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– Y de mis oraciones.

La única oración que Alethea podía pensar en este momento era que debía prestar atención a su despedida y no cabalgar en la dirección equivocada. O peor aún, girar en circulo y regresar a su alta y sensual figura, ese delgado rostro burlón. Ella no podía creer que su inesperado beso pudiera desequilibrarla tan gratamente después de lo que Jeremy había hecho. Tendría que sentirse sucia e insultada. En cambio, estaba temblando por dentro con una sensación no del todo desagradable.

Y cuando él la había besado, en realidad no había tratado de detenerlo. Se sentía casi culpable de que él se disculpara por ello. Todo el tiempo que su boca estuvo sobre la suya, ella había estado riendo y llorando por dentro, ella habría querido decirle que era casi tan mala como él, pero nunca dejaría que nadie lo supiera.

Iría directamente a casa y bebería media pinta [2] de diente de león y bardana destilada. Y entonces… enderezó su asiento en la silla de montar. Hombre descarado. Poniendo esas atrevidas manos sobre su trasero como si estuviera probando su suavidad.

Por supuesto, él no se había sentido suave en absoluto. El breve contacto con su musculoso cuerpo le había dado una impresión de fuerte roca dura. Ella debería haber estado más molesta de que él no se haya detenido en el instante en que ella dejó en claro que debía comportarse. Ella le había rogado a Jeremy que parara, suplicando hasta que su garganta estuvo en carne viva, pero él había seguido adelante y la hirió. Ella estaba sorprendida de que el beso de Gabriel hubiera sido perversamente dulce en comparación y que no la ofendiera su duración, a menos que se contara la extraña compulsión que había sentido para ordenarle que siguiera.

Ella cabalgaba lentamente, preguntándose ociosamente si él habría alguna vez forzado a una mujer y sabiendo que no. Era más probable que se lastimara a sí mismo en alguna desventura. Sin embargo, él parecía como una especie en bruto que podría volverse peligroso si fuera provocado. La institutriz de Alethea había afirmado que él y sus hermanos habían heredado de su madre la afinidad de la sangre de origen Borbón por las conspiraciones y la intriga. De su sangre Boscastle había obtenido a su impactante apariencia y magnetismo.

Ella no podía decidir qué hacer con él. Él no había mencionado los tres hermanos mayores que habían desaparecido antes de que él lo hiciera. La madre de Alethea había confesado una vez que había suspirado de alivio en beneficio de ellos. La condesa había creído que cualquiera que fuera la desgracia que los hermanos desaparecidos encontraran en el mundo, no podía ser igual a la maldad de lo que habían sufrido en la intimidad de su hogar.

Pero Gabriel se había quedado atrás con su madre para protegerla de su padrastro. No fue hasta años más tarde que Alethea había llegado a comprender lo miserable que la vida debió haber sido para un joven que había perdido a un brusco pero cariñoso padre, sólo para encontrar a un hostil desconocido ocupando su lugar. Aprender a defenderse a sí mismo lo había convertido comprensiblemente en duro de corazón.

Lo que sugería que, mientras él podría resultar un beneficio para Helbourne, un amo formidable que supervisara por una vez la propiedad, no necesariamente contribuiría a la paz mental de Alethea.

Sin embargo, era difícil de evitar por completo un vecino. Era enloquecedoramente difícil cuando uno albergaba un inexplicable y prolongado interés en su destino. Ellos se habían conocido antes, antes de que él hubiera perdido a su padre, antes de que ella hubiera perdido su autoestima y todo lo que un futuro como mujer casada le hubiera proporcionado. Ella sólo podía esperar que las dos personas que habían sido una vez estuvieran de acuerdo en una asociación cortés. Ella no tenía ninguna razón para tenerle miedo.

En cierto modo era un alivio estar arruinada. Ya no tenía que fingir que nunca se sentía mal o impaciente o que no podría encontrarse a un hombre como Gabriel en su propio terreno.

