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– ¿Adónde fuiste cuando te marchaste? -preguntó Lena.

– A Atlanta -respondió-. Salía con un chico, Adam. En realidad, sólo era un medio para escapar de allí. No me habían creído, así que no podía quedarme. -Se sorbió la nariz y se la limpió con el dorso de la mano-. Tenía tanto miedo de que Cole volviera a cogerme. No podía dormir. No podía comer. Vivía esperando a que él fuera a buscarme.

– ¿Por qué volviste?

– Yo… -Se le apagó la voz-. Me crié aquí. Y luego conocí a Dale… -Tampoco esta vez acabó la frase-. Cuando lo conocí, era un buen hombre. Muy tierno. No siempre ha sido como es ahora. Las enfermedades de los niños lo someten a una gran tensión.

Jeffrey no la dejó seguir por ese camino.

– ¿Cuánto tiempo llevan casados?

– Ocho años -contestó.

Ocho años de palizas. Ocho años de poner excusas, de protegerlo, de convencerse de que esta vez sería distinto, de que esta vez cambiaría. Ocho años de saber en el fondo que se engañaba, pero sin poder hacer nada al respecto.

Lena no sobreviviría ocho años soportando eso.

– Cuando conocí a Dale -dijo Terri-, yo ya había dejado las drogas, pero seguía jodida. No tenía muy buen concepto de mí misma.

Lena percibió cierto pesar en su voz. No se regodeaba en la autocompasión. Contemplaba su vida y veía que el hoyo que se había cavado no era muy distinto del hoyo en que la había metido Cole Connolly.

– Antes tomaba speed, me pinchaba. Hice cosas terribles. Creo que Tim es quien más ha pagado las consecuencias. -Añadió-: Tiene muchos problemas de asma. ¿Quién sabe cuánto tiempo se quedan esas drogas en el cuerpo? ¿Quién sabe qué efectos tienen en el organismo?

– ¿Cuándo dejó de drogarse? -preguntó Jeffrey.

– A los veintiún años -contestó ella-. Las dejé de la noche a la mañana, sin más. Sabía que no llegaría a los veinticinco si no lo hacía.

– ¿Ha estado en contacto con su familia desde entonces?

Volvió a tirarse del repelo de la cutícula.

– Hace un tiempo le pedí dinero a mi tío -reconoció-. Lo necesitaba para… -Volvió a tragar saliva.

Lena sabía para qué necesitaba el dinero. Terri no trabajaba. Dale debía de controlar cada centavo que entraba en la casa. Tenía que pagar la clínica de alguna manera, y la única solución había sido pedir prestado a su tío.

– La doctora Linton ha sido muy amable -dijo Terri-. Pero teníamos que pagarle algo por todo lo que ha hecho. El seguro no cubre la medicación de Tim. -De pronto, alzó la vista y el miedo asomó a sus ojos-. No se lo digan a Dale -rogó, mirando a Lena-. Por favor, no le digan que pedí dinero. Es muy orgulloso. No le gusta que mendigue.

Lena sabía que Dale indagaría adónde había ido a parar el dinero.

– ¿Veías alguna vez a Abby? -preguntó Lena.

Le temblaron los labios en un intento de contener el llanto.

– Sí -contestó-. A veces pasaba por aquí para ver cómo estábamos los críos y yo. Nos traía comida, caramelos para los niños.

– ¿Sabías que estaba embarazada?

Terri asintió, y Lena se preguntó si Jeffrey percibía la tristeza que emanaba de ella. Debía de estar acordándose del niño que había perdido, el de Atlanta. Lena no pudo evitar pensar en lo mismo. Por alguna razón, le vino a la cabeza la imagen del bebé de arriba, sus piececillos en el aire, la manera en que Terri lo había tapado con la manta. Lena tuvo que bajar la vista para que Jeffrey no le viera las lágrimas que le abrasaban los ojos.

Sintió la mirada de Terri sobre ella. Terri tenía la intuición propia de una mujer maltratada, una percepción instintiva de las emociones cambiantes que se adquiría tras años intentando no decir ni hacer nada indebido.

Jeffrey, sin percatarse de nada, preguntó:

– ¿Y usted qué le dijo a Abby cuando ella le contó que estaba embarazada?

