuda de Sara, extendió una sábana blanca sobre el cadáver, y el brazo doblado quedó fuera. Carlos manipulaba el cuerpo con delicadeza, como si la chica siguiera viva y sintiera lo que le hacía. No por primera vez, Sara se sorprendió de lo poco que conocía a Carlos pese a llevar más de una década trabajando con él.
El reloj de Carlos emitió tres pitidos y, tras pulsar un botón para apagarlo, dijo a Sara:
– Las radiografías deberían estar listas.
– Ya me ocuparé yo del resto -se ofreció Sara, aunque ya no quedaba gran cosa que hacer.
Sara esperó a oír el eco de las sonoras pisadas en el hueco de la escalera antes de permitirse mirar a la chica a la cara. A la luz del foco del techo, aparentaba más edad de la que Sara le había calculado al principio. Incluso era posible que tuviera más de veinte años. Podía estar casada. Podía tener un hijo.
Sara volvió a oír pasos en la escalera. Era Lena Adams, y no Carlos, quien abrió las puertas de vaivén y entró en la sala.
– ¿Qué tal? -saludó Lena, y miró alrededor, como para captar todos los detalles.
En jarras, se le veía el bulto de la pistola bajo el brazo. De pie, Lena tenía pose de policía, con los pies muy separados y los hombros rectos, y aunque menuda, llenaba el espacio con su presencia. Por alguna razón, la inspectora siempre había incomodado a Sara, y no solían verse a solas.
– Jeffrey no ha llegado todavía -dijo Sara, cogiendo una cinta para el magnetófono-. Si quieres, puedes esperar en mi despacho.
– Da igual -repuso Lena, acercándose al cadáver.
Lanzó una mirada a la chica y soltó un breve silbido. Sara la observó y creyó ver algo distinto en Lena. En general irradiaba ira, pero ese día parecía mantener la guardia un tanto más baja. Una expresión de cansancio se traslucía en sus ojos ribeteados y saltaba a la vista que había perdido peso, cosa que no sentaba bien a su cuerpo ya de por sí fibroso.
– ¿Estás bien? -preguntó Sara.
En lugar de contestar, Lena señaló a la chica y preguntó:
– ¿Qué le ha pasado?
Sara insertó la cinta de cásete en el aparato.
– La enterraron viva en una caja junto al pantano.
Lena se estremeció.
– Joder.
Sara pisó el pedal bajo la mesa para encender la grabadora y dijo «probando» un par de veces.
– ¿Cómo sabes que estaba viva? -preguntó Lena.
– Arañó las tablas -contestó Sara, rebobinando la cinta-. Alguien la metió allí para… no sé. La metió allí para algo.
Lena respiró muy hondo, levantando los hombros.
– ¿Por eso tiene el brazo en alto? ¿Porque intentó salir arañando las tablas?
– Supongo.
– Joder.
Saltó el botón del rebobinado de la grabadora. Las dos permanecieron en silencio mientras volvía a oírse la voz de Sara decir «probando, probando».
Lena aguardó un momento y luego preguntó:
– ¿Tenéis alguna idea de quién es?
– Ninguna.
– ¿Simplemente se quedó sin aire?
Sara se detuvo y le explicó todo lo sucedido. Lena la escuchó, imperturbable. Sara sabía que esa mujer había aprendido a no reaccionar, pero la enervaba ver la distancia que adoptaba ante un crimen tan atroz.
Cuando Sara acabó, Lena se limitó a susurrar:
– Mierda.
– Sí -coincidió Sara, y miró el reloj.
Justo cuando se preguntaba por qué Carlos tardaba tanto, entró acompañado de Jeffrey.
– Lena -dijo Jeffrey-, gracias por venir.
– No tiene importancia -respondió ella con un gesto de indiferencia.
Jeffrey observó a Lena más atentamente.
– ¿Estás bien?
Lena lanzó una extraña mirada a Sara, que podía interpretarse como culpabilidad.
– Sí -contestó Lena. Señaló a la muerta-. ¿Ya la habéis identificado?
Jeffrey tensó la mandíbula. La pregunta de Lena no podía ser más incómoda.
– No -consiguió responder Jeffrey.
– Tienes que lavarte la mano -dijo Sara, señalando el fregadero.
– Ya lo he hecho.
– Lávatela otra vez -indicó; lo llevó al fregadero y abrió el grifo-. Todavía está muy sucia.
Jeffrey dejó escapar un silbido cuando ella le puso la mano bajo el chorro de agua caliente. La herida era lo bastante profunda para requerir puntos, pero había pasado demasiado tiempo para coserla sin arriesgarse a una infección. Sara tendría que cubrirla con una venda y cruzar los dedos.
– Voy a recetarte un antibiótico. -Estupendo.
Jeffrey la miró irritado cuando Sara se puso guantes. Ella le devolvió la mirada al vendarle la mano, consciente de que no debían discutir en público.
– ¿Doctora Linton? -Carlos, ante la caja de luz, examinaba las radiografías de la chica.
Sara acabó de curar a Jeffrey antes de reunirse con él. Había varias radiografías, pero su mirada se fijó de inmediato en la serie del abdomen.
– Creo que tendré que repetirlas. Ésta se ve un poco borrosa -dijo Carlos.
Aunque la máquina de rayos X era más vieja que ella, Sara sabía que las imágenes habían salido bien.
– No -susurró ella, horrorizada.
– ¿Qué pasa? -preguntó Jeffrey.
– Estaba embarazada.
– ¿Embarazada? -repitió Lena.
Sara observó la imagen, previendo ya lo que le esperaba. Detestaba las autopsias de fetos. Ésta sería la víctima más joven que había tenido en el depósito de cadáveres.