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– ¿Dónde estaba usted el sábado por la noche?

Terri se limpió la nariz con el dorso de la mano.

– Aquí -contestó-. Con Dale y los niños.

– ¿Alguien más puede confirmarlo?

Se quedó pensando, mordiéndose el labio inferior.

– Bueno, vino Paul -dijo-. Sólo un momento.

– ¿El sábado por la noche? -preguntó Jeffrey, lanzando una mirada a Lena.

Paul había repetido varias veces que la noche en que murió su sobrina estaba en Savannah. Incluso su locuaz secretaria lo había corroborado. Paul dijo que había ido a la granja el domingo por la noche para ayudar en la búsqueda de Abby.

– ¿Por qué vino Paul? -preguntó Jeffrey.

– Le trajo a Dale ese chisme para uno de sus coches.

– ¿Qué chisme?

– Ese chisme del Porsche -contestó-. A Paul le encantan los coches ostentosos; bueno, en realidad le encanta todo lo ostentoso, intenta escondérselo a su padre y los demás, pero le gusta tener sus juguetes.

– ¿Qué clase de juguetes?

– Trae coches viejos que encuentra en subastas, y Dale se los restaura a precio de amigo. Al menos eso dice Dale. No sé cuánto cobra, pero debe de ser más barato hacerlo aquí que en Savannah.

– ¿Cuántos coches ha traído Paul?

– Que yo sepa, ha traído dos o tres. -Terri se encogió de hombros-. Tendría que preguntárselo a Dale. Yo suelo estar en la parte de atrás, ocupándome de la tapicería.

– Dale no me comentó que Paul vino a verlo la otra noche.

– No me extraña -dijo Terri-. Paul le paga en efectivo. No lo declara a Hacienda. -Intentó defenderlo-. Nos persiguen los acreedores. El hospital ya ha embargado la cuenta de Dale por el ingreso de Tom del año pasado. El banco informa de todo lo que entra y sale. Perderíamos la casa si no tuviéramos ese dinero extra.

– Yo no trabajo para el fisco -dijo Jeffrey-. Lo único que me importa es lo que pasó el sábado por la noche. ¿Está segura de que Paul vino el sábado?

Terri asintió.

– Puede preguntárselo a Dale -contestó-. Estuvieron en el garaje unos diez minutos y luego se marchó. Yo sólo lo vi por la ventana. En realidad, a mí Paul ni me habla.

– ¿Y eso por qué?

– Para él soy una perdida -contestó, sin el menor sarcasmo en la voz.

– Terri -dijo Jeffrey-, ¿ha estado Paul alguna vez solo en el garaje?

– Pues claro -contestó Terri, como si fuera evidente.

– ¿Cuántas veces? -insistió Jeffrey.

– No lo sé. Muchas.

Jeffrey ya no se mostraba tan conciliador. La presionó más.

– ¿Y en los últimos tres meses? ¿Ha entrado?

– Supongo -repitió, nerviosa-. ¿Qué más da si Paul ha estado en el garaje?

– Sólo quiero saber si ha tenido ocasión para coger algo de allí.

Soltó una carcajada de desdén ante la sola insinuación.

– Dale le habría retorcido el pescuezo.

– ¿Y qué hay de las pólizas de seguros? -preguntó él.

– ¿Qué pólizas?

Jeffrey sacó un fax doblado y lo dejó en la mesa delante de ella.

Terri arrugó la frente al leer el documento.

– No lo entiendo.

– Es una póliza de seguro de cincuenta mil dólares de la que usted es la beneficiaría.

– ¿De dónde ha sacado esto?

– No es usted quien debe hacer las preguntas -dijo Jeffrey, abandonando el tono comprensivo-. Cuéntenos qué está pasando, Terri.

– Pensé… -Se interrumpió y meneó la cabeza.

– ¿Qué pensaste? -preguntó Lena.

Terri cabeceó, mientras se tiraba del repelo del pulgar.

– ¿Terri? -insistió Lena, para evitar que Jeffrey fuera demasiado duro con ella; era evidente que tenía algo que contar, y ése no era momento para impacientarse.

Jeffrey cambió de tono.

– Terri, necesitamos su ayuda. Sabemos que Cole metió a Abby en la caja, igual que a usted, sólo que Abby no salió viva. Necesitamos que nos ayude a averiguar quién la mató.

