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– Cuéntame qué pasó, Rebecca -dijo Lena con firmeza a la vez que cogía las manos de la chica, combinando en su justa medida autoridad y empatía.

Aunque no era ni mucho menos la primera vez que Jeffrey veía semejante transformación en Lena, le costaba creerlo.

Rebecca, una niña todavía asustada, titubeó. Era obvio que estaba agotada, pues el tiempo que había pasado escondida de su tío había hecho mella en ella como una corriente de agua que lame la roca de un río. Encorvada, con la cabeza gacha, parecía que su mayor deseo en la vida era desaparecer.

– Después de marcharse ustedes -explicó-, me fui a mi habitación.

– ¿Te refieres al lunes?

Rebecca asintió.

– Mi madre me dijo que me acostara.

– ¿Y qué pasó?

– Tenía frío, y al apartar las sábanas para meterme en la cama, aparecieron unos papeles.

– ¿Qué papeles? -preguntó Lena.

Rebecca miró a Terri, y ésta asintió con un parco gesto de la cabeza, animándola a seguir. Rebecca guardó silencio por un momento, sin apartar la mirada de su prima. A continuación, introdujo la mano en el bolsillo delantero de su vestido y sacó un fajo perfectamente doblado de papeles. Lena les echó un vistazo y se los entregó a Jeffrey. Éste vio que eran los originales de las pólizas de seguro que Frank había descubierto.

Lena se reclinó en la silla, observando a la chica.

– ¿Cómo es que no los encontraste el domingo?

Rebecca volvió a mirar a Terri.

– El domingo por la noche me quedé a dormir en casa de mi tía Rachel. Mi madre no quería que yo saliera a buscar a Abby.

Jeffrey recordó que Esther se lo había dicho en la cafetería. Alzó la vista justo a tiempo de ver a las dos primas cruzando sus miradas.

Lena también lo había advertido. Apoyó la palma de la mano en la mesa.

– ¿Qué más, Becca? ¿Qué más encontraste?

Terri empezó a morderse el labio otra vez mientras Rebecca fijaba la mirada en la mano de Lena apoyada en la mesa.

– Abby confió en que sabrías qué hacer con esos papeles -dijo Lena, sin alterar la voz-. No defraudes esa confianza.

Rebecca mantuvo la mirada clavada en la mano de Lena durante tanto tiempo que Jeffrey temió que estuviera en trance. Finalmente miró a Terri y asintió con la cabeza. Ésta, sin decir nada, se acercó a la nevera y despegó los imanes que sujetaban los dibujos de su hijo. Había varias capas de papel sobre la superficie metálica.

– Dale nunca mira aquí -dijo, y sacó una hoja doblada de papel contable de detrás de una representación infantil de la crucifixión.

En lugar de dársela a Jeffrey o Lena, se la entregó a Rebeca. Lentamente, la chica desdobló el papel y lo deslizó hacia Lena por la mesa.

– ¿Esto también lo encontraste en la cama? -preguntó Lena mientras leía la hoja.

Al inclinarse sobre su hombro, Jeffrey vio una lista de nombres y reconoció algunos: eran de trabajadores de la granja. Las columnas se desglosaban en sumas de dólares y fechas, algunas ya pasadas, otras futuras. Mentalmente, Jeffrey estableció una relación con las fechas de las pólizas. Sobresaltado, comprendió que aquello era una especie de plan de ingresos, una enumeración de las pólizas de cada trabajador y la fecha prevista de cobro.

– Me lo dejó Abby -dijo Rebecca-. Por alguna razón, quería que lo tuviera yo.

– ¿Por qué no se lo has enseñado a nadie? -preguntó Lena-. ¿Por qué te fugaste?

Terri respondió por su prima, hablando en voz baja como si le diera miedo meterse en un lío por intervenir.

– Paul -dijo-. Es su letra.

Rebecca tenía lágrimas en los ojos. Asintió en respuesta a la pregunta tácita de Lena, y Jeffrey sintió aumentar la tensión por la revelación, todo lo contrario de lo que esperaba que sucediera al conocerse la verdad. Era obvio que los documentos que tenían en su poder las aterrorizaban, pero dárselo a la policía tampoco les había procurado el menor alivio.

– ¿Le tienes miedo a Paul? -preguntó Lena.

Rebecca asintió con la cabeza, al igual que Terri.

Lena volvió a examinar el papel, aunque Jeffrey tenía la certeza de que lo había entendido perfectamente.