– Tenía que haber sabido qué iba a pasar -dijo-. Tenía que haberla prevenido.

– ¿Prevenido de qué?

– Tenía que haberle hablado de Cole, de lo que me hizo a mí.

– ¿Por qué no la previno?

– No me creyó ni mi propia madre -afirmó-. No sé… Con los años, llegué a pensar que tal vez me lo había inventado. En esa época me drogaba mucho, tomaba cosas muy malas. No tenía la cabeza clara. Era más fácil pensar que simplemente me lo había inventado.

Lena sabía a qué se refería. Una se mentía a sí misma en distintos grados para poder aguantar un día más.

– ¿Abby le contó que salía con alguien? -preguntó Jeffrey.

Terri asintió y contestó con pesar:

– Con Chip. Le dije que no se liara con él. Tiene que entender que las chicas que se crían en la granja de Cultivos Sagrados no saben nada de la vida. Nos tienen aisladas, como si nos protegieran, pero en realidad eso sólo sirve para facilitarles las cosas a los hombres. -Soltó otra risa forzada-. Ni siquiera sabía lo que era el sexo hasta que lo practiqué.

– ¿Cuándo le dijo Abby que se marchaba?

– Pasó por aquí antes de ir a Savannah más o menos una semana antes de morir -respondió Terri-. Me dijo que se marcharía con Chip cuando la tía Esther y el tío Eph se fueran a Atlanta al cabo de un par de días.

– ¿Parecía disgustada?

Se quedó pensando.

– Parecía preocupada. Eso no era propio de Abby. Pero tenía muchas cosas en la cabeza. Estaba… estaba distraída.

– ¿En qué sentido?

Terri bajó la vista, intentando ocultar su reacción.

– Pues con cosas.

– Terri, necesitamos saber qué cosas -insistió Jeffrey.

– Estábamos aquí, en la cocina -habló por fin. Señaló la silla de Lena-. Ella estaba sentada ahí mismo. Tenía el maletín de Paul en el regazo, sosteniéndolo como si no pudiera soltarlo. Me acuerdo de que pensé que podía venderlo y con eso dar de comer a mis hijos durante un mes.

– ¿Es un maletín bonito? -preguntó Jeffrey, y Lena supo que estaba pensando exactamente lo mismo que ella.

Abby había abierto el maletín y encontrado algo que Paul no quería que viera.

– Debió de costarle mil dólares -dijo Terri-. Ese hombre gasta dinero a manos llenas. No lo entiendo.

– ¿Qué dijo Abby? -preguntó Jeffrey.

– Que tenía que ir a ver a Paul, y cuando volviera, se marcharía con Chip. -Se sorbió la nariz-. Quería que yo dijera a sus padres que los quería con todo su corazón. -Rompió a llorar otra vez-. Tengo que decírselo. Es lo mínimo que le debo a Esther.

– ¿Cree que le contó a Paul que estaba embarazada?

Terri negó con la cabeza.

– No lo sé. No creo que fuera a Savannah a pedir ayuda.

– ¿A pedir ayuda para deshacerse del bebé? -preguntó Lena.

– ¡No, por Dios! -exclamó, horrorizada-. Abby jamás mataría a su bebé.

Lena abrió la boca para decir algo, pero no le salió la voz.

– ¿Para qué cree que quería hablar con Paul? -preguntó Jeffrey.

– ¿Para pedirle dinero, tal vez? -aventuró Terri-. Le dije que necesitaría dinero si se largaba con Chip. Ella no sabía cómo era el mundo real. Cuando tenía hambre, se encontraba la comida en la mesa. Cuando tenía frío, allí estaba el termostato. Nunca tuvo que valerse por sí misma. Le advertí que necesitaría dinero para ella, y que lo escondiera de Chip, que se quedara con una parte, por si él la dejaba. No quería que cometiera los mismos errores que yo. -Se sonó la nariz-. Era una chica tan dulce, tan dulce.

Una chica dulce que intentó sobornar a su tío para que le pagara con dinero manchado de sangre, pensó Lena.

– ¿Cree que Paul le dio el dinero? -preguntó Lena.

– No lo sé -reconoció Terry-. Fue la última vez que la vi. Después de eso tenía que marcharse con Chip. Es lo que pensé que había hecho hasta que me enteré… hasta que ustedes la encontraron el domingo pasado.