– Yo no… -Se le apagó la voz.

– Terri, Rebecca ha desaparecido -prosiguió Jeffrey.

Terri masculló algo, al parecer unas palabras de aliento. Sin previo aviso, se levantó y dijo:

– Enseguida vuelvo.

– Un momento.

Jeffrey la cogió del brazo cuando ella estaba a punto de salir de la cocina, pero dio un respingo y Jeffrey la soltó.

– Perdone -se disculpó ella, frotándose el brazo donde Dale la había lastimado. Lena vio que se le arrasaban los ojos en lágrimas de dolor. Aun así, Terri repitió-: Enseguida vuelvo.

Esta vez Jeffrey no la tocó pero, en un tono que no tenía nada de cordial, dijo:

– La acompañaremos.

Tras un momento de vacilación, Terri movió la cabeza en un parco gesto de asentimiento. Miró por el pasillo para asegurarse de que no había nadie. Lena sabía que buscaba a Dale. Aunque estaba esposado en el coche patrulla, seguía temiendo que la agrediera.

Abrió la puerta de atrás y lanzó otra mirada furtiva, esta vez para comprobar que Lena y Jeffrey la seguían.

– Déjela un poco abierta por si Tim me necesita -dijo a Jeffrey.

En consideración a su paranoia, Jeffrey entornó despacio la mosquitera para que no se cerrara del todo.

Se dirigieron los tres juntos hacia el jardín trasero. Los perros, seguramente rescatados de la perrera, no eran de raza. Aullaron al tiempo que se abalanzaban sobre Terri, reclamando su atención. Ella les acarició la cabeza con gesto ausente y bordeó el garaje. Se detuvo en la esquina, y detrás Lena vio un anexo. Si Dale miraba hacia allí, los vería entrar.

Jeffrey se percató de ello casi al mismo tiempo que Lena.

– Puedo… -empezó a decir Jeffrey, cuando Terri respiró hondo y salió al espacio abierto del jardín.

Lena la siguió, y aunque no se volvió hacia el coche patrulla, sintió el calor de la mirada de Dale.

– No está mirando -aseguró Jeffrey, pero tanto Lena como Terri tenían demasiado miedo para comprobarlo.

Terri sacó una llave del bolsillo y la introdujo en la cerradura de la puerta del cobertizo. Encendió las luces al entrar en la habitación abarrotada de objetos. Había una máquina de coser en el centro, rollos de cuero negro apilados contra las paredes y una intensa luz en el techo. Terri debía de coser allí la tapicería de los coches que restauraba Dale. Era un espacio frío y húmedo, poco más que un taller tercermundista, y debía de ser un tormento en pleno invierno.

Terri se dio la vuelta y por fin miró por la ventana. Lena siguió su mirada y vio la silueta oscura de Dale Stanley sentado en el asiento trasero del coche patrulla.

– Me matará cuando se entere de esto -dijo Terri. Y dirigiéndose a Lena, añadió-: Pero poco importa una razón más o menos, ¿no?

– Podemos protegerte, Terri. Podemos meterlo en la cárcel ahora mismo y nunca más volverá a ver la luz del día.

– Saldrá -dijo ella.

– No -replicó Lena, porque sabía que había maneras de asegurarse de que un recluso no volviera a salir. Si lo metían en la celda adecuada con el preso adecuado, se le podía joder la vida para siempre-. Podemos asegurarnos de ello.

Por la manera en que Terri la miró, Lena supo que la había entendido.

Jeffrey las había estado escuchando mientras se paseaba por la pequeña habitación. De pronto, apartó dos rollos de tela de la pared. Se oyó un ruido detrás de ellos, casi como el correteo de un ratón. Apartó otro rollo y tendió la mano hacia la chica agazapada contra la pared.

Había encontrado a Rebecca Bennett.

Capítulo 15

Mientras Lena hablaba con Rebecca Bennett, Jeffrey la observaba, pensando que aun después de tantos años, si alguien le preguntaba cómo era realmente su compañera, no sabría qué contestar. Cinco minutos antes, durante la conversación con Terri Stanley, Lena estaba en esa misma cocina sin apenas decir nada, comportándose como una niña asustada. Sin embargo, con Rebecca Bennett, se había hecho cargo de la situación y actuaba como la policía que podía ser en lugar de como la mujer maltratada que era.