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– Somos bendecidos los que vivimos retirados de las malas influencias de nuestro tiempo -confirmó con una voz piadosa pero alta que resonó en las cavidades de su cráneo.

Él miró hacia ella.

– Londres, quiere decir. Escandaloso lugar. Arruina personas. Acabo de dejarlo.

Ella asintió con la cabeza.

– Aquí en el campo vivimos por la fe, el amor y la caridad.

– Amén -dijo, ganando otra mirada dudosa de Alethea. ¿Qué se suponía que iba a decir?-. Vamos a comenzar a arar, entonces.

La señora Bryant lo miró durante unos instantes. Él atrapó a Alethea poniendo los ojos en blanco. Era evidente que él había dicho algo fuera de lugar.

– Hemos arado en octubre, sir Gabriel.

– Ah. Me había olvidado. Entonces, tal vez deberíamos empezar en septiembre. -No es que pensara en quedarse en este pantano tanto tiempo-. Para ir por delante de los otros que esperan hasta octubre.

Alethea le concedió una sonrisa socarrona.

– Ahí es cuando hacemos nuestra trillada.

– ¿No podríamos trillar antes?

Él miró su boca fijamente. Sus ojos se burlaban de él. Iba a hacer mucho más que darle un beso si ella le daba otra oportunidad.

– Sólo si usted conoce alguna manera de convencer al maíz para madurar antes de tiempo. -Hizo una pausa, él quería tirar de ella hacia abajo sobre la paja de nuevo-. ¿Lo sabe?

Él sonrió.

– Usted pensaría que soy un maldito idiota si dijera que sí, ¿verdad?

Ella se echó a reír.

– Sí.

– No soy agricultor. -Se encogió de hombros-. Nunca lo fui.

Alethea lo estudió.

– Tal vez usted no es un agricultor, pero tiene inquilinos que lo son. No muchos, lo reconozco. Los pocos que han quedado son su responsabilidad.

Él negó con la cabeza.

– Ni siquiera los conozco.

– ¿Podríamos cabalgar juntos para que pueda presentárselos?

– Tal vez otro día -dijo, intentando que su mirada pareciera sincera.

Y no la engañó ni por un momento.

Ella recordaba lo que él había sido.

Dios quiera que él se fuera antes de que ella descubriera lo que era ahora.

La señora Bryant le dirigió una sonrisa alentadora.

– Sabemos que usted no era un agricultor. Pero ¿puedo preguntar lo que es?

– Bueno, soy un jugador -dijo sin pensar-. Y…

– ¿Eso no es útil? -Alethea murmuró.

– …Y un oficial de caballería. Bueno, lo era. Conozco de caballos. Lo hago.

La señora Bryant apreció su fuerte forma. -Eso es un buen comienzo.

– Caballos y mujeres -él enmendó.

– Y supongo que en su modo de pensar no hay mucha diferencia -dijo ella con una mirada amonestadora.

Él le sonrió.

– Por supuesto que las hay. Un caballo bien educado puede darle a un hombre una fortuna. Una mujer bien educada gastar la misma cantidad diez veces más.

Alethea emitió un suspiro.

– Creo que es hora de irnos, señora Bryant. El pobre sir Gabriel estuvo toda la noche atendiendo a su caballo.

Él parpadeó otra vez cuando los tres salieron afuera. El sol estaba oculto por un banco de nubes sombrío. Era un típico día gris inglés con un resplandor que le provocaba un dolor detrás de sus ojos.

Y le hizo darse cuenta de nuevo de cuan verdaderamente hermosa se había convertido Alethea. Tal vez ella era un poco demasiado alta para ser vista como una belleza de Londres. Sus rasgos, la nariz patricia, su demasiado generosa boca, y su mentón anguloso, no eran delicados según la norma clásica.

Pero él había besado aquella boca imperfecta y ella seguía hablando con él. El hecho lo animó considerablemente. Después de todo, ella lo había visto en el punto más bajo de su vida y aunque no se había convertido en una persona mejor en los últimos años, no era peor. O al menos no había cogido nada. Y no tenía otros planes para el resto del verano, a menos que visitara a algunos viejos amigos en Venecia.

