– ¿Ha estado usted alguna vez en su casa de Savannah? -preguntó.
– Bastantes -contestó Lev-. Vive en un apartamento encima del despacho.
– ¿No vive en una casa en Sandon Square?
Lev soltó una carcajada.
– Qué va -dijo-. Es una de las calles más caras de la ciudad.
– ¿Y su mujer nunca estuvo allí?
Lev volvió a negar con la cabeza y dijo con cierta irritación:
– He estado contestando a sus preguntas lo mejor que he podido. ¿Sería tan amable de decirme qué está pasando?
Jeffrey decidió que había llegado el momento de ceder un poco. Sacó del bolsillo las pólizas de seguro originales y se las dio a Lev.
– Abby le dejó esto a Rebecca.
Lev cogió los papeles y los extendió sobre su escritorio.
– ¿Cómo se lo dejó?
Jeffrey no contestó, pero Lev no se percató de ello. Inclinado sobre la mesa, recorría el texto de cada página con el dedo mientras leía. Jeffrey reparó en que se le tensaba la mandíbula y vio que se erguía de ira.
– Esta gente vivía en nuestra granja.
– Así es.
– Éste. -Cogió un papel-. Larry se marchó. Cole nos dijo que se había marchado.
– Está muerto.
Lev lo miró fijamente, escrutando el rostro de Jeffrey como si quisiera adivinar sus intenciones.
Jeffrey sacó su bloc de notas y leyó:
– Larry Fowler murió de intoxicación etílica el veintiocho de julio del año pasado. El levantamiento del cadáver se llevó a cabo en la jurisdicción de Catoogah a las veintiuna cincuenta.
Lev, incrédulo, lo miró unos segundos.
– ¿Y éste? -preguntó, cogiendo otro papel-. Mike Morrow. Conducía el tractor la temporada pasada. Tenía una hija en Wisconsin. Cole dijo que se fue a vivir con ella.
– Sobredosis. El trece de agosto, a las doce cuarenta.
– ¿Por qué nos dijo que se fueron si en realidad murieron? -preguntó Lev.
– Supongo que habría sido un poco difícil explicar por qué ha muerto tanta gente en la granja en los últimos dos años.
Lev volvió a examinar las pólizas.
– Usted cree que… cree que…
– Su hermano pagó la incineración de los nueve cadáveres.
Lev, ya pálido, se puso lívido al comprender las implicaciones de lo que Jeffrey acababa de decir.
– Estas firmas -empezó a decir, revisando otra vez los documentos-. Ésta no es mía -dijo, señalando un papel con un dedo-. Ésta -añadió- no es la firma de Mary; es zurda. Y ésa seguro que tampoco es la de Rachel. ¿Por qué iba a ser beneficiaría de una póliza de seguro a nombre de una persona a la que ni siquiera conocía?
– Dígamelo usted.
– Esto es muy grave -dijo, arrugando los papeles-. ¿Quién sería capaz de una cosa así?
– Dígamelo usted -repitió Jeffrey.
Lev, con los dientes apretados y una vena palpitando en la sien, volvió a hojear los papeles.
– ¿Tenía una póliza a nombre de mi mujer?
– No lo sé -contestó Jeffrey sinceramente.
– ¿Y usted de dónde sacó su nombre?
– Todas las pólizas están domiciliadas en una casa de Sandon Square. El nombre de la propietaria es Stephanie Linden
– Él… usó… -Lev estaba tan furioso que no podía ni hablar-. Usó… usó el nombre de mi mujer… ¿para hacer esto?
En su trabajo, Jeffrey había visto a más de un hombre llorar, pero normalmente era porque habían perdido a un ser querido o -la mayoría de las veces- porque se daban cuenta de que irían a la cárcel y se compadecían de sí mismos. Las lágrimas de Lev Ward eran de pura rabia.
– Un momento -dijo Jeffrey cuando Lev pasó a su lado-. ¿Adónde va?
Lev salió corriendo hacia el despacho de Paul.
– ¿Dónde está? -quiso saber Lev.
Jeffrey oyó a la secretaria decir:
– No sé…
Lev se dirigía ya a la puerta de entrada, con Jeffrey pegado a sus talones. El predicador no estaba en muy buena forma, pero tenía el paso largo. Cuando Jeffrey llegó al aparcamiento, Lev ya estaba junto a su coche. En lugar de subirse, se quedó allí, inmóvil.
