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– Lo usé para pagar las facturas del hospital -respondió Terri en un hilo de voz.

– Lo usaste para poderte quitar de encima a ese bebé que llevabas dentro.

Terri dejó escapar un resuello. Lena bajó la pistola a un lado y cerró los ojos ante el sufrimiento de la otra mujer.

– Me lo contó Abby -dijo él-. Me lo contó todo.

– No.

– Estaba muy preocupada por su prima Terri -prosiguió-. No quería que fuera al infierno por lo que iba a hacer. Le prometí que hablaría contigo.

Terri comentó algo y Paul se rió.

Lena se asomó por la esquina, con la pistola en alto, y apuntó hacia la espalda de Paul cuando éste volvió a abofetear a Terri, esta vez con tal fuerza que la tiró al suelo. La levantó y la obligó a darse la vuelta justo cuando Lena se escondía otra vez.

Con los ojos cerrados, Lena repasó a cámara lenta lo que acababa de ver. Paul había tendido la mano para coger a Terri y la había levantado de un tirón al tiempo que se volvía hacia la escalera. Tenía un bulto bajo la chaqueta. ¿Llevaba pistola? ¿Iba armado?

– Levántate, puta -dijo Paul con repugnancia.

– Tú la mataste -lo acusó Terri-. Sé que mataste a Abby.

– Ten cuidado con lo que dices -advirtió él.

– ¿Por qué? -preguntó Terri en tono de súplica-. ¿Por qué le hiciste daño a Abby?

– Se lo hizo ella misma -contestó él-. A estas alturas tendríais que saber que no conviene cabrear al viejo Cole.

Lena esperó a que Terri dijera algo, que dijera que él era peor que Cole, que lo había organizado todo, que le había metido a Cole en la cabeza la idea de que las chicas necesitaban un castigo.

Pero Terri permaneció callada, y el único ruido que oyó Lena fue el del motor de la nevera en la cocina. Asomó la cabeza por la esquina para mirar y en ese preciso momento Terri se atrevió a hablar.

– Sé lo que le hiciste -acusó, y Lena la maldijo por su atrevimiento.

Si en algún momento Terri debía envalentonarse, no era ese. Jeffrey pronto llegaría, tal vez sólo faltarían cinco minutos.

– Sé que la envenenaste con el cianuro -dijo Terri-. Dale te explicó cómo se usaba.

– ¿Y qué?

– ¿Por qué? -preguntó Terri-. ¿Por qué mataste a Abby? Nunca te hizo nada. Aparte de quererte.

– Era mala -afirmó él, como si eso fuera razón suficiente-. Cole lo sabía.

– Se lo dijiste tú a Cole -acusó Terri-. No te creas que no sé lo que pasaba.

– ¿Qué pasaba?

– Tú le decías que éramos malas -respondía ella-. Le metías todas esas ideas espantosas en la cabeza y él venía y nos castigaba. -Soltó una risotada cáustica-. Es curioso que Dios nunca le ordenara castigar a los chicos. ¿Has estado alguna vez en esa caja, Paul? ¿Alguna vez te enterraron por ir a ver a tus putas de Savannah y esnifar coca?

– «Id ahora a ver a aquella maldita, y sepultadla…» -comenzó a reclamar Paul.

– ¿Cómo te atreves a recitarme las Escrituras?

– «Se rebeló contra su Dios -citó él-, caerán a espada.»

Terri obviamente conocía el versículo. Su ira se palpaba en el aire.

– Cállate, Paul.

– «Sus niños serán estrellados, y sus mujeres encintas serán abiertas.»

– «Incluso el diablo puede citar las Escrituras para defender su causa» -dijo Terri. Paul se echó a reír, como si ella le hubiera marcado un tanto-. Perdiste la religión hace años.

– Mira quién fue a hablar.

– Yo no voy por ahí fingiendo que no es verdad -replicó en un tono cada vez más firme, más virulento. Ésa era la mujer que le había devuelto el golpe a Dale. Ésa era la mujer que se había atrevido a defenderse-. ¿Por qué la mataste, Paul? -Esperó y luego preguntó-: ¿Por las pólizas de seguro?

Paul irguió la espalda. No se había sentido amenazado cuando Terri mencionó el cianuro, pero Lena supuso que lo de las pólizas era ya otro cantar.

