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– Te pondrás bien.

Paul, que seguía debajo de Terri, intentó apartarse, pero Lena le gruñó:

– Como te atrevas siquiera a respirar, te mato.

Paul asintió. Con labios trémulos, contempló horrorizado la cabeza de Terri en su regazo. Nunca había visto a sus víctimas tan de cerca; siempre se había protegido de la sucia realidad de sus actos. La bala había penetrado por un lado de la cara de Terri antes de salir por la base del cuello. Las quemaduras de la pólvora formaban puntos negros en la piel. Tenía la mejilla izquierda destrozada y se le veía la lengua a través de la herida. El hueso fracturado se entremezclaba con la sangre y la materia gris. Fragmentos de las muelas posteriores se le habían adherido al pelo.

Lena acercó la cara a Terri y dijo:

– ¿Terri? Terri, aguanta un poco.

Terri abrió un momento los ojos. Con la respiración entrecortada, intento hablar.

– ¿Terri?

Lena la vio mover la lengua en la boca; el hueso blanco temblaba del esfuerzo.

– Tranquila -la consoló Lena-. Ya viene la ambulancia. Aguanta un poco más.

Terri movió la mandíbula despacio, en un intento desesperado de hablar. No podía articular palabra, la boca se negaba a obedecerla. Pareció agotar todas sus fuerzas al decir:

– Lo he… conseguido.

– Lo has conseguido -confirmó Lena, cogiéndole la mano con cuidado para no moverla.

Las lesiones medulares son traicioneras; cuanto más altas, mayores los daños. Ni siquiera sabía si Terri sentía que la tocaba, pero Lena necesitaba agarrarse a algo.

– Te tengo cogida de la mano, Terri. No te dejes ir.

– Vamos, Tim -musitó Jeffrey, y Lena lo oyó contar a la vez que ejercía presión sobre el pecho del niño, intentando reanimarle el corazón.

La respiración de Terri era cada vez más lenta. Volvió a parpadear.

– Lo… he… conseguido.

– ¿Terri? -dijo Lena-. ¿Terri?

– Respira, Tim -instó Jeffrey.

Respiró hondo y expulsó el aire en la boca inerte del niño.

Burbujas de sangre roja asomaron a los labios húmedos de Terri. Se oyó un gorgoteo procedente del pecho y sus rasgos se desdibujaron.

– ¿Terri? -repitió Lena en tono de súplica, cogiéndose a su mano e intentando insuflarle vida. Oyó una sirena a lo lejos, anunciándose como un faro. Lena supo que eran los refuerzos; la ambulancia no podía llegar tan pronto. Aun así, mintió-. ¿Oyes? -preguntó, apretando la mano de Terri con todas sus fuerzas-. Ya llega la ambulancia, Terri.

– Vamos, Tim -insistió Jeffrey-. Vamos.

Terri parpadeó, y Lena supo que oía la sirena, que comprendía que llegaba ayuda. Expulsó aire con brusquedad.

– Lo… he… con…

– Ciento uno, ciento dos… -decía Jeffrey, contando las compresiones.

– Lo… he…

– Terri, háblame -rogó Lena-. Vamos, chica. ¿Qué has conseguido? Cuéntame qué has hecho.

Al intentar hablar, Terri tosió débilmente y le salpicó a Lena la cara de sangre. Lena no se movió, permaneció cerca de ella, mientras intentaba mantener el contacto visual para que Terri no se dejara ir.

– Cuéntamelo -dijo Lena, buscando algo en sus ojos, alguna señal de que se recuperaría. Sólo tenía que hacerla hablar, conseguir que aguantara-. Cuéntame qué has hecho.

– He…

– ¿Qué has hecho?

– He…

– Vamos, Terri, no te dejes ir. No te rindas ahora. -Lena oyó el coche patrulla detenerse con un chirrido en el camino de acceso-. Dime qué has hecho.

– Me he… -empezó a decir Terri-. Me he…

– ¿Qué has hecho? -Lena sintió las lágrimas que le ardían en la cara cuando Terri aflojó la mano en torno a la suya-. No te rindas, Terri. Dime qué has conseguido.

Hizo una mueca, o un espasmo, casi como si quisiese sonreír pero ya no supiese hacerlo.

– ¿Qué has hecho, Terri? ¿Qué has conseguido?