La señora Bryant empujó un pesado cesto hacia sus manos.-En nombre de la parroquia, por favor, acepte esta pequeña muestra de nuestro aprecio. Bienvenido a Helbourne, Sir Gabriel.

Él tragó fuertemente saliva.

– Gracias -dijo, dándose cuenta de que ella esperaba alguna respuesta-. ¿Qué… es, exactamente?

– Jalea de Violetas. Tres frascos de la misma. Un suculento jamón. Y un libro de oraciones.

Jalea de Violetas y oraciones. Se preguntó si estaría preparado para la dentadura postiza.

– Eso es muy amable de su parte -dijo amablemente.

La señora Bryant lo miró a los ojos.

– Usted necesitará conservar toda su fuerza si va a estar a cargo de Helbourne. No debe permitir que su personal lo intimide -le dijo vigorosamente-. Debe hacerse cargo de su patrimonio.

Gabriel aventuró una mirada a Alethea, sus ojos bailaban de risa.

– ¿Debo?

La señora Bryant golpeó con sus pies sobre la paja.

– Dígale a los rufianes quién tiene el control.

– Lo hice anoche. Por lo menos creo que lo hice.

– Entonces ¿por qué, puedo preguntar, durmió en el granero?

– Bueno, porque…

La señora Bryant asintió con la cabeza con comprensión.

– Porque tenía miedo de dormir en la casa. Temeroso de lo que uno de esos bribones podría hacerle durante la noche. No lo culpo por haber tomado precauciones.

– Creo que los tendré controlados muy pronto -dijo, aunque el pensamiento que había cruzado por su mente después de ese tiro en la larga galería, fue que él se había alejado de una guerra sólo para luchar en otra.

– Supongo que Alethea le habló del hombre que tomó posesión de Helbourne hace tres años.

Gabriel negó con la cabeza.

– ¿Qué pasó con él? -preguntó con cautela.

– Nadie lo sabe -Alethea respondió-. Se le vio corriendo por las colinas en su camisa de dormir y nunca más se le volvió a ver.

– Pero eso no va a suceder a Sir Gabriel -dijo la señora Bryant con una sonrisa alentadora.

Alethea arqueó las cejas con curiosidad.

– ¿Por qué no?

– Porque por regla no uso ropa de dormir -respondió sin rodeos-. Y porque nadie me perseguirá en esta casa hasta que me vaya por mi cuenta.

– Entonces, está decidido -dijo la señora Bryant, con un gesto de satisfacción-. Helbourne tiene un nuevo amo, y él no es ningún debilucho que le permita a nadie que lo eche afuera.

CAPÍTULO 09

Debilucho no era, pensó Alethea. Ni siquiera en sus primeros años podría haber sido denominado como tal. Resistente, irrespetuoso, desafiante, obstinado en su propio detrimento. Esos defectos duraderos que ella no podía negar, y probablemente tampoco lo haría él. Pero él era un réprobo descarado si alguna vez había conocido a uno. Ella se montó en su caballo castrado y pasó por delante de la valla de pastos roto con toda la compostura que pudo reunir.

Gabriel estaba apoyado contra la puerta del establo, su arrugado abrigo negro recuperado y colgando sobre un ancho hombro. Su expresión delataba sólo una desconcertada diversión cuando él la miró. La señora Bryant se había ido a realizar sus visitas diarias y a orar por sus feligreses.

– Esta valla tiene que ser reparada -gritó hacia él por impulso.

Él asintió con la cabeza.

– Puedo verlo. Se ve fuerte, sin embargo.

Ella sacudió la cabeza con desprecio. Él no estaba mirando a la valla, en absoluto. Él estaba mirando justo a… ella enderezó su espalda. Ella nunca había pensado de sí misma que era hermosa. Su nariz tenía una protuberancia. Era casi tan alta como su hermano. Pero se enorgullecía de su postura, el resultado de usar un corsé de ballenas desde la edad escolar todos los días para corregir sus hombros redondeados.

Ella frunció el ceño.

– Espero que disfrute de su jalea de violetas. Es deliciosa sobre una tostada.

Una sonrisa cruzó su rostro.

– Y de mis oraciones.

