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Lev alzó la voz, pero se dirigió a los niños.

– Rebecca, ¿por qué no te llevas a Zeke al jardín? Tu tía Mary está allí y seguro que te necesita.

– Un momento -intervino Jeffrey-. Tengo un par de preguntas que hacerle.

Paul apoyó la mano en el hombro de su sobrina.

– Adelante -contestó con un tono y una actitud que indicaban que ataría a Jeffrey en corto.

– Rebecca, ¿sabes si tu hermana se veía con alguien? -preguntó Jeffrey.

La muchacha miró a su tío como si pidiera permiso. Finalmente posó la mirada en Jeffrey.

– ¿Se refiere a un chico?

– Sí -contestó él.

Lena se dio cuenta de que era inútil preguntarle nada. Esa muchacha jamás diría nada delante de su familia, y menos teniendo en cuenta que ella misma parecía algo rebelde. La única manera de sonsacarle la verdad era hablando con ella a solas, y Lena dudaba seriamente que Paul, o cualquiera de los hombres, lo consintieran.

De nuevo Rebecca miró a su tío antes de contestar.

– Abby tenía prohibido salir con chicos.

Si Jeffrey advirtió que no había contestado a su pregunta, no lo demostró.

– ¿Te extrañó que no se presentara en la granja el día en que tus padres se fueron de viaje?

Lena miraba la mano de Paul en el hombro de la chica para ver si la apretaba. No podía decirlo.

– ¿Rebecca? -insistió Jeffrey.

– Pensé que había cambiado de opinión -contestó, levantando un poco la barbilla. Y añadió-: ¿De verdad está…?

Jeffrey asintió.

– Me temo que sí. Por eso necesitamos toda tu ayuda para averiguar quién es el culpable.

Los ojos se le anegaron en lágrimas y Lev pareció perder un poco la compostura ante el dolor de su sobrina.

– Si no le importa… -dijo a Jeffrey. Éste movió la cabeza en un gesto de asentimiento y Lev ordenó a la chica-: Ve a llevar a Zeke con tu tía Mary, cariño. Ya verás como todo se arregla.

Paul esperó a que se fueran antes de reanudar la conversación.

– Debo recordarles que nuestros contratos son especiales. Ofrecemos comida y cobijo a cambio de un día de trabajo honrado.

– ¿No pagan a nadie? -espetó Lena.

– Claro que sí -contestó Paul con brusquedad. No debía de ser la primera vez que se lo preguntaban-. Algunos aceptan el dinero, otros lo donan a la iglesia. Hay varios trabajadores que llevan aquí diez, veinte años, y nunca han tenido dinero en el bolsillo. Lo que reciben a cambio es un lugar seguro para vivir, una familia y la sensación de que no desperdician su vida. -Para poner de relieve sus palabras, señaló el salón en el que se hallaba, tal como había hecho su hermana en la cocina-. Todos vivimos humildemente, inspectora. Nuestro objetivo es ayudar al prójimo, no a nosotros mismos.

Jeffrey se aclaró la garganta.

– Aun así, nos gustaría hablar con ellos.

– Pueden llevarse el ordenador ahora -ofreció Paul-. Y me encargaré de que la gente que ha estado en contacto con Abby se presente en la comisaría a primera hora de la mañana.

– La cosecha -le recordó Lev, antes de explicarse-: Nuestra explotación está especializada en edamame, las semillas de soja más jóvenes. El horario de la recolecta es desde el amanecer hasta las nueve de la noche; luego hay que procesarlas y ponerlas en frío. Es un proceso muy laborioso, y no empleamos mucha maquinaria.

Jeffrey miró por la ventana.

– ¿No podemos ir ahora?

– Pese a lo mucho que deseo llegar al fondo de este asunto -contestó Paul-, tenemos una empresa bajo nuestro cargo.

– Además, debemos respetar a nuestros trabajadores -añadió Lev-. Estoy seguro de que entenderán que algunos se ponen muy nerviosos en presencia de la policía, unos porque han sido víctimas de la violencia policial, otros porque han estado en la cárcel recientemente y tienen miedo. Hay mujeres y niños que han sufrido violencia doméstica sin encontrar apoyo en las fuerzas del orden público…

– Ya -dijo Jeffrey, como si no fuera la primera vez que oía ese discurso.