– Me… he… -Volvió a salir sangre-… escapado.

– Muy bien -dijo Jeffrey cuando Tim empezó a jadear tras aspirar la primera bocanada de aire-. Muy bien, Tim. Respira.

Un grueso hilo de sangre brotó de la comisura de la boca de Terri, trazando una línea en su mejilla como una cera de un color vivo al recorrer un papel. Lo que le quedaba de mandíbula se distendió. Tenía los ojos vidriosos.

Lena se marchó de la comisaría a eso de las nueve de la noche con la sensación de que hacía semanas que no estaba en su casa. Se sentía débil y le dolían los músculos como si hubiese corrido mil kilómetros. Todavía tenía la oreja dormida por la anestesia que le habían administrado en el hospital para coser la herida causada por la bala de Pau.l El pelo le taparía el trozo que le faltaba, pero Lena sabía que cada vez que se mirara en el espejo, cada vez que se tocara la herida, se acordaría de Terri Stanley, de la expresión de su cara, de ese simulacro de sonrisa cuando se apagó.

A pesar de que ya no quedaba la menor señal visible, Lena sentía aún la sangre de Terri: en el pelo, bajo las uñas. Hiciera lo que hiciera, seguía oliéndola, percibiendo su sabor, notándola. Le pesaba, como la culpa, y le sabía a derrota amarga. No la había ayudado. No había hecho nada para protegerla. Terri tenía razón: las dos se ahogaban en el mismo mar.

Cuando se desvió hacia su barrio, sonó el móvil y miró el identificador de llamadas, deseando con toda su alma que Jeffrey no la necesitara otra vez en la comisaría. Al ver el número, no lo reconoció. Dejó sonar el teléfono varias veces antes de caer en la cuenta. Era el número de Lu Mitchell. Casi lo había olvidado después de tantos años.

Abrió torpemente el móvil, y a continuación maldijo cuando se lo llevó a la oreja herida. Se lo pasó a la otra.

– Diga.

No contestó nadie, y se le cayó el alma a los pies al pensar que había saltado el contestador. Estaba a punto de colgar cuando Greg dijo:

– ¿Lee?

– Sí -respondió, procurando que no se le notara que se le había cortado la respiración-. ¿Qué tal? ¿Cómo va?

– He oído lo de esa mujer en las noticias -dijo-. ¿Estabas tú allí?

– Sí -contestó, preguntándose cuánto tiempo hacía que nadie se interesaba por su trabajo: Ethan era demasiado egocéntrico y Nan demasiado aprensiva.

– ¿Estás bien?

– La he visto morir -dijo Lena-. La tenía cogida de la mano y la he visto morir.

Lo oyó respirar al otro lado de la línea y pensó en Terri, en el sonido de su respiración antes de morir.

– Menos mal que te tenía a su lado.

– Tengo mis dudas.

– No digas eso -disintió Greg-. Al menos ha muerto acompañada.

Incapaz de contenerse, Lena dijo:

– No soy muy buena persona, Greg. -De nuevo, sólo lo oyó respirar-. He cometido errores muy graves.

– Todo el mundo los comete.

– No como yo -dijo-. No los que he cometido yo.

– ¿Quieres que hablemos?

Era lo que más deseaba en el mundo, hablar de ello, contarle todo lo sucedido, horrorizarlo con los detalles truculentos. Pero no podía. Lo necesitaba demasiado, necesitaba saber que él estaba allí cerca, al lado de su casa, sosteniéndole la madeja de lana a Lu, su madre, que le tejía otra bufanda espantosa.

– En fin -dijo Greg, y Lena intentó llenar el silencio.

– Me ha gustado el compacto.

– ¿Lo has recibido? -preguntó él, en un tono más animado.

– Sí -contestó ella, aparentando una despreocupación que no sentía-. Me encanta la segunda canción.

– Se llama «Oldest Story in the World».

– Lo sabría si hubieses anotado los títulos de las canciones.

– Para eso vas y te compras el compacto, boba -dijo Greg. Lena se había olvidado de lo que se sentía al bromear, y parte de la opresión desapareció de su pecho-. La carátula del disco está muy bien. Tiene muchas fotos de las chicas. Ann ha salido estupenda. -Greg soltó una risa autodespectiva-. No es que fuera a echar a Nancy de la cama a patadas, pero tú ya sabes que yo prefiero a las morenas.