La única oración que Alethea podía pensar en este momento era que debía prestar atención a su despedida y no cabalgar en la dirección equivocada. O peor aún, girar en circulo y regresar a su alta y sensual figura, ese delgado rostro burlón. Ella no podía creer que su inesperado beso pudiera desequilibrarla tan gratamente después de lo que Jeremy había hecho. Tendría que sentirse sucia e insultada. En cambio, estaba temblando por dentro con una sensación no del todo desagradable.

Y cuando él la había besado, en realidad no había tratado de detenerlo. Se sentía casi culpable de que él se disculpara por ello. Todo el tiempo que su boca estuvo sobre la suya, ella había estado riendo y llorando por dentro, ella habría querido decirle que era casi tan mala como él, pero nunca dejaría que nadie lo supiera.

Iría directamente a casa y bebería media pinta [2] de diente de león y bardana destilada. Y entonces… enderezó su asiento en la silla de montar. Hombre descarado. Poniendo esas atrevidas manos sobre su trasero como si estuviera probando su suavidad.

Por supuesto, él no se había sentido suave en absoluto. El breve contacto con su musculoso cuerpo le había dado una impresión de fuerte roca dura. Ella debería haber estado más molesta de que él no se haya detenido en el instante en que ella dejó en claro que debía comportarse. Ella le había rogado a Jeremy que parara, suplicando hasta que su garganta estuvo en carne viva, pero él había seguido adelante y la hirió. Ella estaba sorprendida de que el beso de Gabriel hubiera sido perversamente dulce en comparación y que no la ofendiera su duración, a menos que se contara la extraña compulsión que había sentido para ordenarle que siguiera.

Ella cabalgaba lentamente, preguntándose ociosamente si él habría alguna vez forzado a una mujer y sabiendo que no. Era más probable que se lastimara a sí mismo en alguna desventura. Sin embargo, él parecía como una especie en bruto que podría volverse peligroso si fuera provocado. La institutriz de Alethea había afirmado que él y sus hermanos habían heredado de su madre la afinidad de la sangre de origen Borbón por las conspiraciones y la intriga. De su sangre Boscastle había obtenido a su impactante apariencia y magnetismo.

Ella no podía decidir qué hacer con él. Él no había mencionado los tres hermanos mayores que habían desaparecido antes de que él lo hiciera. La madre de Alethea había confesado una vez que había suspirado de alivio en beneficio de ellos. La condesa había creído que cualquiera que fuera la desgracia que los hermanos desaparecidos encontraran en el mundo, no podía ser igual a la maldad de lo que habían sufrido en la intimidad de su hogar.

Pero Gabriel se había quedado atrás con su madre para protegerla de su padrastro. No fue hasta años más tarde que Alethea había llegado a comprender lo miserable que la vida debió haber sido para un joven que había perdido a un brusco pero cariñoso padre, sólo para encontrar a un hostil desconocido ocupando su lugar. Aprender a defenderse a sí mismo lo había convertido comprensiblemente en duro de corazón.

Lo que sugería que, mientras él podría resultar un beneficio para Helbourne, un amo formidable que supervisara por una vez la propiedad, no necesariamente contribuiría a la paz mental de Alethea.

Sin embargo, era difícil de evitar por completo un vecino. Era enloquecedoramente difícil cuando uno albergaba un inexplicable y prolongado interés en su destino. Ellos se habían conocido antes, antes de que él hubiera perdido a su padre, antes de que ella hubiera perdido su autoestima y todo lo que un futuro como mujer casada le hubiera proporcionado. Ella sólo podía esperar que las dos personas que habían sido una vez estuvieran de acuerdo en una asociación cortés. Ella no tenía ninguna razón para tenerle miedo.

En cierto modo era un alivio estar arruinada. Ya no tenía que fingir que nunca se sentía mal o impaciente o que no podría encontrarse a un hombre como Gabriel en su propio terreno.

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[2] 1 pinta = 0,4731 litros, así que media pinta = 0,23655 litros.

El dandelion and burdock (diente de león y bardana) es un refresco tradicional británico se elabora tradicionalmente con raíces fermentadas de diente de león (Taraxacum officinale) y de bardana (Arctium lappa). Es efervescente de forma natural.