Jeffrey se acercó a él al trote.
– ¿Lev?
– ¿Dónde está? -gruñó-. Déme diez minutos para hablar con él. Sólo diez minutos.
Jeffrey jamás habría adivinado que aquel predicador de carácter afable tuviera semejante genio.
– Lev, tiene que volver ahí dentro.
– ¿Cómo ha podido hacernos esto? -preguntó-. ¿Cómo ha podido…? -Lev parecía estar deduciendo todo lo sucedido. Se volvió hacia Jeffrey-. ¿Paul mató a mi sobrina? ¿Mató a Abby? ¿Y también a Cole?
– Eso creo -le contestó Jeffrey-. Tuvo acceso al cianuro. Sabía usarlo.
– Dios mío -dijo, no a modo de exclamación sino en una sincera súplica-. ¿Por qué? -quiso saber-. ¿Por qué los mató? ¿Qué mal le había hecho Abby a nadie?
En lugar de responder a sus preguntas, Jeffrey dijo:
– Tenemos que encontrar a su hermano, Lev. ¿Dónde está?
Demasiado furioso para hablar, Lev meneó la cabeza de un lado al otro en un gesto tenso.
– Tenemos que encontrarlo -repitió Jeffrey, y en ese momento sonó su móvil en el bolsillo. Miró el identificador de llamadas y vio que era Lena. Se apartó para contestar y, tras abrirlo, contestó-: ¿Qué hay?
Lena habló en un susurro, pero él la entendió perfectamente.
– Está aquí -dijo-. El coche de Paul acaba de detenerse en el camino de entrada.
Capítulo 16
Lena tenía el corazón en la garganta, una palpitación constante que le impedía hablar.
– No hagas nada hasta que yo llegue -ordenó Jeffrey-. Esconde a Rebecca. No dejes que la vea.
– ¿Y si…?
– Nada de «Y si…», inspectora. Haz lo que te digo.
Lena miró a Rebecca y vio terror en sus ojos. Podía acabar con aquello en ese mismo instante: derribar al cabrón de Paul y llevarlo a la comisaría. ¿Y después qué? Nunca conseguirían arrancarle una confesión al abogado. No pararía de reírse hasta que la causa quedara sobreseída por falta de pruebas.
– ¿Está claro? -preguntó Jeffrey.
– Sí, jefe.
– Pon a Rebecca a salvo -ordenó-. Es nuestro único testigo. Ése es tu cometido, Lena. No metas la pata.
La comunicación se cortó con un brusco chasquido.
Desde la ventana de delante, Terri iba informándoles de los movimientos de Paul.
– Está en el garaje -susurró-. Está en el garaje.
Lena cogió a Rebecca del brazo y se la llevó hacia el vestíbulo.
– Vete arriba -indicó, pero la chica estaba tan asustada que no se movió.
– Está dando la vuelta por detrás. ¡Dios mío, daos prisa! -Se alejó corriendo por el pasillo para seguir los pasos de Paul.
– Rebecca -insistió Lena, intentando obligarla a moverse-. Tenemos que subir.
– ¿Y si Paul…? -empezó a decir Rebecca-. No puedo…
– Está en el cobertizo -gritó Terri-. ¡Becca, por favor! ¡Sube!
– Se enfadará mucho -gimoteó Rebecca-. Dios mío, por favor…
– ¡Viene hacia aquí! -exclamó Terri con voz aguda.
– Rebecca -lo intentó otra vez Lena.
Terri volvió al vestíbulo y empujó a Rebecca mientras Lena tiraba de ella hacia la escalera.
– ¡Mamá! -Tim se agarró a la pierna de su madre con los brazos.
Con voz severa, Terri ordenó a su hijo:
– Vete arriba. -Le dio una palmada en el trasero al ver que el niño no obedecía con suficiente prontitud.
La puerta de atrás se abrió y se quedaron todos paralizados al oír la voz de Pauclass="underline"
– ¿Terri?
Tim ya había llegado al final de la escalera, pero Rebecca, aterrorizada, se detuvo en seco, respirando como un animal herido.