CAPÍTULO 10

Una lluvia suave comenzó a repiquetear unos minutos después de que Alethea cabalgó hasta desaparecer de su vista. No la había observado en secreto. Ni pretendería ser el caballero elegante que deseaba como vecino. No iba a engañarla. La hubiera tomado si lo hubiese animado. Pero nunca deshonraría a una mujer, a menos que fuera parte del decadente juego amoroso. De hecho, no le gustaría nunca angustiar a Alethea. Aparentemente todavía estaba tratando de obtener lo mejor de los demás. Tal vez había tenido éxito antes que él.

Hizo un gesto cuando la lluvia del techo del establo le mojó la mejilla. Se volvió, casi tropezando con el canasto que le entregó la señora Bryant. La fusta de Alethea estaba al lado. Tomó ambos con una gran sonrisa.

– Jalea de violetas y…

El relincho de su caballo desde el fondo de su puesto, lo interrumpió. Miró alrededor bruscamente y percibió una sombra moviéndose a hurtadillas detrás de los fardos de paja donde había dormido. La borrosa figura pasó rápido, pero no sin antes de que Gabriel reconociera la costosa brida y la espada de caballería debajo de un brazo larguirucho.

La sangre se le agolpó en la cara. Él era un hombre de pocas posesiones, pero las que tenía, las atesoraba.

– ¡Tú, ladrón! -gritó indignado-. No des otro maldito paso a menos que quieras encontrarte ensartado en la misma arma que piensas robar.

Esta advertencia brutal solo sirvió para darle ímpetu al ladrón para escapar por la ventana trasera del granero. Maldiciendo en voz baja, dejó caer la fusta y el canasto pesado y lo persiguió siguiendo la misma ruta del ágil ladrón furtivo que pensaba robarle. Un muchacho joven con una chaquetilla amarilla y pantalones parchados del centro de detención de la parroquia. Conocía la ropa demasiado bien.

– ¡Deja esa brida y la espada antes de que te lastimes, bastardo estúpido! -rugió.

La conmoción atrajo la atención de un grupo de criados curiosos del fregadero, aunque ninguno se aventuró a la lluvia para asistir a su amo que bramaba enrabiado. Gabriel les dirigió una mirada disgustada que los hizo desaparecer a todos, pero una joven niña de la cocina se escabulló rápidamente para esconderse. Ésta se quedó con la boca abierta presenciando la conmoción.

Ahora, el ágil ladrón, sin duda motivado por el hecho de que le había robado a un Lord lunático, había escalado la cerca del potrero y se dirigía a un sendero que no se veía.

Pronto Gabriel lo alcanzó, ya que esos caminos escondidos le eran familiares a un hombre que había hecho peores trastadas en su época. Por un momento desorientador, podía haber estado escapando de alguien a quién había ofendido, en vez de estar haciendo lo contrario. El ya había jugado este juego antes, sólo que con los papeles cambiados.

Los años en el intertanto habían pasado volando. ¿Por qué había vuelto? ¿Qué había esperado probar? ¿Que era mejor que un niño detenido que tenía las agallas de tratar de engañarlo? ¿O que era digno de besar a la única niña que se había atrevido a mirar a los ojos al dragón?

Estiró la mano, agarró al niño del cuello de la chaqueta y cayeron al suelo luchando. La espada cayó en el barro. La brida voló del huesudo brazo del ladrón y aterrizó en el pasto.

Bajó la mirada a un rostro rojo de rabia, y a un par de ojos azules que quemaban con el odio del infierno.

– Suéltame, mugroso,-dijo el niño con una mueca desdeñosa.

– ¿Sabes donde terminan los imbéciles como tú? -le preguntó fríamente.

– Sí, pero dímelo en otro momento.

Gabriel levantó su puño, sabiendo que no serviría de nada, que nadie le podía sacar a golpes los demonios a otro, que la violencia sólo hacía más fuerte al rebelde. Pero él quería…

Una mano firme lo tomó del hombro. Dio vuelta la cabeza y vio incrédulo la cara de Aleta.

– No, Gabriel -dijo ella-. No le hagas daño… tiene la mitad de tu tamaño.

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[2] 1 pinta = 0,4731 litros, así que media pinta = 0,23655 litros.

El dandelion and burdock (diente de león y bardana) es un refresco tradicional británico se elabora tradicionalmente con raíces fermentadas de diente de león (Taraxacum officinale) y de bardana (Arctium lappa). Es efervescente de forma natural.