– Y esto no deja de ser una propiedad privada -le recordó Paul, con la actitud y la manera de hablar de un auténtico abogado.

– Podemos cambiar los turnos para sustituir a los trabajadores que estuvieron en contacto con Abby. ¿Les va bien el miércoles por la mañana?

– Supongo que no nos quedará más remedio -contestó Jeffrey con un tono que ponía de manifiesto su irritación por el retraso.

Esther tenía las manos cruzadas en el regazo, y Lena percibió cierta indignación en ella. Obviamente no estaba de acuerdo con sus hermanos, pero también era evidente que no les llevaría la contraria.

– Los acompañaré a la habitación de Abby-ofreció.

– Gracias -dijo Lena, y todos se pusieron en pie al mismo tiempo pero, por suerte, sólo Jeffrey las siguió por el pasillo.

Esther se detuvo delante de la última puerta a la derecha y se apoyó con la palma de la mano en la madera, como si dudase que las piernas la sostendrían.

– Sé que esto es difícil para usted -dijo Lena-. Haremos todo lo posible para encontrar al culpable.

– Mi hija era una persona muy reservada.

– ¿Cree que le escondía algún secreto?

– Todas las hijas esconden secretos a sus madres.

Esther abrió la puerta y, al ver los objetos de su hija en la habitación, se le distendieron los músculos del rostro debido a la tristeza. Lena reaccionaba igual ante los efectos personales de Sibyl, cuando todo evocaba un recuerdo del pasado, una época más feliz en que su hermana estaba viva.

– ¿Señora Bennett? -preguntó Jeffrey a la mujer, que les bloqueaba el paso.

– Por favor -suplicó ella, cogiéndolo de la manga de la chaqueta-. Averigüe por qué sucedió esto. Tiene que haber una razón.

– Hare cuanto pueda para…

– No es suficiente -insistió ella-. Se lo ruego. Tengo que saber por qué se fue. Necesito saberlo, para mi propia tranquilidad.

Lena vio que Jeffrey tragaba saliva.

– No quiero hacer promesas vanas, señora Bennett. Sólo puedo prometerle que lo intentaré. -Sacó una de sus tarjetas y miró por encima del hombro para asegurarse de que no lo veía nadie-. Mi número particular está en el dorso. Llámeme cuando quiera.

Esther vaciló antes de coger la tarjeta y por fin se la guardó en la manga del vestido. Dirigió a Jeffrey un único gesto de asentimiento con la cabeza, como si hubiera llegado a un acuerdo con él, y luego retrocedió, dejándolos entrar en la habitación de su hija.

– Los dejo con lo suyo.

Jeffrey y Lena cruzaron otra mirada cuando Esther fue a reunirse con su familia. Lena advirtió que Jeffrey se sentía tan incómodo como ella. El ruego de Esther era comprensible, pero sólo sirvió para añadir más presión a lo que auguraba iba a ser un caso muy difícil.

Lena ya había entrado en la habitación para iniciar el registro, pero Jeffrey se quedó en la puerta, vuelto hacia la cocina. Lanzó una mirada hacia el salón, como para asegurarse de que nadie lo veía, y luego se alejó por el pasillo. Lena se disponía a seguirlo cuando Jeffrey volvió a aparecer en la puerta acompañado de Rebecca Bennett.

Hábilmente, Jeffrey hizo pasar a la chica a la habitación de su hermana, tomándola por el codo para guiarla como un tío preocupado. En voz baja, le dijo:

– Es muy importante que nos hables de Abby.

Rebecca miró nerviosa hacia la puerta.

– ¿Quieres que la cierre? -ofreció Lena, apoyando la mano en el pomo.

Tras pensárselo un momento, Rebecca negó con la cabeza. Lena la observó y pensó que era tan bonita como su hermana poco agraciada. Se había soltado la trenza de pelo castaño oscuro y los espesos mechones le caían ondulados sobre los hombros. Aunque Esther había dicho que la chica tenía catorce años, ofrecía un aspecto de mujer que debía de atraer mucho la atención en la granja. A Lena le extrañó que hubiera sido Abby, y no Rebecca, la chica secuestrada y enterrada en una caja.