– O sea que encontraste esto el lunes, y sabías que era la letra de Paul.

Como Rebecca no contestó, intervino Terri:

– Esa noche vino angustiadísima. Dale dormía en el sofá. Mi idea era esconderla en el cobertizo hasta que supiéramos cómo actuar. -Meneó la cabeza-. Aunque era poco lo que podíamos hacer.

– Le envió aquella advertencia a Sara -le recordó Jeffrey.

Terri encogió un hombro, como si reconociera que enviar esa carta había sido una manera cobarde de revelar la verdad.

– ¿Por qué no hablasteis con vuestra familia de esto? -preguntó Lena a Terri con delicadeza-. ¿Por qué no les enseñasteis los documentos?

– Paul es el ojito derecho de la familia. Ellos no saben cómo es en realidad.

– ¿Y cómo es?

– Un monstruo -contestó Terri. Se le empañaron los ojos-. Hace ver que puedes confiar en él, como si fuera tu mejor amigo, y cuando te vuelves, te da la puñalada por la espalda.

– Es malo -balbuceó Rebecca, confirmando las palabras de su prima.

Terri siguió hablando con voz más firme, aún con lágrimas en los ojos.

– Va de simpático, como si estuviera de tu lado. ¿Saben quién me dio la droga la primera vez que me coloqué? -Terri apretó los labios y miró a Rebecca, probablemente dudando sí debía decirlo delante de ella-. Fue él. Paul me dio mi primera raya de coca. Estábamos en su despacho y me dijo que no pasaba nada. Yo ni siquiera sabía qué era; habría podido ser una aspirina. -De pronto se la veía furiosa-. Fue él quien me enganchó a las drogas.

– ¿Y por qué lo hizo?

– Porque podía -contestó Terri-. Eso es lo suyo, corrompernos. Controlarnos a todos mientras él se cruza de brazos y contempla cómo se arruinan nuestras vidas.

– ¿De qué manera os corrompe? -preguntó Lena, y Jeffrey supo adónde quería ir a parar.

– No me refiero a eso -dijo Terri-. Dios mío, esto es mucho peor que si se nos follara. -Rebecca dio un respingo al oír aquella palabra malsonante, y Terri procuró cuidar su vocabulario-. Le gusta someternos -prosiguió-. No soporta a las chicas; nos odia a todas, cree que somos tontas. -Las lágrimas empezaron a resbalar, y Jeffrey advirtió que la ira de Terri se debía a una virulenta sensación de traición-. Mi madre y los demás lo tienen por un santo varón. Cuando le conté a mi madre lo de Cole, ella se lo dijo a Paul, y Paul contestó que yo me lo había inventado, y ella le creyó. -Soltó un resoplido de indignación-. Es un cabrón. Va de colega, como si pudieras confiar en él, y cuando confías, te castiga por ello.

– Él no -intervino Rebecca, aunque en voz baja. Jeffrey se percató de que a la chica le costaba aceptar que su tío fuese capaz de semejante maldad. Aun así, prosiguió-: Le pide a Cole que lo haga. Y luego no se da por enterado.

Terri se enjugó las lágrimas con mano trémula al reconocer el proceso por el que estaba pasando Rebecca.

Lena esperó unos segundos antes de preguntar:

– Rebecca, ¿a ti te ha enterrado alguna vez?

Ella negó lentamente con la cabeza.

– Abby me contó que se lo hizo a ella -contestó.

– ¿Cuántas veces?

– Dos -y añadió-: E incluso esta última vez…

– Ay, Dios -suspiró Terri-. Y pensar que yo habría podido impedirlo. Habría podido decir algo…

– Tú no podías hacer nada -la interrumpió Lena.

Sin embargo, Jeffrey no estaba tan seguro de eso.

– Esa caja… -empezó a decir Terri, cerrando los ojos al recordar-. Cole volvía cada día para rezar. Yo lo oía por el tubo. A veces lo hacía a gritos, y yo me encogía, pero me alegraba tanto de saber que había alguien allí, que no estaba del todo sola… -Se enjugó los ojos con el puño, y sus palabras contenían una mezcla de tristeza e ira-. La primera vez que me lo hizo, se lo conté a Paul, y Paul me prometió que hablaría con él. Qué tonta fui. Tardé muchísimo en darme cuenta de que era Paul quien se lo ordenaba. Era imposible que Cole supiera todas esas cosas de mí: qué hacía, con quién iba. Todo venía de Paul.