– ¿Y tú qué sabes de eso?

– Me lo contó Abby, Paul. La policía ya lo sabe.

– ¿Qué sabe? -La cogió del brazo y se lo retorció. Lena sintió que se le tensaba el cuerpo. Volvió a levantar la Glock, esperando el momento adecuado-. ¿Qué les has contado, imbécil?

– Suéltame.

– Voy a partirte la cara, gilipollas de mierda. Dime qué le has contado a la policía.

Lena dio un respingo cuando de pronto Tim apareció, pasó corriendo a su lado y casi se cayó por la escalera al ir a reunirse con su madre. Lena tendió la mano hacia el niño, pero no lo alcanzó, y retrocedió justo a tiempo para que Paul no la viera.

– ¡Mamá! -gritó el niño.

Terri soltó una exclamación de sorpresa y Lena la oyó decir:

– Tim, vuelve arriba. Mamá está hablando con el tío Paul.

– Ven aquí, Tim -le dijo Paul, y a Lena se le formó un nudo en el estómago cuando escuchó los piececillos de Tim bajar por la escalera.

– No -protestó Terri, y añadió-: Tim, aléjate de él.

– Vamos, grandullón -dijo Paul.

Lena echó un rápido vistazo. Paul tenía a Tim en brazos, y el niño le rodeaba la cintura con las piernas. Lena volvió a esconderse, temiendo que Paul la viera si se daba la vuelta. «Mierda», dijo para sí, y lamentó no haber disparado cuando tuvo ocasión.

Al otro lado del pasillo, vio a Rebecca en la habitación del bebé, que asomaba la mano para cerrar la puerta del armario. Lena despotricó para sus adentros todavía más, maldiciéndola por no haber sido capaz de retener al niño.

Lena lanzó una mirada hacia el vestíbulo, evaluando la situación. Paul seguía de espaldas a ella, pero Tim se aferraba con fuerza a él rodeándole los hombros con su brazo delgado y largo y mirando a su madre. A esa distancia, era imposible saber qué daño podía causar la nueve milímetros. La bala podía atravesar el cuerpo de Paul y penetrar en Tim. Lena se arriesgaba a matar al niño en el acto.

– Por favor -rogó Terri, como si Paul tuviera la propia vida de Terri en sus manos-. Suéltalo.

– Dime qué le has dicho a la policía -dijo Paul.

– Nada. No he dicho nada.

Paul no le creyó.

– ¿Abby te dejó esas pólizas, Terri? ¿Eso hizo?

– Sí -contestó Terri con voz trémula-. Te las daré. Suéltalo, por favor.

– Vete a buscarlas y luego hablamos.

– Por favor, Paul. Suéltalo.

– Tráemelas.

Saltaba a la vista que Terri no sabía mentir.

– Están en el garaje -dijo.

Y Lena supo que Paul no se había dejado engañar. Aun así, le ordenó:

– Ve tú. Yo me quedo a vigilar a Tim.

Terri debió de vacilar, porque Paul levantó la voz.

– ¡Ahora! -dijo en voz tan alta que Terri se sobresaltó y gritó. Cuando él volvió a hablar, empleó un tono normal que a Lena le dio más miedo-. Tienes treinta segundos, Terri.

– Yo no…

– Veintinueve…, veintiocho…

La puerta principal se abrió y Terri desapareció. Lena no movió ni un músculo. El corazón le latía como un tambor.

Abajo, Paul habló como si se dirigiera a Tim, pero levantó la voz lo suficiente para que se le oyera en el piso de arriba:

– ¿Estará tu tía Rebecca en el piso de arriba, Tim? -preguntó en tono alegre, casi como si hablara en broma-. ¿Qué te parece si vamos a ver si tu tía Rebecca está ahí arriba? ¿Eh? Vamos a ver si se esconde como la rata que es…

Tim emitió un sonido que Lena no entendió.

– Muy bien, Tim -dijo Paul, como si estuvieran jugando-. Subiremos a hablar con ella, y luego le haremos la cara nueva. ¿Eso te gusta, Tim? Le pondremos esa cara bonita como un mapa y nos aseguraremos de que la tía Becca se quede tan hecha papilla que ya nadie quiera volver a mirarla.